Juegos de guerra

Paranoia militar en la ‘prehistoria 2.0’

Muchos, muchísimos años antes de que nos empezáramos a familiarizar con términos como ‘internet’, ‘módem’, ‘correo electrónico’, ‘redes sociales’ y demás vocabulario propio de la informática del siglo XXI, el realizador estadounidense John Badham dirigió una de las películas más minusvaloradas -probablemente porque, cuando se estrenó allá por el 1983, su planteamiento nos pareció del todo imposible… ¡qué equivocados estábamos!- pero, al mismo tiempo, más recordadas de su carrera: Juegos de guerra, una aparentemente inocente aventura juvenil que, en el fondo, encerraba una terrorífica fábula sobre la paranoia militar norteamericana durante la Guerra Fría.

David (Matthew Broderick) es un adolescente algo imberbe y despreocupado por sus estudios, y a la vez un cerebrito de los ordenadores. Una tarde, de manera accidental y como quien no quiere la cosa, conecta desde su destartalado PC de sobremesa con el sofisticado sistema de defensa nacional –llamado WOPR, que fonéticamente recuerda poderosamente al producto estrella de cierta cadena de fast-food– y, creyendo haber entrado en un portal de ocio, reta al supercomputador a un juego de estrategia bélica nuclear… sin saber que esta travesura provoca el caos y la confusión entre las altas esferas militares, que creen estar ante una amenaza seria y real por parte del temido enemigo soviético.

Hay cosas que, evidentemente, no se sostienen en la película: el joven protagonista no es que sea un lince en cuestiones de software y programación, es que, en algunos momentos, parece encarnarse en la versión adolescente del televisivo MacGyver –véase ese ingenio que se saca de la manga para escapar de la base militar o cómo logra llamar desde una cabina telefónica sin más ayuda que la arandela de una lata de refresco- ; pero, si obviamos esas licencias hollywoodianas y algo fantasiosas, lo cierto y verdad es que Juegos de guerra destaca por mostrar un retrato feroz y sin paños calientes de la obsesión reinante por aquél entonces ante la posibilidad latente y cierta de una Tercera Guerra Mundial –durante toda la trama, se respira una atmósfera prebélica ciertamente angustiosa, aunque alejada de la ironía y la mala leche de ¿Teléfono Rojo? ¡Volamos hacia Moscú! (Stanley Kubrick, 1964)- , y donde la pregunta no es si estallará o no el conflicto, sino quién atacará primero y cuándo…

wargamesTambién podemos contemplar hoy este film, treinta años más tarde, como un documento sin igual sobre los primeros pasos de la ‘aldea global 2.0’ que tan común nos es hoy día a todos los mortales. Por ejemplo, David se cuela en el ordenador de su escuela o del Ministerio de Defensa vía línea telefónica, algo insólito para los no iniciados en el tema por aquél entonces, pero hoy obviamente verosímil; o que entre sus hobbies está el conectarse aleatoriamente a otras computadoras sin más afán que el encontrar y bajarse juegos nuevos, lo que supone un clarísimo antecedente de las descargas por la red de hoy día.

La película también nos deja una interesante reflexión: como un clarísimo antecedente de Terminator (James Cameron, 1984), cuestiona explícitamente la conveniencia de dejar únicamente al criterio matemático de las máquinas el control total del armamento de una superpotencia nuclear, ya que si bien ésta nunca vacilará ante una decisión crítica –la película, de hecho, arranca con un prólogo en el que un militar se ve incapaz de cumplir una orden estratégica- ,  tampoco considerará otros valores más humanos y menos estadísticos.

No lo vamos a negar: su aire es inconfundiblemente ochentero, e incluso algo naïf para nuestra perspectiva actual, pero bien es cierto que este film establece las bases de lo que será el cine juvenil americano de la década -el Marty McFly de Regreso al futuro (Robert Zemeckis, 1985) y el John Connor de Terminator 2: El Juicio Final (James Cameron, 1991) llevan al protagonista de Juegos de guerra en su ADN- , y títulos como D.A.R.Y.L. (Simon Wincer, 1985) o El vuelo del navegante (Randal Kleiser, 1986) comparten con ésta más de una alegoría, permitiéndose incluso criticar la demencial obsesión armamentística americana con una moraleja tan sencilla como eficaz: “el único movimiento para ganar es no jugar”. Sin duda, algo insólito y audaz para un producto destinado a priori al entretenimiento banal e intrascendente…

Recomendado para espíritus juveniles y aventureros.

P.D.: por muy marciano que a alguno pueda sonarle, veinticinco años después vio la luz una aséptica pseudosecuela, inédita en España –salvo por su efímera y ocasional emisión, no hace demasiadas fechas, en TV- llevada a cabo por un tal Stuart Gillard y que, a pesar de bautizarse bajo el no muy ocurrente título de Juegos de guerra 2, ni tenía mucho que ver con su predecesora –repetía algún personaje pero ningún miembro del reparto original- , ni poseía el carisma de aquélla.

Deja una respuesta

Introduce tus datos o haz clic en un icono para iniciar sesión:

Logo de WordPress.com

Estás comentando usando tu cuenta de WordPress.com. Salir /  Cambiar )

Foto de Facebook

Estás comentando usando tu cuenta de Facebook. Salir /  Cambiar )

Conectando a %s

A %d blogueros les gusta esto: