Tuvo un estreno discreto -tras el verano de la pandemia, cuando la reapertura de cines y teatros se hacía con aforos limitados o directamente no se hacía-, se colocó, para sorpresa de muchos, entre las favoritas a los Premios de la Academia 2021 -con el récord de nominaciones de esta 35ª edición, nueve-, fue la cinta más premiada en la ceremonia de los goyas virtuales con cinco cabezones en su palmarés, y ahora, tras su lanzamiento internacional en Netflix -ya estaba disponible en otras dos plataformas* desde febrero, pero solo en España-, se ha convertido en la tercera película más vista a nivel global y de la que todos hablan, comentan y alaban en las redes sociales. ¿Por qué ‘Akelarre’ se ha convertido en un fenómeno viral en todo el mundo? A mí se me ocurren estas cinco razones:
Feminismo y pedagogía. Vivimos un tiempo de crispación constante, donde la polarización de opiniones apenas deja espacio para los grises: todo ha de ser blanco o negro. Incluso el propio movimiento feminista, protagonista de una revolución silenciosa convertida ya en clamor por la igualdad en todos los rincones del mundo, no solo se ha visto atacada con acusaciones pueriles y sin fundamento por ciertos sectores reaccionarios, sino que empieza a ser discutido desde dentro de sí mismo por la pérdida de capacidad de escucha y diálogo. ‘Akelarre’, historia de unas jóvenes -casi niñas- que fueron acusadas de brujería en el País Vasco del S. XVII por una Inquisición aviesa de poder, es el relato de la dignidad frente al miedo, del empoderamiento frente al sometimiento, de la unidad frente al individualismo, de la inteligencia colectiva frente al dogma monolítico. ¿Qué mejor manera para resaltar esas virtudes que mediante un cuento siniestro y a la vez luminoso que nos revela una de tantas historias de la Historia? ¿Qué mejor vía para el feminismo que la pedagogía frente la imposición de las ideas?

Nuevos rostros. Nadie discute el talento y el buen oficio los Mario Casas, Candela Peña, Javier Bardem o Maribel Verdú de turno. Pero lo cierto y verdad es que la sobredosis de mismos rostros tanto en la pequeña como en la gran pantalla puede llegar a agotar al respetable -hasta no hace mucho, incluso se hacían chistes sobre qué película no tenía a Antonio de la Torre en el reparto-. El público agradece un soplo de aire fresco de cuando en cuando, y en ‘Akelarre’, salvo por la presencia de los ya veteranos Alex Brendemühl y Daniel Fanego, el elenco es toda una insólita novedad, arriesgada y maravillosa.
Todas a una. Amaia Aberasturi emerge como la cabecilla del grupo, reafirmada con una primera nominación al Goya. Sin embargo, este es uno de esos ejemplos en los que si existiera un galardón al Mejor Elenco, habría ganado de calle: las jóvenes protagonistas de ‘Akelarre’ –Garazi Urkola, Yune Nogueiras, Jone Laspiur, Irati Saez de Urabain y Lorea Ibarra-, fantásticas todas ellas, potencian su talento apoyándose unas con otras en una relación cómplice que se transmite a la pantalla y que les da carácter individual como intérpretes pero una fuerza descomunal como grupo, muy bien aprovechado por el director Pablo Agüero gracias a la gran labor previa de su equipo de casting. Ver a estas actrices danzar y cantar alrededor del fuego ante el pánico de sus beatos captores es uno de los momentos más inspirados de la película y una de las escenas más icónicas de nuestro cine presente.
La fuerza del euskera. Si bien es verdad que en ‘Akelarre’ el uso de este idioma está tan presente como el castellano -justificado claramente por motivos narrativos-, 2020 ha venido a confirmar la fuerza de la lengua y de las historias autóctonas del país vasco que ya se venía atisbando en los últimos años gracias a películas como ‘Loreak’ (2014) o ‘Handia’ (2017), ambas dirigidas por el tándem Jon Garaño-Aitor Arregi. ‘Ane’ (David Sañudo) -con otros cuatro premios Goya este año-, ‘Hil Kanpaiak’ (Imanol Rayo) o la televisiva ‘Patria’, creada por Aitor Gabilondo para HBO, dan buena cuenta de ello. Tampoco me olvido de ‘Baby’, el esperado regreso de Juanma Bajo Ulloa, si bien es verdad que su película sin diálogos, como casi todo su cine, se escapa de cualquier clasificación tradicional. Ulloa, no lo olvidemos, ya encabezó a aquella inolvidable generación de cineastas vascos que surgió en los noventa junto con Álex de la Iglesia, Julio Medem o Enrique Urbizu, entre otros.
Cine independiente de alto nivel. No nos engañemos: en el subconsciente del espectador medio, la palabra “independiente” aún lleva asociada cierta connotación negativa, como cutre o de baja calidad por su falta de medios. El gran éxito de los Blogos de Oro en su primera edición como premios del cine independiente español no solo ha sido el cerca de medio centenar de largometrajes presentados, sino la sobresaliente calidad técnica y cinematográfica de muchos de ellos que se ha visto recompensado luego en las grandes ligas, como la ya citada ‘Ane’, la multipremiada ‘Las niñas’ (Pilar Palomero) o la sorprendente ‘My Mexican Bretzel’ (Nuria Giménez Lorang). No quiero olvidarme de ‘Planeta 5000’ (Carlos Val), ‘Mujereando. El Quejío de una Diosa’ (Carmen Tamayo), ‘La desvida’ (Agustín Rubio Alcover), ‘Estándar’ (Fernando González Gómez) o ‘El arte de volver’ (Pedro Collantes), obras muy notables sin apenas distribución y que, como en el caso de ‘Akelarre’, bien merecen que un Netflix o un Filmin de turno apuesten por ellas.
