Era ya bien entrada la madrugada cuando me llegaba a través de Twitter un enlace a la portada de El País que saldría a la mañana siguiente con este titular: “La crisis barre a Alta Films, la mayor exhibidora de cine de autor”. Apenas unas pocas líneas lo complementaban, pero ya daban un dato aplastante: de todas las salas que esta productora y distribuidora tiene repartidas por todo el país –incluyendo Guadalajara- , tan sólo iban a mantenerse abiertas unas veinte, lo que significa que la gran mayoría están condenadas al cierre y, por tanto, a su desaparición.
Aunque el cuerpo me pedía sentarme ipso-facto al teclado, he querido esperar unas pocas horas para recabar más información. Ya por la mañana, podía leerse un reportaje más en profundidad en la versión digital de El País, y poco después el propio Enrique González Macho –propietario de la empresa y presidente la Academia de Cine- daba en la Cadena SER su versión de los hechos. En un país en el que el cine autóctono siempre ha estado en crisis, la falta de apoyos de las televisiones –principalmente RTVE- , el descenso del número de espectadores y la brutal subida del I.V.A. cultural al 21% parecen ser los ingredientes fundamentales para considerar esta dolorosa decisión.
No voy a hablar aquí de gestión empresarial, ni de controvertidas decisiones políticas –de eso ya tenemos bastante en la Asociación de Amigos del Moderno– ni de si la piratería hace o no tantísimo daño al cine español. Pero a la espera de lo que pueda suceder en las próximas horas o días, quiero compartir con vosotros a través de estas líneas el torrente de recuerdos que me desbordan, y que me hacen rememorar mis tiempos de instituto, cuando aún ni siquiera era estudiante de audiovisuales, y de cómo los Cines Renoir de Madrid fueron una piedra fundamental en mi educación cinéfila.
Gracias al extinto programa de televisión ‘Cineclub’ descubrí a los grandes clásicos –Casablanca (Michael Curtiz, 1942)- ; gracias al desaparecido videoclub de mi barrio encontré algunas joyas del cine moderno –casi todas las que voy comentando en ‘Clásicos del s. XX’– , y era habitual verme cada domingo con mis padres y amigos en grandes multicines dispuesto a ver el estreno hollywoodiense de la semana; pero había un ratito que me lo guardaba para mí –habitualmente los lunes por la tarde, día del espectador en las salas V.O.- en el que, por obra y gracia de los Renoir Princesa, Plaza de España o Cuatro Caminos, pude descubrir al Woody Allen de Misterioso asesinato en Manhattan (1993), al Tim Burton de Ed Wood (1994), a los hermanos Coen de Fargo (1996) o al Andrew Niccol de Gattaca (1997). Pero sobre todo, al nuevo cine español que empezaba a despuntar en los años noventa, primero de la mano de Imanol Uribe –Días contados (1994)- y Manuel Gómez Pereira –Boca a boca (1995)- , luego con los imberbes Álex de la Iglesia –El Día de la Bestia (1995)- , Alejandro Amenábar –Tesis (1996); Abre los ojos (1997)- , Julio Medem –Tierra (1996); Los amantes del círculo polar (1998)- o Fernando León de Aranoa –Barrio (1998)- , cuando el éxito aún no les había llegado; nombres que entonces eran bastante desconocidos para el gran público pero que a mí me abrieron un nuevo horizonte, completamente inédito hasta entonces, y que mucho han tenido que ver, para bien o para mal, en mis gustos y preferencias cinéfilas.
Durante las últimas décadas, Alta nos ha dado la oportunidad de disfrutar de un cine diferente, más artístico y menos industrial, y su presencia era habitual en festivales y entregas de premios. Y sólo por recordar unos pocos nombres, gracias a ellos hemos podido conocer a Michael Moore, a Adolfo Aristaráin, a Juan José Campanella, a François Ozon, a Cesc Gay, a Daniel Sánchez Arévalo, a Santiago Zannou, a Michel Hazanavicius…González Macho apela a “un milagro” para solucionar esta situación, aunque a renglón seguido confiesa lacónicamente “no creer en ellos”. El cierre casi total de los cines Renoir –que, insisto, son los accionistas mayoritarios de los Multicines Guadalajara; aún está por ver cómo afectará esta decisión a las únicas salas que hay en nuestra provincia- es, como la suspensión del Certamen ‘Arcipreste de Hita’, como el cierre del Teatro Moderno, como tantos otros ejemplos a lo largo y ancho de nuestra geografía, una nueva estocada mortal, otra más, hacia lo que nos mueve y nos conmueve, lo que nos hace pensar y crecer y evolucionar, lo que nos alimenta el espíritu. El cine, en este caso, nos permite conocer otras ideas, otras culturas, y con ello, poco a poco, aprendemos y valoramos no sólo de lo que se hace aquí, sino en otras lejanas regiones del planeta. Pero claro, para algunos la séptima de las artes ha dejado de ser tal, rebajándola a un mero e insustancial entretenimiento para el populacho…
Hoy es sin duda un día triste, muy triste. Si nadie lo remedia, puede darse la insólita circunstancia de que las próximas películas que ganen en Cannes, Málaga, San Sebastián, Sundance o Berlín nunca sean exhibidas en una sala española. Productoras nacionales y foráneas se las verán crudas para sacar a la luz sus obras, con el consiguiente perjuicio para una nueva generación de cineastas en ciernes que aún esperan su oportunidad. Pero yo, al contrario que González Macho, si creo, o mejor dicho, espero un milagro para la cultura en este país. Se llama sentido común. Lo malo es que, ya se sabe, es el menos común de los sentidos…