Que nos quiten lo ‘bailao’.
A pesar del tremendo éxito que supuso el Superman (1978) de Richard Donner a finales de los años setenta, lo cierto y verdad es que los héroes de cómic no tuvieron excesiva relevancia cinematográfica durante los dos siguientes lustros: Hollywood no parecía demasiado interesado en dar vida fílmica a unos personajes surgidos de la tinta y las páginas de los tebeos, si acaso para darles cancha –y sin demasiado lustro- en la pequeña pantalla -¿quién no recuerda los risibles seriales del increíble Hulk protagonizados por Lou Ferrigno?- , y creaba sus propios mitos del celuloide; sin embargo, todo aquello dio un vuelco cuando, a finales de la década de los ochenta, se estrenó Batman (1989), fastuosa adaptación –en su momento fue la película más cara de la Historia hasta la llegada de Terminator 2. El juicio final (James Cameron, 1991)- de las aventuras del justiciero alado y enmascarado de la ficticia ciudad de Gotham que creara Bob Kane para DC Cómics medio siglo antes.

Huelga recordar que el film supuso el salto a la primera división hollywoodiense de Tim Burton, realizador outsider que por aquel entonces sólo contaba con un puñado de cortos y dos extravagantes películas a sus espaldas –La gran aventura de Pee-Wee (1985) y Bitelchús (1988)- , lo que le convertía, a ojos de muchos, en una apuesta demasiado arriesgada para una empresa tan ambiciosa y costosa. También nos acordaremos todos de la brutal campaña de marketing que rodeó al film y que lo convirtió en el indiscutible blockbuster del verano del 89, batiendo casi todos los récords de la época y desatando un efímero revival del universo de los superhéroes. Era, sin duda, la película que todos los chavales entre los ocho y los dieciocho años queríamos ver: acción, tiros, persecuciones, gadgets, personajes fácilmente reconocibles, efectos especiales, aventuras… el resultado, por aquel entonces, no nos defraudó; vale, yo en su momento ya percibí ciertos altibajos narrativos, pero se suplían con un buen puñado de excelentes escenas y un impagable Joker encarnado por un divertidísimo Jack Nicholson.
Pero, ¿y ahora? ¿Ha aguantado este Batman el paso del tiempo tras haber descendido a los infiernos con las sonrojantes secuelas firmadas por Joel Schumacher –Batman Forever (1995); Batman & Robin (1997)- y resucitar posteriormente con la sobresaliente Trilogía del Caballero Oscuro de Christopher Nolan (2005-2012)? Aun siendo loable el look oscuro y taciturno que Burton imprimió al justiciero alado, siendo completamente sincero debo decir que… no. Sobre todo existiendo como existe la saga protagonizada por Christian Bale, y ya sé que las comparaciones son odiosas. Pero es lo que hay. Incluso haciendo el ímprobo esfuerzo de olvidar todas las películas anteriores y posteriores que se hayan realizado con el hombre murciélago como protagonista, es innegable que la primera entrega burtoniana peca de un guion alarmantemente conformista, apoyado en dos o tres set-pieces bien ejecutadas –todas aquellas en las que aparece el batmóvil; la aplaudida aparición del batwing; el clímax en la cima de la catedral- pero trufado de diálogos casi risibles, sobre todo en los momentos románticos entre el héroe y la chica de la función. A Nicholson le seguimos viendo con cierta simpatía, aunque su histrionismo resulte por momentos cargante; pero Michael Keaton nunca terminó de cuajar ni como Batman ni como Bruce Wayne, evidenciando una falta de carisma y personalidad innatas en otros héroes ochenteros –Han Solo, Marty McFly o los mismísimos Goonies– ; y Kim Basinger está como desubicada en la función; el resto del elenco lo componen personajes que o bien quedan como meros panolis –ese comisario Gordon (Pat Hingle) que llega tarde a todo, ¿os habíais dado cuenta?- o como meros convidados de piedra –ni el alcalde (Lee Wallace) ni ese Harvey Dent afroamericano (!) (Billy Dee Williams) pintan nada en la trama- , salvando, si acaso, al entrañable mayordomo Alfred Pennyworth con rostro y gesto de Michael Gough.

No podemos obviar que estamos ante un producto de su tiempo -pocas cosas hay más ochenteras que Prince, encargado de lanzar un LP inspirado en el film- , que su ambientación y su puesta en escena nos hipnotizaron en su día, que cuenta con una vibrante BSO a cargo de Danny Elfman –cuyo sospechoso parecido con el score de Jean-Claude Petit para Cyrano de Bergerac (Jean-Paul Rappeneau, 1990) es digno de estudio, dado que la francesa es posterior- y que rescató del ostracismo a un género y un personaje considerados hasta entonces menores, dándoles una pátina de cierta verosimilitud aunque siempre amparados por las licencias que te otorga el género. Digámoslo claramente: hoy la peli apenas se sostiene –salvo que se tenga menos de doce años de edad- , pero nos otorgó diversión adolescente y la posibilidad de ver un Batman que ya no era un tipo fondón embutido en un pijama gris y azul. Pues que nos quiten lo bailao.
Recomendado para incondicionales de los cómics de celuloide.
P.D.: tres años después, Burton dirigiría una exitosa secuela, Batman vuelve (1992), más fantástica, oscura y barroca. Pero de esa, quizás, hablaremos otro día…
Pues me gusta mucho más esta que cualquiera de sus secuelas. Yo creo que resiste el paso del tiempo mucho mejor de lo que dices, desde luego mucho mejor que el Superman de Donner… Y que ese ambiente oscuro y barroco viste el personaje mucho mejor que la Gotham realista de Nolan (aunque aquella, indudablemente, tenía mejor guión y mejores actores).
Ya sé que el Superman de Donner lo tienes atravesado. Paso palabra. Pero, ¿has vuelto ha ver recientemente este «Batman»? El guion es muy flojito, los diálogos son inocuos, el ritmo narrativo está lleno de altibajos, algunas maquetas cantean demasiado y hay personajes que no pintan nada. En serio, échale un vistazo objetivamente y dime que no se te hace demasiado infantil…