JFK: Caso abierto

Análisis forense sobre el magnicidio de Dallas.

Yo no soy muy fan de Oliver Stone. Sus propuestas no suelen engancharme ni en el fondo ni en las formas. Prácticamente todos los films que he visto firmados por este realizador neoyorkino me han parecido bastante irregulares, desde Platoon (1986) –trágico pero algo renqueante retrato de los combatientes americanos en el conflicto vietnamita- hasta W. (2008) –superficial telefilm sin mordiente sobre el controvertido cuadragésimo tercer presidente estadounidense- , pasando por la aséptica Wall Street (1987), la reivindicable Nacido el cuatro de julio (1989), la psicotrópica The Doors (1991), la excesiva Asesinos natos (1994), la aburridísima Nixon (1995), la extravagante Giro al infierno (1997), la televisiva Un domingo cualquiera (1999), la fallida Alejandro Magno (2004) o la melodramática World Trade Center (2006).

Pero JFK: Caso abierto es otra cosa. Harina de otro costal. Y seguramente los más puritanos me dirán que este film está muy lejos de otros trabajos mejor considerados por la crítica más sesuda, pero al menos para mí es su película con mayúsculas, su obra cum laude: a partir de las (escasas) nuevas informaciones que salieron a la luz a comienzos de los años noventa y de las memorias autobiográficas de exfiscal de distrito Jim Garrison, Stone reconstruye con rigurosa minuciosidad, entre periodística y forense, las elucubraciones, pistas, interrogatorios, enigmas, obstáculos y revelaciones a los que se enfrentó, algunos años después del magnicidio, un reducido equipo de detectives empeñados en rebatir algunas de las cuestionables teorías con las que el gobierno había decidido dar carpetazo a la investigación sobre el asesinato del presidente John Fitzgerald Kennedy aquel 22 de noviembre de 1963 en Dallas (Texas).

Para ello, Stone utiliza con habilidad, estilo y audacia todo tipo de soportes, formatos y texturas para ilustrar diferentes épocas, hallazgos y teorías: el trabajo de fotografía, montaje y postproducción es, sencillamente sublime. Un envoltorio que ilustra con total claridad todos y cada uno de los argumentos expuestos, tanto los más plausibles como los fácilmente cuestionables, y que conforman el esqueleto de uno de los guiones de carácter periodístico y judicial más hábiles y apasionantes que se hayan visto en Hollywood en los últimos treinta años, con un aroma, bien es verdad, a Todos los hombres del presidente (Alan J. Pakula, 1976) mezclado con cierto sentido shakesperiano de la justicia -los ecos a Hamlet son evidentes, incluso explícitos- y con una pátina de lealtad incorruptible tipo Los Intocables (Brian DePalma, 1987). Y, como apoyo a esta particular cruzada del señor Stone –al fin y al cabo, lo que propone es desmantelar la ‘versión oficial’, a veces ridiculizándola, si es preciso: véase la teoría de la bala mágica– , ahí tiene a un elenco de lo más competente, encabezado por Kevin Costner -en aquel entonces, en la cresta de la ola de su carrera- y en el que nombres quizá menos conocidos –Jay O. Sanders, Michael Rooker, Laurie Metcalf, Wayne Knight– se codean con otros más populares y que contribuyen con pequeños pero imprescindibles papeles: Kevin Bacon, Tommy Lee Jones, Gary Oldman, Jack Lemmon, Sissy Spacek, Donald Sutherland, Joe Pesci, Walter Matthau, John Candy

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La duda de Kevin Costner: ¿crimen o conspiración?

Seguramente su punto débil sea que tras esa espléndida puesta en escena y derroche de virtuosismo audiovisual se encuentra un mensaje clara -y lícitamente- partidista, donde es muy difícil distinguir donde terminan los hechos demostrables y empieza la argumentación a veces algo demagógica. ¿Son las evidencias tal y como nos las muestra Stone? Tanta parafernalia y verborrea nos pueden deslumbrar, hipnotizar hasta el punto de considerar todo cuanto argumenta el film como un alegato incuestionable, catedrático, sin género alguno de duda. Paradójicamente, y se denuncia en la propia película, esta fue la artimaña que llevó a cabo el propio gobierno norteamericano ahora hace medio siglo, con Lyndon Johnson y Earl Warren a la cabeza, para convencer a todo el planeta de que un chalado había perpetrado él solito el crimen. ¿Nos embauca Stone para que nos creamos su versión a pies juntillas? ¿O son sólo serie de fantasías apabullantemente ilustradas? ¿Quién está en posesión de la verdad?

Como se esgrime en una escena crucial del film, nos encontramos ante un misterio envuelto en un acertijo dentro de un enigma. Y pasará otro medio siglo, y la gente seguirá preguntándose qué ocurrió en realidad aquél mediodía en el desfile por la calle Elm. Si me permitís, yo sólo voy a dar un pequeño consejo: no dejéis de disfrutar esta sublime obra cinematográfica y luego cuestionar todos los argumentos expuestos. Los de un lado y los de otro. Es un ambiguo pero sano ejercicio de reflexión.

Una respuesta a «JFK: Caso abierto»

  1. La verdad es que tuve ocasión de leer las memorias de este hombre, y sí es cierto que muchos de sus argumentos parecen caerse por su peso (algo así como lo de la «mujer» de La Última Cena de Da Vinci que expuso Dan Brown), otros parecen un poco cogidos con pinzas (como cualquier otra cosa expuesta por el mismito autor 😛 ).

    A mí fundamentalmente me queda la duda de cómo es que Bobby Kennedy nunca quiso saber nada de esta investigación, y las sospechas todavía mayores que rodearon a su propio asesinato. ¿Qué iba a destapar aquel hombre, aparte de lo que ya estaba exponiendo Garrison?

    A este respecto, tengo que recomendar una película llamada «El juicio de Lee Harvey Oswald» (creo), hecha en los años 70, y que recrea un hipotético juicio al supuesto cabeza de turco si este hubiera llegado a producirse. Tomando como base los descubrimientos recientes de aquella época, las conclusiones a las que llega son muy parecidas a las que nos recordaría Stone casi veinte años más tarde.

    Independientemente de ser más o menos veraz (que queda a juicio de cada uno), esta película siempre me ha parecido, junto con «V de Vendetta» (y me van a linchar por la comparación), los dos mejores ejemplos que conozco de montaje sublime, con mayúsculas, que te deja pegado, ojiplático. Obligado verla.

    Y por supuesto, John Williams como siempre subiendo la nota. 🙂

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