
‘Tesis’ cumple veinte años, y nunca está de más volver a echarle un vistazo en estas fechas. Primero, porque muchos teníamos más o menos esa edad cuando esta peli vio la luz; segundo, porque algunos aspirábamos a lo que esos chavales de nuestra quinta (Amenábar, Noriega, Fele, etc) habían logrado, hacerse un pequeño hueco en una exigua industra del cine español que, tradicionalmente, siempre había mirado con cierto recelo a los recién llegados (y más si lo hacían con esas edades tan «insultantes»).

Vista con la perspectiva del tiempo, hay que reconocer que ‘Tesis’ es un thriller verdaderamente eficaz y con un empaque milimétricamente estudiado desde el punto de vista de la narración audiovisual (planificación, encuadres, movimientos de cámara, uso del sonido y del off, los «fuera de campo»…), aunque el guion cojee un poco con tanto «cambio» de villano a cada tres secuencias. A decir verdad, esto ya lo percibí desde que la ví por primera vez cuatro días después de su estreno (en una sala en la que, todo hay que decirlo, no llegábamos a la media docena de espectadores). Y, siendo sinceros, quizá hoy siete «goyas» (incluído Mejor Película) nos parezcan una burrada… aunque, por otro lado, suponía todo un soplo de aire fresco en una institución con (mala) fama (quizá adquirida injustamente) de rancia y casposa.
‘Tesis’ nos trajo términos como el snuff, prácticamente desconocido en España, nos introdujo en las tripas de lo que entonces era el futuro de la comunicación audiovisual en nuestro país (con esa tribu de alumnos con más carpetas de apuntes y menos medios prácticos en la madrileña Facultad de Ciencias de la Información), Noriega y Fele fueron todo un descubrimiento (el Chema de este último sigue siendo uno de los mejores secundarios de la década de los noventa) y nos regaló una aventura quizá algo inverosímil, pero ágil, fresca y de lo más disfrutable.
Hoy, en la era de los móviles, los whatsapps y las redes sociales, ‘Tesis’ sería inviable. No porque su formato analógico haya quedado tecnológicamente pasado de moda, sino porque, lamentablemente, su moraleja no tendría impacto en la actualidad: si entonces nos estremecíamos ante el anuncio morboso de la emisión de unas imágenes «que pueden herir su sensibilidad», hoy no solo serían de una terrible e indiferente cotidianidad, sino que servirían para alimentar insultos y batallas dialécticas (tanto virtuales como en platós de televisión) entre quienes denunciaran los crímenes del snuff y tronistas admiradores del guapo asesino. Seguro que Amenábar y Mateo Gil, cuando escribieron este guion, ni imaginaban que el futuro de la televisión sería aún más terrible que el que ellos esbozaron en su epílogo…

Mi no-café con Amenábar.
Dejad que os cuente una batallita -que uno ya peina canas y empieza a tener edad para ello- : como ya os he dicho, ví ‘Tesis’ casi de estreno, y un par de meses después el joven Amenábar vino al instituto donde yo estudiaba C.O.U. (él era exalumno) para dar una pequeña charla a propósito del lanzamiento de la peli. Le recuerdo como un tipo algo apocado, bastante callado al principio. Proyectó su corto ‘Himenóptero’, una maravilla hecha con tres duros pero con un dominio absoluto del lenguaje visual rodada un par de años atrás con una cámara Hi8 -la ya famosa XT500- , luego se soltó y con humildad y simpatía respondió a todas las preguntas -algunas más acertadas, otras quizá ingenuas o estúpidas- que de manera ordenada pero incansable le disparábamos el numeroso público presente.

Acabada la jornada, los asistentes fueron marchando poco a poco, pero la directora del centro me pidió que me quedara. Yo era el «crítico oficial» del ‘Basura lógica’, el periódico quincenal del instituto, y daba la casualidad de que un par de números atrás había publicado, precisamente, un artículo -amable pero algo escéptico, todo hay que decirlo- de la ópera prima de Amenábar. Me presentaron al joven director madrileño -de quien luego supe que éramos vecinos, aunque nunca coincidí con él- , y, quedando apenas cuatro personas en la sala, me lanzaron la pregunta del millón: «Nos vamos a tomar un café. ¿Te vienes?»
Dije que no. Que tenía un exámen al día siguiente y estaba más que verde. «Muchas gracias, no puedo; otra vez será».
Nunca hubo «otra vez», claro. Y no me preguntéis ni de qué iba el exámen ni qué nota saqué, porque ni me acuerdo, pero durante mucho tiempo le dí muchas vueltas a aquel café con tertulia que no me tomé con Amenábar. Ahora, veinte años después, lo recuerdo y lo comento como una curiosa anécdota que no lleva a ningún lado, pero que ahí está. Cosas de la vida.