Yippee-ki-yay!!!
Pocas películas de acción han trascendido tanto hasta nuestros días como Jungla de cristal (1988), film de acción convertido por derecho propio en un auténtico clásico del s. XX y que hoy podemos reivindicar sin rubor ninguno. Porque, aunque el actioner ochentero no nació con este film, lo cierto y verdad es que John McTiernan –todo un artesano del oficio, responsable de piezas inolvidables como Depredador (1987), La caza del Octubre Rojo (1990) o la descacharrante El último gran héroe (1993)- supo como nadie aunar todos los elementos para regalarnos todo un espectáculo pirotécnico, vibrante y sublime, ideal para quienes siempre supimos disfrutar, sin pudor ni vergüenza, del puro y duro entertainment palomitero de calidad.
Para gozar plenamente un film como Jungla de cristal, el requisito número uno es eliminar todo rastro de complejo y prejuicio. Hay que ser conscientes de ante qué tipo de obra cinematográfica nos encontramos, y tomársela, principalmente, como una comedia: porque esta odisea claustrofóbica con terroristas centroeuropeos, temerosos rehenes y un poli vacilón se cocina con los ingredientes habituales del género y de su época, pero no escatima en chascarrillos, chistes malos, tópicos caricaturizados y secundarios cómicos y/o pusilánimes que aderezan las escasas pausas que contiene esta emocionante montaña rusa.

¿Qué es lo que mejor funciona en Jungla de cristal? Lo fácil y lo obvio sería decir las secuencias más puramente de acción y testosterónicas –los enfrentamientos cuerpo a cuerpo están excelentemente coreografiados- , pero, si vamos un poco más allá, nos daremos cuenta de que nos encontramos ante una versión gamberra de El coloso en llamas (John Guillermin, 1974) construida sobre un guion trufado de excelentes e inolvidables set-pieces. A saber: el héroe (Bruce Willis) agazapado en el respiradero mientras el secuaz (Alexander Godunov), con el cañón de su ametralladora, va comprobando el hueco del tubo; la disimulada calma tensa de los villanos mientras el orondo cop (Reginald VelJohnson) hace una superficial ronda; o el juego de falsas identidades entre el policía rebelde y el líder terrorista (Alan Rickman) en su fortuito encuentro, son solo tres ejemplos de que algunos de los grandes momentos de la cinta se producen con silencios y miradas, y no precisamente con pirotecnia. Incluso McTiernan se permite salirse un poco de los esquemas -a veces misóginos- del género: pone nada menos que a una mujer (Bonnie Bedelia) como contrapeso de las bravuconadas del jefe terrorista, -lejos de ser el típico objeto decorativo, se encara y da réplica sin apenas concesiones- ; y retrata con inusitada mala leche a unas autoridades –cuerpo de policía, federales- cuya soberbia sólo está a la altura de su palpable ineficiencia.

Por ponerle pegas –que las tiene- , podríamos achacarle algunas situaciones decididamente recargadas –la prensa y los medios de comunicación no salen precisamente bien parados- así como ciertos personajes odiosos –ese compañero de oficina que parece puesto para que la audiencia aplauda cuando lo ejecutan- . Pero, en su género, Jungla de cristal es uno de los exponentes más sobresalientes, que no solo sirvió de ejemplo e inspiración para otras producciones posteriores durante finales de los ochenta y buena parte de los noventa, sino que lanzó al estrellato a su protagonista –el hasta entonces televisivo Willis- , nos descubrió a un villano de postín –Rickman- , nos regaló un héroe icónico –John McLane– y sentó las bases de un tipo de cine de acción y aventura con personajes sarcásticos y a la vez vulnerables, exhaustiva planificación, ritmo endiablado y eficacísimos efectos mecánicos, lejos de los montajes picaditos en exceso, mareantes zooms y asépticos FX digitales a los que, lamentablemente, se han acomodado la mayoría de producciones de género actuales.
Lástima que, igualmente, La Jungla haya derivado en una saga insulsa con cuatro espantosas secuelas, cada cual peor que la anterior. Pero siempre nos quedará esta inolvidable Nochebuena en el edificio Nakatomi.
Recomendados para amantes de la acción sin reservas.