Entrañable horterada.
Cuenta la leyenda que, a principios de los años setenta, el sueño de un joven George Lucas era adaptar a la gran pantalla las aventuras de uno de sus héroes de cómic favoritos, Flash Gordon, pero que al descubrir que los derechos los tenía el productor italiano Dino De Laurentiis, decidió escribir su propia aventura espacial. El resto, es historia.
De los múltiples sucedáneos y pastiches galácticos –la mayoría de Serie B, algunos rozandola Serie Z- que poblaron las estanterías de los videoclubs de medio mundo durante los años ochenta, posiblemente esta coproducción angloamericana sea la que con más sonrojante cariño recordamos los treintañeros: esos decorados imposibles de cartón-piedra, esos colorines estridentes, esos efectos especiales de saldo… y la música de Queen.
Pero vayamos por partes. Porque sí, este Flash Gordon cinematográfico está repleto de momentos absurdos y situaciones grotescas, apoyadas en un guión firmado por un tal Lorenzo Semple –parece que haciendo honor a su apellido- a partir de una adaptación de Michael Allin –quien tras este trabajo no volvió a coger un boli en quince años- sobre los personajes creados por Alex Raymond –quien no vio nunca a su creación en la gran pantalla: falleció en 1956- . De entrada, y tomando como ejemplo el relativamente cercano en el tiempo Superman (Richard Donner, 1978), se decidió por una pareja protagonista desconocida a la que se rodeó de reputados secundarios. Así, el insólito e inexpresivo Sam J. Jones, cuyo currículum incluía un desnudo en la revista Playgirl de 1975 –bajo seudónimo- y un papelito secundario en 10, la mujer perfecta (Blake Edwards, 1979), se convirtió en el héroe de la función, mientras que Melody Anderson, que procedía de la ciencia-ficción televisiva –con apariciones en las setenteras Galáctica y La fuga de Logan– , se hizo con el papel de la novia de éste, la azafata Dale Arden. A su lado, el entrañable violinista en el tejado Topol sería el científico loco de la función, Hans Zarkov; el villano, una especie de Fu-Man-Chú galáctico, lo encarnaría nada menos que el imponente Max Von Sydow; una jovencísima Ornella Muti sería su caprichosa hija, la princesa Aura; y los británicos Timothy Dalton y Brian Blessed se convertirían en los príncipes Barin y Vultan, respectivamente, señores de dos de los reinos que componen Mongo, el imperio del malvado Ming.
Bueno, pues a la legua se ve que nadie en el reparto se toma en serio este trabajo. Y no es para menos; el libreto es un sindiós de mucho cuidado –según aterrizan en Mongo, Zarkov ya está proponiendo a Flash que lidere una rebelión contra Ming, cuando ni siquiera han conocido aún a ni uno sólo de los habitantes del planeta ni su situación de tiranía- , con diálogos que son para morirse –p. ej.: “Flash, te quiero, pero sólo tenemos catorce horas para salvar La Tierra”– y escenas de lo más estrambótico: el héroe enfrentándose a los soldados imperiales como si de un partido de rugby se tratara, la huída de Dale de los aposentos del emperador –con acrobáticas piruetas y disparando armas láser a los soldados del emperador; vamos, lo típico de una auxiliar de vuelo- o la ceremonia nupcial entre el villano y la chica, sencillamente demencial. Si acaso, el único que parece pasárselo pipa durante toda la función es el histriónico Brian Blessed, líder de los hombres-halcón.
En fin, que un primer y superficial vistazo a la cinta explican sin género de dudas su apabullante e indiscutible fracaso artístico y comercial. Pero no es truño todo lo que reluce, y en un visionado más detenido y concienzudo –bueno, todo lo concienzudo que el film puede dar, que tampoco es mucho- , se pueden encontrar hallazgos de lo más sorprendentes. Por ejemplo, la película cuenta con no más de tres momentos memorables, pero que por su planteamiento y ejecución merecen ser recordados: 1) cuando Ming tortura a Zarkov borrándole la memoria y éste ve, aterrorizado, todos sus recuerdos en un monitor de televisión, desde el más reciente hasta que es tan sólo un embrión nonato; 2) el desafío entre Barin y Flash en torno al letal árbol de iniciación, a modo de curiosa ruleta rusa; y 3) el combate a muerte, también entre el príncipe-árbol y el protagonista, en una plataforma oscilante sobre un abismo sin fondo.
Pero quizá lo más inquietante sea esto: como hemos dicho, Flash Gordon surgió a raíz del apabullante éxito de La Guerra de las Galaxias (George Lucas, 1977) –los pasillos del palacio de Ming parecen fotocopias de los de la Estrella de la Muerte- , pero bien es cierto que el modelito princesa asiática que le encasquetan a Dale Arden recuerda poderosamente al que lucirá Leia/Carrie Fisher en las primeras escenas de El retorno del jedi (Richard Marquand, 1983); que el asalto a la nave de Ming es similar al enfrentamiento en la barcaza de Yabba el Hutt; o que el reino de Arbórea es casi idéntico al poblado de los ewoks. No olvidemos que la tercera entrega de Star Wars no se estrenaría hasta tres años más tarde…
No quiero dejar de lado otro de los puntos fuertes de la película: la música. Como ya hemos comentado, el entonces emergente grupo británico Queen –muy conocidos en las islas pero casi unos recién llegados fuera de ellas- compusieron prácticamente toda la banda sonora, compuesta por dos canciones principales –Flash y The Hero– y dieciséis cortes instrumentales, publicadas en un LP de idéntico título al del film y que constituye una de las rarezas más buscadas por los fans del cuarteto londinense. Una BSO donde abundan las guitarras eléctricas y los sintetizadores y que nos retrotraen a los tiempos del Spectrum y el Commodore…
Ésta no es, ni por asomo, una buena película de aventuras -por momentos, incluso es previsible y aburrida- . Es un constante quiero y no puedo, un vergonzoso ejercicio de hipocresía cinematográfica –copiamos las ideas de otros, le sacamos brillo y las vendemos como nuevas- , un divertimento infantiloide que cualquiera de nuestros hijos o sobrinos encontrarían petardo e inmaduro. Pero los que crecimos con este tipo de subproductos fantásticos, donde la ingenuidad y la fantasía se daban la mano sin ningún tapujo, no podemos evitar esbozar una sonrisilla y recordar cuando jugábamos en la calle a ser Flash Gordon, a ser Luke Skywalker, a imaginarnos viviendo mil y una aventuras en planetas hostiles de galaxias lejanas sin siquiera salir de nuestro barrio.
Recomendado para nostálgicos de la aventura espacial ochentera.
Pequeño clásico de cine casposo de serie Z, e impagable la cantidad de tonterías que pudieron incluir en el metraje sin asomo de vergüenza. Lo mejor: ese final SPOILER con Ming vivo y dando pie a una continuación FIN SPOILER más que nada, porque se quedó en agua de borrajas…
Olvidada comentar lo más destacable de la película: la banda sonora de Queen, que demostraron que eran tan grandes que podían permitirse cachondadas del tamaño del Empire State, y seguir molando…
Flash Gordon is approaching!!!!!