No digas que fue un sueño.
Los que crecimos durante los años ochenta y primeros noventa recitamos de carrerilla tres nombres propios que pujaron por erigirse como los action hero por antonomasia de Hollywood: el austroamericano Arnold Schwarzenegger, exculturista cuatro veces campeón de Mister Universo y que saltó a la fama gracias sobre todo a Conan el Bárbaro (John Milius, 1982) y Terminator (James Cameron, 1984); el italoamericano Sylvester Stallone, encumbrado como guionista/protagonista de Rocky (John G. Avildsen, 1976) y encarnación de los sueños frustrados y la renegada generación post-Vietnam con su John Rambo del primer Acorralado (Ted Kotcheff, 1982); y el germanoamericano Bruce Willis, quien tras un exitoso paso por televisión junto a Cybill Shepherd (Luz de luna, 1985-1989), se rebeló como héroe corriente de carne y hueso –e incipiente alopecia- en la magnífica primera entrega de Jungla de cristal (John McTiernan, 1988) –Dios, acabo de citar una serie de títulos impresionantes a los que, más pronto que tarde, debo dedicarles sus respectivos homenajes como indiscutibles Clásicos del s. XX– . Una época esta en la que, lejos de alimentar egos y rivalidades en taquilla, dio como resultado una sólida amistad entre estos tres colosos refrendada con un macronegocio conjunto –la fallida cadena de restaurantes Planet Hollywood- y, más recientemente, en esporádicas colaboraciones/cameos/guiños a mayor gloria de sus millones de fans gracias a sus apariciones conjuntas en Los mercenarios (Sylvester Stallone, 2010), y su secuela, la reciente Los mercenarios 2 (Simon West, 2012).
Bueno, dejemos de momento a un lado a Sly y a Willis y centrémonos un poco más en Arnie. Ya hemos citado a su Conan y a su Terminator, y durante toda esta época, Schwarzenegger se caracterizó por protagonizar cintas hiperviolentas, algunas insustanciales –Commando (Mark L. Lester, 1985), Ejecutor (John Irvin, 1986)- o totalmente fallidas –Perseguido (Paul Michael Glaser, 1987), nefasta adaptación de un relato de Stephen King; o Danko: calor rojo (Walter Hill, 1988), típica y tópica buddy movie al lado del insulso James Belushi- , pero otras no sólo interesantes, sino sorprendentemente originales y de factura brillante; entre estas últimas habría que citar no sólo las anteriormente nombradas de Miluis y Cameron, sino también Depredador (John McTiernan, 1987), Terminator 2: el Juicio Final (James Cameron, 1991), El último gran héroe (John McTiernan, 1993) o Mentiras arriesgadas (James Cameron, 1994)… sin olvidarnos, claro está, de Desafío total (Paul Verhoeven, 1990).
La Tierra, el futuro. Douglas Quaid –Schwarzenegger- , es un simple obrero de la construcción, que lleva una normal y apacible vida junto a su bella esposa Lorie –Sharon Stone– . Pero algo le turba: desde hace un tiempo, tiene sueños con Marte, que se ha convertido en un inhóspito lugar controlado por un cruel gobernador –Ronnie Cox– y que escenario de multitud de revueltas sociales y actos terroristas. Tras ver un anuncio por televisión, decide ir a una peculiar agencia que le ofrece la posibilidad de viajar al planeta rojo sin moverse del sillón, es decir, implantándole en el cerebro un recuerdo de haber estado allí viviendo múltiples aventuras revolucionarias. Cuando Quaid despierta, todo el mundo parece querer eliminarle, incluso su propia esposa, convencidos de que es en realidad un espía secreto de los rebeldes marcianos…

El gran hallazgo de Desafío total –traducción algo a la ligera del original Total Recall, que hace referencia a los recuerdos del protagonista- es que, desde el primer minuto, juega con una ambigüedad en la que todo puede ser lo que parece y, a la vez, lo contrario. ¿Es realmente Douglas Quaid un líder insurrecto? ¿Existe una conspiración para eliminarle tras haber intentado borrarle la memoria? ¿O son todo desvaríos de una mente enferma –como llega a afirmarle uno de los personajes en un hotel en Marte- y lo que el protagonista está viviendo en el sueño, la fantasía que ha contratado en la agencia de viajes? El guión, basado en un relato corto de Phillip K. Dick –el mismo autor que inspiró las también magníficas Blade Runner (Ridley Scott, 1982) y Minority Report (Steven Spielberg, 2002)- está plagado de multitud de detalles que juegan con esa doble realidad, y que quizá tras un primer vistazo alguno de ellos pueden pasársenos por alto; de ahí que, otro de los grandes logros del film es que a cada nuevo visionado el espectador atento puede ir descubriendo nuevos enigmas que le hacen plantearse toda la realidad de la película: la chica que Quaid conoce en Marte –Rachel Ticotin– es sorprendentemente parecida a la que le diseñan en la agencia, pero anteriormente nuestro héroe ya había soñado con ella; el software de memoria que le implantan se llama, sospechosamente, ‘Cielo azul en Marte’ –clarísima referencia a lo que será el epílogo de la película- ; las ilustraciones, personajes, escenarios y situaciones que le venden en el paquete turístico coincidirán, punto por punto, con las vivencias de nuestro personaje durante toda su odisea… pero nunca queda del todo claro si estos elementos, y lo que sucede durante toda la trama, son o no sólo pura coincidencia.
Clarísimo antecedente de Abre los ojos (Alejandro Amenábar, 1997) –la escena del hotel descrita anteriormente es clavadita a la de la conversación en el bar entre Gérard Barray y Eduardo Noriega- , y clara inspiración del universo Matrix (Larry & Andy Wachowsky, 1999) -«tómese esta pastilla y despertará en la vida real»– , el holandés Paul Verhoeven –que acababa de estrenar otra maravilla del género, RoboCop (1987)- hace gala además de una concepción visual extraordinaria –el pasillo de seguridad del Metro; el recorrido en tren por Marte; las calles de Venusville; el interior de la Mina Pirámide- , unos efectos especiales de lo más solventes –el disfraz de Quaid en la terminal de pasajeros; la sorprendente aparición de Kuato- , una banda sonora inolvidable a cargo del maestro Jerry Goldsmith y multitud de escenas de acción brillantemente planificadas y ejecutadas, algunas quizá excesivamente violentas –el tiroteo en las escaleras del Metro, donde Quaid se ve obligado a utilizar a un pobre pasajero como escudo humano- pero técnicamente de factura impecable. Como digo, esta es una cinta original, entretenidísima, muy bien hecha y abierta a multitud de visionados e interpretaciones; una mezcla perfecta entre la acción más contundente y la ciencia-ficción más elaborada, que va mucho más allá de ser, simplemente, otra peli de acción de Schwarzenegger.
Recomendado para espectadores con olfato.
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