Monumento a la frivolidad.
Recuerdo la primera vez que vi Pretty Woman (Garry Marshall, 1990). Fue dos años después de su estreno, en un autocar, volviendo del Parque Nacional de Ordesa en el viaje de fin de curso de EGB. Nuestros profesores habían programado una curiosa sesión doble: primero, la citada comedia romántica con Richard Gere y Julia Roberts; a continuación, el thriller policíaco Arma letal (Richard Donner, 1987). Comento todo esto porque –al margen del estéril debate de si son películas indicadas para preadolescentes de apenas 13-14 años- queda claro que, cuando idearon tal entretenimiento fílmico para tantas horas de autobús, parece que lo hicieron pensando en una peli para chicas y otra para chicos. ¿No os parece?
No se trata de entrar aquí en calificativos ni epítetos de carácter misógino, Dios me libre, pero varios años y visionados después –imposible no tropezarse con ella en una de sus enésimas reposiciones televisivas- , y por mucho que pueda molestarle a l@s innumerables fans de la cinta, Pretty Woman no deja de parecerme un monumental homenaje a la frivolidad, el capitalismo y la sociedad de consumo. Difícil, por no decir imposible, me es sentir empatía por el protagonista, un tío que vive podrido de dinero, viste trajes caros, luce pelucos de varios kilates y cuya única preocupación en la vida son sus acciones bursátiles, y que un buen día se cruza accidentalmente con una pilingui de medio standing –no es una call girl de altos vuelos, pero tampoco está mostrando encantos en una carretera de tercera- a la que no duda en ofrecerle una pasta gansa para que se convierta en su acompañante en actos sociales durante una semana. No desvelo nada si digo que, al final, triunfa el amor por encima del money… pero claro, el cash y las tarjetas de crédito ayudan bastante durante toda la trama. ¿O me vais a decir que ella no se siente pletórica ante tanto collar, tanta joya, tanto modelito fashion comprado a golpe de chequera en las mejores tiendas prêt-à-porter de Beverly Hills?

Pretty Woman está plagado de personajes egoístas difícilmente creíbles en un film que, se ha dicho muchas veces, es una puesta al día de los tradicionales cuentos de hadas, donde una pobre cenicienta de tres al cuarto se encuentra con un príncipe azul que la llevará consigo a su castillo de oropeles donde vivirán felices y comerán perdices. Pero todo me resulta excesivamente artificioso, light, y más allá de la innegable química que desprende la pareja protagonista, hay elementos, personajes y situaciones que resultan de lo más insulsas, por no decir risibles –p. ej. el personaje que interpreta Jason Alexander, socio de Gere y versión babosa y cuasi caricaturesca de las temibles caracterizaciones de Joe Pesci; ¿de verdad que ella, que le saca bastantes centímetros, no es capaz de quitársele de encima de un manotazo?- .
Si hoy día podemos considerar a este film como un pequeño clásico del siglo XX es casi más por razones externas a la propia película. La principal, obviamente, fue el espectacular salto en la carrera de Julia Roberts, que, aunque no era precisamente una novata –ya la habíamos visto lucir palmito en Mystic Pizza (Donald Petrie, 1988) y había sido nominada al Oscar como Mejor Actriz de Reparto gracias a su gran trabajo en Magnolias de acero (Herbert Ross, 1989)- , se convirtió en una gran estrella de Hollywood casi de la noche a la mañana; recuperó un tema casi homónimo de Roy Orbison y lo colocó en el número 1 de las listas, casi treinta años después de su lanzamiento; parió otro, compuesto expresamente para el film por el grupo sueco Roxette, que se convirtió en indiscutible balada pop de los noventa; y supuso un punto de partida para la nueva comedia romántica de fin de siglo, cuyo estilo influyó, en mayor o menor medida, en otros títulos posteriores, algunos con la propia Roberts como protagonista, otros con diferentes y efímeras nuevas reinas del género –Cameron Díaz, Drew Barrymore, Renée Zellweger- , siendo el ejemplo más evidente Novia a la fuga (1999), donde director y protagonistas coincidieron nuevamente en el plató.
Queda por tanto, para el recuerdo, el innegable legado cultural que dejó Pretty Woman –su música, sus actores- , pero la moraleja y el mensaje que deja como relato cinematográfico es, cuanto menos, discutible. Si difícil me era entonces identificarme con los personajes, imaginaos lo imposible que me resulta a día de hoy, con la que está cayendo…
Recomendado para incondicionales del romanticismo fantasioso.
Buenas:
En parte estoy de acuerdo, pero, leyendo tu crítica, me asalta una duda: ¿hasta qué punto es justo enjuiciar el mensaje de un película rodada en otra época? En realidad, Pretty Woman es hija de la América de Reagan, y como tantas otras de la época, glorifica el capitalismo y el
Mmilitarismo. Ejemplo de lo primero sería Marty McFly en «Regreso al Futuro» y de lo segundo, toda la película de «Aliens».
Por cierto, una rectificación: «It must have been love» es anterior a «Pretty Woman».
Me expliqué mal: quería decir que Pretty Woman es un ejemplo del capitalismo de la época, no del militarismo…
Hola, Álvaro. Gracias por tus comentarios, y comento:
Parto de la base de que la sección ‘Clásicos del s. XX’, como puedes leer en el encabezamiento (https://isracalzadolopez.com/cinemateca/clasicos/), las comento desde una perspectiva actual. Creo que el tiempo, precisamente, pone cada film en su sitio, y no puedo dejar de obviar que este es un título a mi juicio excesivamente sobrevalorado, tanto como obra cinematográfica como puro producto de entretenimiento. Y, en este caso, no es que lo piense ahora; es que lo he pensado siempre, pero es verdad que a día de hoy me produce aún más repelús. Pero esto es una opinión personal, claro; para gustos, los colores.
Por otro lado, debo darte la razón (y por tanto, error mío) en lo referente al tema musical de Roxette: se trata de una canción que ya tenía tres años cuando los productores del film decidieron incluirla en el soundtrack. Sin embargo, y a pesar de no ser por tanto un tema original, ha quedado para el recuerdo como canción oficial del film…
La verdad, no estoy de acuerdo con Álvaro. Es como decir que el fascismo europeo de primera mitad del siglo XX o la Inquisición Española no son criticables porque son productos de su lugar y su tiempo… ¿Eh? A ver, si no estamos de acuerdo con el mensaje, no estamos de acuerdo. Entiendo que Isra ha escrito la crítica ahora, y la ha escrito desde la opinión que tiene ahora. 😉