En menos de una semana, hemos podido asistir a dos ejemplos bien diferentes de cómo afrontar una gala de entrega de premios en estos tiempos de pandemia. Los Feroz del pasado 2 de marzo apostaron por un acto enteramente presencial, con un protocolo sanitario poco claro -el uso de mascarillas en el escenario quedó a criterio de cada uno, y en el patio de butacas, aunque había separación, esta se rompía cada vez que alguien atravesaba su fila para ir a recoger premio- y, sobre todo, con unos supuestos golpes de humor y diversidad con los que no solo no empaticé, como ya comenté en su momento, sino que los encontré incluso vulgares en algunos momentos.
En el Soho CaixaBank, teatro levantado donde antes hubo un añorado cine -como nos recordó el anfitrión Antonio Banderas en uno de los muchos inspirados momentos de la noche-, no hubo lugar ni a la improvisación ni a la controversia. La ceremonia de los Premios Goya 2021 arrancó con una brevísima fanfarria en directo -a cargo de la Orquesta Sinfónica de Málaga- para dar la bienvenida al oriundo más universal -con permiso de Picasso- que lo primero que hizo fue dedicar unas palabras «a la familia del cine» para a continuación compartir unos segundos de silencio en recuerdo y homenaje a las víctimas del Covid-19 junto con un buen número de técnicos en el escenario. Una solemnidad nada impostada que marcaría el tono de la noche: elegante, respetuosa, discreta incluso para ser un mero soporte para los verdaderos protagonistas, los nominados y los premiados, así como otros imprescindibles a los que el actor quiso recordar explícitamente: auxiliares, meritorios, conductores, eléctricos, exhibidores, distribuidores, taquilleros… Banderas y María Casado, por cierto, confirmaron que su química profesional es excelente.
Sorprendió que la primera tanda de premios, esos que arrastran la etiqueta equivocada de “menores”, los entregaran cinco pesos pesados: Pedro Almodóvar, Penélope Cruz, Alejandro Amenábar, Paz Vega y Juan Antonio Bayona. Lectura de finalistas en cada categoría y conexión en directo con todos ellos, en un juego de multipantallas que no tuvo un solo fallo importante en toda la noche, para dar paso al discurso en directo del ganador o ganadora. Curioso: en un año en el que ninguno de ellos pudo recoger in situ el cabezón, vivimos no solo las celebraciones más espontáneas y emocionantes -muchos de ellos estaban en casa con familiares y allegados, otros compartían local y pantalla con otros compañeros de rodaje también finalistas-, sino los discursos más breves, concretos y certeros que se recuerdan. Como anécdota, el pequeño despiste de coordinación entre los miembros del equipo de ‘La gallina Turuleca’… y eso que ellos sí que se lo debían de traer bien ensayado al no competir contra ningún otro trabajo en la categoría de Mejor Largometraje de Animación.
Así transcurrió con más brío del acostumbrado todo el reparto de galardones, salpicado por algunos tiempos muertos a los que ya estamos acostumbrados: números musicales -quizá demasiados-, el bonito homenaje a Ángela Molina -única premiada que sí subió al escenario-, un efectivo guiño a Berlanga -se echó de menos quizá otro al también centenario Fernán Gómez- y un emotivo In Memoriam que, a diferencia de años anteriores, no nos privó de ver a todos y cada uno de los rostros y nombres del cine español desaparecidos en el último año -salvo el de la añorada Rosa María Sardà, ausente del panel a petición propia– ni venían estos acompañados de las (polémicas y) diferentes intensidades de aplausos.
Aplausos. Eso fue lo que más eché en falta para quitarle algo de frialdad a la noche: ya que no había público, quizá los propios entregadores y hasta los músicos hubieran podido aportar ese reconocimiento sonoro y rítmico que todo artista agradece. Pero la verdad es que muchos de los sinceros vítores que llegaban por las videoconexiones cubrieron en gran parte ese déficit.
Una de las grandes novedades de este año -y que ya se había anunciado en días previos- fue la aparición de un buen número de amiguetes de Banderas que habían enviado mensajes de apoyo al cine español: desde Stallone, De Niro, Tom Cruise, Nicole Kidman, Laura Dern -divertidísima-, Dustin Hoffman o Emma Thompson hasta Guillermo del Toro, Iñárritu, Helen Mirren, Ricardo Darín o Barbra Streisand -en off y pieza musical incluida-, entre otros muchos. Una aportación curiosa que creo hubiera funcionado mejor repartidas en un par de bloques, y no en los cuatro o cinco en que se dividió y que ralentizaba el ritmo de la ceremonia.
Creo que fue la entrega de premios de la Academia más acertada y dinámica en muchos años, porque a pesar de irse a las dos horas y media, fue más breve de lo habitual -en años anteriores, no recuerdo haber terminado nunca antes de la una y pico de la madrugada-. Los discursos, en general, fueron todos como un tiro -incluso aquellos con mensaje social o político, como los de Mabel Lozano o Alberto San Juan-, sobresaliendo las acertadas palabras de Mario Casas recordando sus orígenes “a tres metros sobre el cielo”, el dúo a capella Aránzazu Calleja-Maite Arroitajauregui, entonando el cántico de las brujas de ‘Akelarre’, y el excelente speech de Ana María Ruiz, enfermera, antes de entregar el último y más esperado galardón de la noche.
La velada nos dejó también algunos momentos maravillosos para el recuerdo: el troleo accidental de Celia de Molina -festejando el premio de su hermana Natalia cuando en realidad la ganadora había sido Nathalie Poza-, las emocionadas lágrimas de Rozalén, el primer Goya para un actor de color –Adam Nourou– y para una directora de fotografía –Daniela Cajías– y el triunfo incontestable del cine independiente –‘Las niñas’, ‘Ane’, ‘No matarás’, ‘Akelarre’– en un año tan extraño como ecléctico y brillante, donde, por primera vez que yo recuerde, seis de los premios considerados principales han sido para seis trabajos completamente diferentes y se premiaron en igual número, y por méritos propios, tanto a hombres como a mujeres.
He leído a no pocos blogueros y periodistas echando en falta algo más de humor. Respetuosamente, discrepo: la experiencia en ediciones anteriores, con gracietas y chistes metidos con calzador que apenas despertaban una tímida sonrisa entre el respetable, hubiesen quedado aquí completamente fuera de lugar dado el tono sobrio y formal que tenía la ceremonia desde el minuto uno y que, sin errores destacables -me niego a valorar los denigrantes y vomitivos comentarios misóginos que se pudieron escuchar en la alfombra roja- y con un palmarés tan igualado y repartido, convirtieron a la noche de los Goya 2021 en una de las más sobresalientes de los últimos tiempos. ¿Que puede hacerse una ceremonia aún más corta, más ágil, más desenfadada y menos solemne? Sin duda. Pero si tomamos la 35ª celebración de estos premios como punto de referencia, creo que iremos por el buen camino. O, como diría nuestro mandaloriano favorito: «this is the way».
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