Llevo unos cuantos días intentando aclarar mis ideas sobre el conocido cierre de nueve canales TDT que, salvo imprevistos, dejaremos de ver a más tardar el próximo martes 6 de mayo. Como espectador, está claro que hay alguno que echaré de menos –La Sexta 3, por razones obvias; para qué nos vamos a engañar- , pero, si os digo la verdad, la cancelación de la habitual oferta de refritos y enlatados no me va a producir ninguna lástima. Es más, si me preguntan, yo hasta me cargaría alguna más…
Y es que todo este asunto de los canales extra que algunas grandes empresas de comunicación llevan manejando desde hace años –sobre todo, tras la fusión no hace mucho entre algunas de ellas- ha sido un verdadero cachondeo desde el minuto uno. Aún recuerdo cuando, siendo estudiante de audiovisuales –sé que suena a abuelo Cebolleta, pero tampoco hace tanto: estoy hablando de hace apenas tres lustros- , se nos vendió la panacea de las plataformas multicanales y de que ahí estaba no sólo el futuro, sino nuestro futuro (profesional): que la televisión generalista iba a ser cosa del pasado, que las privadas se verían obligadas a reinventarse, que todo el espectro se dividiría entre televisión local –“la gente lo que quiere es información cercana, lo que pasa en su barrio, al lado de su casa”, nos decían- y los canales temáticos. Luego, tras una infame época en que la que surgieron como setas emisoras pirata trufadas de tocomochos telefónicos y videntes de tres al cuarto, llegó la televisión digital terrestre cual maná catódico, que, aparte de obligarnos a jubilar nuestro viejo receptor de tubo –o a comprarle un aparatito para poder seguir recibiendo la jugosa oferta prometida- , barrería de un plumazo a dichos ilegales para dejar paso a una tele de calidad, variada y a la carta. Y nos lo creímos. ¡Qué ingenuos!
Ahora nos dicen que las emisiones que se adjudicaron en 2010 a Mediaset, Atresmedia, VeoTV y Net TV incumplieron la Ley General de Comunicación Audiovisual, y que se tienen que ir a negro sí o sí. Algunos ya tiraron la toalla hace tiempo –acuciados, además, por graves problemas económicos- , caso de MTV e Intereconomía (Net TV) o Marca (Veo TV). Sin embargo, la reacción de los dos grandes grupos de comunicación ha sido tan tardía como completamente dispar: mientras que Atresmedia, aun lanzando un dardo al gobierno, se ha centrado en agradecer el apoyo de los espectadores, Mediaset se ha descolgado con un lamentable y polémico spot en el que unos candorosos sims son atropellados sin miramiento alguno por un cruel automovilista kamikaze –a quien, como El diablo sobre ruedas de Spielberg, no le vemos la cara… pero conduce un coche de alta gama (!)- ; un exabrupto simplemente patético, que no creo que haya hecho ninguna gracia ni a las asociaciones de víctimas de tráfico ni a cierta marca alemana, cuyo logo aparece nítidamente en el morro del diabólico automóvil…
Volvamos al asunto, que me disperso. ¿Quién es el culpable de todo este embrollo? Hombre, si tenemos en cuenta que fue un estamento oficial el que regaló estas licencias, si hubo algún tipo de acción sancionable esta debería recaer en los responsables gubernamentales de la anterior legislatura. Es como si mañana, si un ministro decretase que los coches tipo coupé pueden circular a 150 km/h y los fabricantes de monovolúmenes denuncian esta decisión por arbitraria, los jueces les dieran la razón a estos últimos vetando la venta de coupés en España. ¿Alguien lo entendería?
Pero si estas adjudicaciones, aun siendo a dedo, hubiesen servido para crear más puestos de trabajo, más producción propia, más contenidos –culturales, sociales, informativos o de entretenimiento- y no sólo para comprar enlatados en el mercado extranjero o para repetir y repetir series, películas y programas hasta la saciedad… es decir, si se hubiesen aprovechado para crear esa tele de calidad que nos vendieron en la facultad, quizá hoy el gobierno hubiera tomado cartas en el asunto y puede que se hubiese podido llegar a algún tipo de consenso entre todas las partes afectadas; sin embargo, y como en muchos otros asuntos, en Moncloa y en la calle Génova esto no deja de ser un evento menor, una patochada, otra herencia recibida que no va con ellos y que, sencillamente, no les interesa. Lógico, por otro lado, teniendo como tienen los medios públicos a su servicio…
Los profesionales de la comunicación no vamos a perder ni a ganar con estos cierres –como digo, los recursos que estos canales dedicaban a la producción autóctona eran cero- . ¿Y los espectadores? Bueno, hay quienes se lo han tomado muy a pecho, pero me da que el revuelo ha sido menor del que algunos esperaban y que terminaremos acostumbrándonos a la desaparición de estas emisoras: los programas con mayor share entrarán en otras parrillas, con otros horarios, y no creo que nadie en este país se rasgue las vestiduras, a estas alturas de la vida, porque le quiten una redifusión más o menos de CSI, Supervivientes, Aquí no hay quien viva o Los Simpsons.