El Día de la Bestia

666: Álex de la Iglesia, bendito iluminado.

En un día como hoy, con tanto bombo con el tema del fin del mundo maya –escribo estas líneas a 21 de diciembre de 2012, cuando (aún) no ha pasado na’ de na’– , creo que es un buen momento para recordar mi película navideña y a la vez apocalíptica favorita: aquélla que sorprendió a propios y extraños y rompió unos rígidos y encorsetados esquemas de producción y narrativa en el cine español con la descacharrante historia de un cura vasco que llega a Madrid en la víspera de Navidad dispuesto a encontrar nada menos que al mismísimo Satanás

En otoño de 1995, un joven Álex de la Iglesia estrenaba, en apenas un puñado de salas de V.O. en Madrid y Barcelona, su segundo largometraje, El Día de la Bestia, con Álex Angulo, Santiago Segura y Armando de Razza al frente de un reparto donde también se daban cita Terele Pávez, Nathalie Seseña o Saturnino García: una comedia negra y descacharrante, en apariencia ligera –gracias a un endiablado sentido del ritmo combinado con un humor gamberrete bajo el envoltorio de eficaz thriller de acción- pero lleno de sutilezas, de mala uva y con una serie de elementos paródicos en su día pero que, con el paso del tiempo, se han vuelto de lo más proféticos.

Así, mientras acompañamos al sacerdote Ángel Berriartúa (Angulo) por los barrios más inhóspitos de una gran ciudad pre-apocalíptica –el film se adelantó también a la risible moda de películas sobre el fin del milenio que se agolparon durante los siguientes años- , De la Iglesia ya atisbaba sin pudor alguno una sociedad violenta, segregacionista y xenófoba, donde la gente bien de vez en cuando desciende a este aparente infierno en la Tierra –repleto de yonquis, mendigos, inmigrantes y amantes del heavy-metal- en sus todoterrenos de alta gama para eliminar cualquier elemento o individuo por debajo de su élite. En una palabra: para que los ricos vivan bien, se elimina, metafórica y literalmente, a las clases más bajas. Y todo ello, por supuesto, ante la ausencia de unas fuerzas del orden que ni están ni se las espera –salvo para multar coches mal aparcados o acudir al rescate de pomposas estrellas catódicas- y la pasividad de las clases medias-altas que, no sin cierta hipocresía, aparcan sus problemas cotidianos para celebrar en aparente paz y armonía una fiesta cuyo objetivo actual no es sino inflarse de langostinos frente al hipnótico televisor… vamos, todo un bombazo a la línea de flotación de la celebración familiar por excelencia.

Armando de Razza y Álex Angulo sostienen a Santiago Segura en 'El Día de la Bestia'
«¡Mire, padre! ¡Mire cómo vuelo…!»

Sorprendente y asombroso es que el cineasta vasco, como digo hace ya más de tres lustros, tuviera la audacia de que todos los caminos y señales del fin del mundo confluyeran en un único punto: las famosas Torres KIO, entonces aún en construcción, que si en la película no era sino el símbolo y la encarnación del mismísimo Maligno –nada menos- , hoy son santo y seña de esa famosa entidad bancaria –gestionada por amigos, o ahora examigos, de esos gobernantes enemigos de lo público- que tanto y tan bien ha contribuido a nuestra situación económica y social actual. Y mientras ellos hacen pactos -¿con el Diablo?- para librarse de responsabilidades civiles y penales mientras se cargan los servicios sociales básicos -creyéndose legitimados gracias a un puñado de votos logrados con unas promesas en las antípodas de su actual programa de gobierno- , los verdaderos héroes, los que dan su esfuerzo y su vida por salvar a la Humanidad, terminan despojados de todo, arrastrándose anónimamente bajo la pétrea e imperturbable mirada del Ángel Caído… curioso, ¿no?

El Día de la Bestia es, sin lugar a dudas, una de las películas más sólidas, redondas y eficaces que ha dado el cine español en toda su Historia, así como el mejor trabajo de su director, un bendito iluminado. Porque, como digo, debajo de su apariencia de eficaz comedia negra y de su excelente puesta en escena y nivel de producción, hay toda una amarga Profecía (así, en mayúsculas) de lo que el nuevo siglo nos iba a traer.

Además, como dato cinéfilo-alcarreño: ¿sabíais que la famosa escena del neón de Schweppes se rodó en una gigantesca nave en Torrejón del Rey?

Recomendado para degustadores de platos fuertes.

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