De entre los muertos.
Voy a decirlo claramente: descubrí Morir todavía (1991) cuando tenía catorce años y me flipó. Tal cual. Esa combinación de crímenes a lo Agatha Christie, relato detectivesco, reencarnaciones y conflictos karmicos –con no pocos guiños al Recuerda (1945) de Alfred Hitchcock- lo encontré ciertamente atractivo, incluso hipnótico, y confieso que durante buena parte de mi adolescencia y juventud fue uno de mis VHS de referencia. Ojo, no digo que fuera una obra redonda; ya desde la primera vez que la vi, supe encontrarle ciertos patinazos difícilmente justificables, pero que en su momento preferí pasar por alto.
Hoy he vuelto a reencontrarme con esta peli de Kenneth Branagh, y, aunque es imposible verla con los mismos ojos de entonces, me agrada comprobar que es una pieza que aguanta bastante bien el paso del tiempo, que lo que entonces me parecieron gazapos hoy me parecen fallos de planificación y montaje de lo más garrafales –atención a la escena de los dos guantes o a cómo se resuelve el clímax final- , pero que, aun así, el guion que firma Scott Frank conserva elementos de lo más estimulantes y un más que saludable sentido del humor –un detalle este del que, lamentablemente, carecen la mayoría de thrillers actuales, demasiado ocupados y preocupados en trascender y tomarse excesivamente en serio a sí mismos- .
Los personajes –sobre todo los secundarios- funcionan de manera excelente: bien es cierto que el propio Branagh y la que por entonces era su musa y mujer, Emma Thompson, no dejan de encarnar un par de roles de lo más arquetípicos; pero Derek Jacobi y sobre todo la aportación de un Robin Williams –que se hace dueño de cada una de las tres contadas escenas en las que aparece- le dan un plus a un elenco que completan con solvencia el cubano Andy García y la alemana Hannah Schygulla.

Punto y aparte merece la BSO, obra de Patrick Doyle, uno de los colaboradores habituales en la filmografía del director de Mucho ruido y pocas nueces (1993) o Frankenstein de Mary Shelley (1994); su score resulta ser tan vibrante como machacón en algunos momentos, pero sin duda aporta un cariz particular al film.
Branagh, tras su debut como cineasta con Enrique V (1989), no sólo supo no encasillarse y librarse, a las primeras de cambio, de la tempranera etiqueta de ‘heredero de Laurence Olivier’ que le colgaron en su Reino Unido natal, sino que solventó con solvencia y cierto estilo su primer encargo hollywoodiense, en las antípodas de la anterior. Morir todavía es, a pesar de sus imperfecciones, una pequeña joya de los noventa a reivindicar.
Recomendado para amantes del thriller desprejuiciado.