Dentro del Laberinto

David Bowie, el lobo feroz.

Siguiendo con mi particular tendencia a recordar detalles y características propias del cine americano de los ochenta –es el que mamé de pequeño, qué le vamos a hacer- , hoy comenzaré recordando a esos músicos y cantantes de toda índole –principalmente pop, que era lo que más sonaba en radiocasetes y tocadiscos de vinilo- que, en un intento casi siempre artificioso de dar un giro artístico a sus carreras, y animados por unos productores que inexplicablemente veían en ellos un anzuelo seguro para la taquilla, protagonizaron algunos de esos títulos que permanecen como lejanos ecos en nuestra educación fílmica.

Así, pudimos ver en la gran pantalla y en los videoclubs de medio mundo a gente como Madonna –Buscando a Susan desesperadamente (Susan Seidelman, 1985); Shanghai Surprise (Jim Goddard, 1986); ¿Quién es esa chica? (James Foley, 1987)- , Sting –Dune (David Lynch, 1984); La prometida (Franc Roddam, 1985); Las aventuras del Barón Munchausen (Ferry William, 1988)- , Michael Jackson –Moonwalker (Jerry Kramer & Jim Blashfield & Colin Chilvers, 1988)- o Phil Collins –Buster, el robo del siglo (David Green, 1988)- ; pero si había un nombre que en el universo musical de aquella década destacaba por el aura de misterio, dualidad y androginia que le rodeaba ese era sin duda el de David Bowie, quien tras un efímero paso por televisión debutó en el celuloide con un extraño pastiche de ciencia-ficción –El hombre que cayó a La Tierra (Nicolas Roeg, 1976)- antes de protagonizar cintas como Feliz Navidad, Mr. Lawrence (Nagisa Ôshima, 1983) o El ansia (Tony Scott, 1983).

Y así, entre marcianos humanoides, soldados británicos y vampiros urbanos, Bowie quiso suavizar su imagen de cara al gran público, y así aceptó encarnar al temible Jareth, el Rey de los Goblins, una especie de lobo feroz con extensiones y vestuario postmoderno –para la época- en esta ambiciosa producción de Jim Henson y George Lucas protagonizada por un puñado de monstruitos de látex y una jovencísima Jennifer Connelly que por entonces ni se imaginaría que llegaría a ganar un Oscar.

Centrándonos en la propia película en sí, Dentro del laberinto parte de un planteamiento bastante elemental y habitual en el cine adolescente de aquella época: joven protagonista que ha de enfrentarse a una serie de retos increíbles en un mundo fantástico para conseguir una meta justa y noble –en este caso, rescatar al bebé secuestrado por el villano- . Desde el punto de vista fílmico, nada hay en esta película que la haga destacar por encima de títulos como Cristal oscuro (Jim Henson & Frank Oz, 1982), La historia interminable (Wolfgang Petersen, 1984) o Willow (Ron Howard, 1988), y hay elementos fácilmente reconocibles del universo literario de los hermanos Grimm; pero hay que reconocer que el film, aunque ciertamente previsible y con algunos tiempos muertos que detienen la narración a veces hasta la exasperación –principalmente, los copados por los innecesarios numeritos musicales del propio Bowie- , despierta ciertas simpatías en el espectador que ahora ronda los treinta y tantos años y que, en cada escena, rememora cómo la vivió por vez primera cuando apenas era un crío.

Vamos a destacar, si acaso, la más que notable planificación visual que nos propone Henson en este mundo de fantasía; de este modo, podemos encontrar imágenes tan sugerentes o llamativas como la entrada al laberinto –esa abertura que no se ve en el muro, pero que está ahí- , las rocas que en cierta perspectiva forman un gran retrato de Jareth o, lo mejor de todo, el clímax en el interior del castillo, todo un homenaje a las escaleras imposibles de Escher. Eso y el carisma de su joven actriz protagonista, la caperucita roja de la función, que con apenas dieciséis años ya apuntaba maneras, son lo más destacable de una película que quizá la guardemos con más cariño y mejor opinión de lo que cinematográfica y objetivamente se merezca, pero que sin duda alimentó los sueños de aventuras y fantasía a toda una generación. Y eso no es decir poco.

Recomendado para nostálgicos de las fantasías infantiles.

Una respuesta a «Dentro del Laberinto»

  1. A mí me pareció una película juvenil más que digna: Muy bien hecha, entretenida y poco pretenciosa (que en esto casos se agradece).
    Por cierto, en mi caso no influyó la nostalgia, ya que la ví por primera vez hace dos o tres años…

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