Que la Fuerza te acompañe.
Hoy, 29 de agosto, no quería dejarlo pasar sin compartir con vosotr@s la que, como muchos ya sabéis –y si no, es probable que alguna vez os lo hayáis preguntado- , la que es mi película favorita de todos los tiempos: La Guerra de las Galaxias. Y cuando digo estas cinco palabras, no hablo ni del Episodio IV, ni de Una Nueva Esperanza, ni de tantos otros términos que diferentes y enfermizas campañas de marketing han acuñado y nos han implantado casi casi a la fuerza -¿o, en un juego de palabras, sería más correcto decir que se han impuesto a la Fuerza? A ver quién pilla el chiste…- durante las últimas décadas.
No, yo quiero defender y defiendo, ahora y siempre, a la película original, a la que se estrenó en 1977 –por favor, obviemos esas nefastas remasterizaciones con añadidos de finales de los noventa- y que hoy día, lamentablemente, es prácticamente imposible de localizar –servidor guarda, como oro en paño, la trilogía clásica original en VHS- ; la que revolucionó el mundo de los efectos especiales; la que dio un vuelco al cine como espectáculo colectivo para gozo y disfrute del público –un concepto que, probablemente, no se daba a tal escala desde los tiempos de la memorable Ben-Hur (William Wyler, 1959)- ; la que impulsó a un Hollywood aletargado y deprimido que perdía espectadores tras la masiva aparición de los televisores domésticos; la que, con sus virtudes y defectos, marcó y sigue marcando a varias generaciones de espectadores en todo el planeta.
George Lucas, que por entonces sólo había firmado la orwelliana THX 1138 (1971) y la muy particular American Graffiti (1973), decidió romper con el sistema de majors preestablecida en la Meca del cine para sacar adelante, bajo su empeño personal, lo que para los cerrados magnates del stablishment no era más que un costosísimo cuento infantil poblado de extrañas criaturas (sic). Así, montó su propia productora –Lucasfilm, LTD.– y su propia empresa de FX –Industrial Light & Magic– para, rodeado de un montón de colaboradores y universitarios, sacar adelante lo que en un primer momento se llamó The Star Wars, la historia de un joven granjero espacial –Luke Starkiller, después rebautizado, como ya sabemos, como Luke Skywalker– que se verá envuelto en mil y una aventuras contra el cruel Imperio Galáctico.

La Guerra de las Galaxias no posee el guión más original del mundo; eso lo percibe hasta un niño de cinco años. Bebe de muchas fuentes, desde la literatura clásica juvenil hasta mitos y relatos orientales, pasando por el cómic y las aventuras espaciales de gente como Flash Gordon o Buck Rogers, y filtrado por el tamiz de cierto misticismo espiritual, religioso, sí, pero universal –no es cristianismo, ni budismo, ni islamismo… pero tiene un poco de todas- . Lucas supo construir un relato ágil, fantástico, coherente con el universo planteado y, sobre todo, poblado de personajes inolvidables, carismáticos, míticos: Luke, Han, Leia, Chewie, Obi-Wan, el malvado Lord Darth Vader, los andriodes R2-D2 y C-3PO… héroes y villanos perfectamente reconocibles y que desde hace décadas forman parte, por derecho propio, del imaginario colectivo. Una fantasía audiovisual en la que todas las piezas encajaron perfectamente, desde la eficaz puesta en escena hasta el ágil ritmo narrativo del que hace gala el montaje, sin olvidar, cómo no, una portentosa banda sonora a cargo del maestro John Williams, un score que todo hijo de vecino tiene grabado en su mente –y quien no la haya silbado o tarareado alguna vez, que tire la primera piedra- .
No voy a detenerme a comentar ni el complicado rodaje ni el éxito económico que supuso para las arcas de la Twentieth Century Fox –que se animó, casi sobre la bocina, a distribuir la cinta, gracias sobre todo al buen ojo que tuvo uno de sus principales responsables por aquél entonces, Alan Ladd jr., que junto con Lucas fue el único que vio de antemano el potencial que encerraba aquél loco proyecto- , ni del revolucionario merchandising que generó ésta y sus dos inmediatas -y también antológicas- secuelas, El Imperio contraataca (Irvin Kershner, 1980) y El retorno del jedi (Richard Marquand, 1983). Más allá de las curiosidades, anécdotas y trascendencia palpable que tuvo y sigue teniendo el film –para ello, nada mejor que echar un vistazo a los cientos de documentales, artículos, reportajes y diversos estudios que fuentes oficiales y extraoficiales han publicado durante las últimas tres décadas- , considero a La Guerra de las Galaxias el paradigma mismo de la culminación de un sueño: el sueño de su director y guionista, que venció obstáculos y dificultades para llevar al celuloide su particular mitología/homenaje a sus héroes de la infancia; el sueño de los jóvenes entusiastas que participaron en el desarrollo de la película, la mayoría sin ninguna experiencia práctica en el Séptimo Arte, pero cuyo tesón, talento y entusiasmo les llevó a superar los retos técnicos de la época y a marcar un antes y un después en la concepción misma de las películas; pero, sobre todo, es el sueño de todos nosotros, niños y grandes, que seguimos disfrutando de principio a fin con esta maravilla circense, este portentoso espectáculo cinematográfico repleto de momentos y secuencias inolvidables –apuesto a que todos, todos, tenemos una escena favorita de este film, y os invito a que lo compartáis en esta página- , que ha traspasado los límites de la pantalla para convertirse en referencia imprescindible de la cultura popular -y que ha sido objeto de guiños, parodias, homenajes y referencias innumerables- y que, particularmente, me ha marcado de manera especial, en mi carácter y en mi formación cinéfila, más que ninguna otra película de toda la Historia del cine. Objetivamente, no será la mejor. Para mí, la más grande. Insuperable.
Recomendado para cinéfilos y soñadores.
¿Esto ha venido porque has oido la noticia de hoy de los 3ds? Jajajajajaja
Qué de ir, yo también estoy loco por esta mezcla de fantasía espacial y mitologia medieval. ¿Escena favorita? Creo que la huida de la Estrella de la Muerte, contra los cuatrro cazas TIE centinelas. Aunque reconozco que en esa escena la música hac mucho…