¡Felicidades, cine!

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Cada 28 de diciembre me gusta celebrar el ‘Día del Cine’. No se trata de ningún gran evento oficial ni una efeméride universalmente reconocida, sino un pequeño homenaje y tributo que rindo al arte y al oficio que más me apasiona: el de las películas. Largos y cortometrajes, clásicos y contemporáneos, de todo género y nacionalidad. El cine es un invento maravilloso. Y hoy, precisamente, se cumplen 120 años de su nacimiento.

No hablo del cinematógrafo en sí, un chisme que, en diferentes formas, ya se venía fraguando tanto en el Viejo como en el Nuevo Continente a partir de la cámara fotográfica. De hecho, no es del todo correcto atribuir este invento a los hermanos Auguste y Louis Jean Lumière, ya que su patente es una mejora del kinetoscopio creado con anterioridad por Thomas Alva Edison. Sí que podemos atribuirles a los parisinos la creación del cine como lo que es hoy, es decir, un show colectivo para las masas. Cierto que su creación no gozó de muy buena prensa en sus inicios y que durante un tiempo no fue sino un espectáculo de feria, pero la primera proyección pública y comercial de su invento -en el Salón Indien del Grand Café en el Boulevard des Capucines de la capital gala- aquel 28 de diciembre de 1895 fue el germen de lo que hoy conocemos como Séptimo Arte.

Salida de los obreros de la fábrica Lumière y Llegada de un tren a la estación de Ciotat -con los espectadores echándose al suelo, convencidos de que la locomotora los iba a arrasar- fueron dos de las películas que se proyectaron en aquella velada. Pero me gusta recordar El regador regado: ya en sus orígenes, los Lumière vieron que su ingenio podría -y serviría- para contar historias. No hay diálogos -aún faltarían décadas para la creación del sonoro- y la pieza apenas llega al minuto de duración; pero, sin saberlo, ya hay guion, narración visual -plano secuencia y plano general- y una intencionalidad, que es provocar la risa entre el respetable. Un clip tan elemental que hoy día se sigue representando y homenajeando.

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Me gusta el 28 de diciembre porque es la excusa perfecta para ver cine, pero, sobre todo, ‘cine dentro del cine’. Y es que pocas artes se han retratado, homenajeado y burlado de sí mismas tanto como este: con sus virtudes, sus defectos, sus vicios, sus imperfecciones y su magia. Desde ese Buster Keaton capaz de entrar en la pantalla y saltar de escena en escena dentro de la proyección en El moderno Sherlock Holmes (1924) -un guiño que imitaron, entre otros, Woody Allen (La rosa púrpura del Cairo, 1985) y John McTiernan (El último gran héroe, 1993)- hasta esos españolitos que llegan a la Alemania fascista para filmar un pastiche folklórico en La niña de tus ojos (Fernando Trueba, 1998), pasando por las aventuras de El cameraman (Edward Sedwick, 1928), el ocaso de las estrellas de El crepúsculo de los dioses (Billy Wilder, 1950), las ambiciones sin escrúpulos de los Cautivos del mal (1952), la tragicómica implantación del cine sonoro según Cantando bajo la lluvia (Stanley Donen & Gene Kelly, 1952), cómo sacar adelante un gran rodaje en La noche americana (François Truffaut, 1973), el triunfo de la voluntad por encima del talento de Ed Wood (Tim Burton, 1994) o la pesadilla indie de Vivir rodando (Tom DiCillo, 1995), por solo cerrar un puñado de títulos a volapluma, sin olvidar aquel estupendo The Artist (Michel Hazanavicius, 2011) que, en cierto modo, cerraba el círculo con una vuelta a los orígenes.

Alguno de estos que he citado caerá hoy en esta partícular e íntima fiesta que me doy. ¿Y tú? ¿Cuál me recomientas?

Feliz Cine.

120 years watching movies together from Tàndem Entertainment on Vimeo.

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