¿Quién teme al lobo feroz?
Érase que se era dos niños que vivían con su mamá en un tranquilo y apacible pueblecito… hasta que un día llegó un hombre bueno y santo, y afirmando conocer al difunto padre de los pequeños, entró en su casa, en sus vidas, y se quitó la máscara para descubrir al lobo feroz que había debajo, dispuesto a comerse a los chiquitines…
Este podría haber sido el arranque, o la sinopsis, de un cuento ¿infantil? de los hermanos Grimm. No le falta de nada: infantes protagonistas, adulto amenazador y terrorífico, atmósfera opresiva, angustia, huída… pero no, se trata, en esencia, de lo que nos cuenta La noche del cazador, extraño título -la trama se desarrolla en sucesivos días con sus respectivas noches; no hay ninguna noche en particular- para el, eso sí, magnífico clásico firmado por Charles Laughton en 1955, con la colaboración no acreditada de Terry Sanders y del propio Robert Mitchum.
He de decir que no me esperaba así la película –de hecho, no me la esperaba de ninguna manera en concreto: era uno de esos films etiquetados como imprescindibles que hasta ahora no sólo no había descubierto, sino que he tenido la fortuna de disfrutarlo sin saber ni un ápice de su argumento- , y la sorpresa ha sido más que grata, fabulosa. Sí, podría esperarse siendo un clásico del siglo XX; pero es que últimamente me había encontrado con algún que otro título que, a pesar de estar calificado como tal, me había dejado con una sensación rara, agridulce, incluso algo decepcionante…*
Sin duda, el epicentro de esta gran obra es un colosal Robert Mitchum como Harry Powell, el despiadado y frío asesino que se ve a sí mismo como un pastor divino sin reparo en cometer ningún tipo de atrocidad, convencido de que su encargo es una misión divina, y cuyas víctimas más frecuentes son mujeres que considera impías, pecadoras… hasta que olfatea el rastro de un dinero oculto, un botín desaparecido, una tentación demasiado suculenta para permitir que dos niñatos imberbes y su inestable madre se interpongan en su camino.
Pero no podemos obviar otra serie de elementos que hacen de La noche del cazador una película sobresaliente: el ritmo narrativo es pura tensión implícita, la planificación y la fotografía son de un expresionista que da miedo –con unos encuadres, unas sombras, una dureza en el blanco y negro analógico que deja en pañales a la digital y postmoderna Sin City (Frank Millar & Robert Rodríguez, 2005)- y los secundarios no desentonan frente al portentoso Mitchum, desde los propios críos -los desconocidos Billy Chapin y Rally Jane Bruce– a los adultos –Shelley Winters– , sin olvidar la que para mí es el gran descubrimiento de la cinta, Lilian Gish, actriz veterana curtida en el cine mudo ya en los inicios del Séptimo Arte, que encarna al particular cazador de esta fábula –bajo la apariencia de una modesta anciana que recoge en su casa a niños sin hogar- de manera sublime e impecable.
Si tuviera que ponerle un pero a este peliculón, debería indicar que el proceso evolutivo que sufre el personaje de Winters es un tanto abrupto –pasa de ser una apocada viuda a una ferviente acólita de Mitchum/Powell en prácticamente un abrir y cerrar de ojos- , así como que el film peca de ingenuo, visto desde el prisma actual, en su final un tanto endeble, que nos deja un pequeño regusto amargo por tan inesperado anticlímax… pero a pesar de ello, no puedo dejar de alabar a esta obra casi redonda. Una gozada.
Recomendado para cinéfilos de pro.
* véase Anatomía de un asesinato.