Doctor Zhivago

Leyendas de pasión.

Me cuesta conectar con el cine de David Lean: gigantesco, fastuoso, enorme, épico, espectacular, quizá algo hiperbólico, pero inconfundible. Sin embargo, y casi siempre, no sé por qué no me es fácil engancharme a sus películas desde el minuto uno. Para mi gusto, son, y permitidme la analogía, como gigantescos trenes de mercancías: les cuesta arrancar, y cuando cogen velocidad, o bien son majestuosas y elegantes, o se me descarrilan sin remedio…

Algo así es lo que me pasa con este Doctor Zhivago (1965), basado en la novela homónima de Boris L. Pasternak y que se rodó en diferentes localizaciones españolas -Madrid, Soria, Salamanca- ; el primer tercio del film –cuyo metraje, por cierto, oscila entre los 192 y los 200 minutos, según las diferentes versiones y reediciones- es una auténtica cuesta arriba, un Tourmalet algo folletinesco donde los protagonistas, acomodados en su noble estatus en la época de la Rusia pre-revolucionaria, viven por y para sus riquezas, sus familias y sus líos de faldas. Lo siento, pero no me engancha lo que le ocurra o deje de ocurrir a estos señoritingos de alta alcurnia. Eso sí, debo reconocer que luego el film remonta -¡y de qué manera!- cuando se adentra en las consecuencias de la revolución bolchevique de 1917; es a partir de este punto cuando la supervivencia es más importante que las posiciones sociales y que los conflictos románticos, aunque éstos últimos estarán inevitablemente presentes durante toda peripecia vital del protagonista que da nombre al film, el doctor Yuri Zhivago, solventemente encarnado por Omar Sharif.

Doctor_Zhivago
¡Que vienen los rojos!… ¿A Moscú o a Canillejas?

La película cumple con rigor todos los parámetros de aquel cine que los americanos tendieron a llamar bigger-than-life, ese en el que se desarrollaban odiseas personales aparentemente insignificantes, pero tremendamente poderosas, en medio de conflictos históricos de increíble magnitud y trascendencia. Sin embargo, Doctor Zhivago adolece no sólo de esa larga –y algo anodina- presentación de personajes descrita en el párrafo anterior, sino que el casting es algo desacertado: si bien el ya nombrado Sharif, como digo, carga con dignidad con el peso de un protagonista que va claramente de menos a más –al menos, en cuanto a intensidad dramática e interpretativa se refiere- , y otros como Julie Christie y Geraldine Chaplin cumplen con sobrada eficacia, me cuesta creerme a los muy británicos Alec Guinness y Ralph Richardson; son magníficos intérpretes, pero su físico está en las antípodas de la rudeza rusa y no puedo evitar verlos como un par de distinguidos englishmen.

Con todo y con eso, no puedo restarle méritos a Lean y a una obra que es todo un clásico del siglo XX, que quizá no esté al nivel de su inolvidable El puente sobre el río Kwai (1957) –para quien esto escribe, su mejor trabajo, con diferencia- , pero que indefectiblemente deja poso en el espectador, influyendo de manera muy notoria en posteriores trabajos literarios y cinematográficos de otros autores -me vienen rápidamente a la cabeza la ambientación del Hamlet de Kenneth Branagh (1996) y muchos de los pasajes de la novela de Ken Follett La caída de los gigantes– y regalándonos además una de las más bellas partituras de la Historia del Cine, firmada por el maestro Maurice Jarre: ¿quién no ha tarareado alguna vez el tema de Lara?

Recomendado para amantes de la épica clásica.

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