Ciudadano Tarantino.
‘El Ciudadano Kane de la era Tarantino’. Este llamativo y contundente titular de la revista Fotogramas se me quedó grabado a fuego cuando se anunció que el esperado segundo film del joven director de Reservoir Dogs (1992) llegaba a la cartelera española. Confieso que, cuando lo leí, no podía siquiera vislumbrar lo que ilustraban esas siete palabras; su anterior film me había parecido brutalmente soberbio, y de este sólo sabía que que se había rodeado de nombres de cierto caché para este nuevo proyecto –Bruce Willis, Uma Thurman, Christopher Walken, María de Medeiros, Rosanna Arquette… y un devaluado John Travolta, recuperado para la causa- y que, cuando se estrenó en España, lo hacía ya con la prestigiosa Palma de Oro bajo el brazo.
Yo tendría unos dieciséis años –sí, por debajo de la edad recomendada- cuando vi esta película el fin de semana de su estreno en sesión matinal. Y, desde luego, Pulp Fiction (1994) me cambió la vida, o mejor dicho, mi forma de ver la vida a través del cine: la narración ya no tenía que ser lineal o a base de flashbacks, sino que se podía deconstruir como un puzzle atolondrado que, sin embargo, era comprensible y fascinante; los gánsters podían ser violentos y heroinómanos, y sin embargo ser también gente enrollada, que habla de música y películas, y baila y come hamburguesas como la gente normal; que hasta los tipos más duros pueden verse metidos en las situaciones más esperpénticas; que hasta el último sonado podía tener honor; y que un temible jefe mafioso podía ser denigrado –por emplear un término suave– por un simple tendero y un poli de pacotilla, desbaratando todo el temor y el misticismo que hasta entonces nos había provocado.

Si en su ópera prima Tarantino ya jugueteaba con la ruptura de la narración clásica –con esos flashbacks que explicaban el origen de algunos personajes- , aquí sin duda tuvo la audacia de ir un paso más allá, creando un rompecabezas que aunaba comedia negra, violencia, bajos fondos y momentos disparatados, poblado por una suerte de personajes increíbles, carismáticos, distópicos, que soportan roles de diferente grado de importancia según sea la historieta pulp que se nos está contando. De hecho, el film aparenta estar construido sobre la narración de tres relatos consecutivos –Vincent Vega y la esposa de Marcellus Wallace; El reloj de oro; La situación con Bonnie– , pero que realmente se entrecruzan entre sí, sin (aparentemente) un cierto sentido cronológico, como si estuvieras ojeando indiscriminadamente una de esas publicaciones de poca monta en las que se inspira el libreto –firmado por el director y su entonces colega Roger Avary y que fue galardonado con un premio de la Academia- .
Travolta o Samuel L. Jackson nunca podrán agradecer suficientemente lo que esta película supuso para los (re)lanzamientos de sus carreras –con sendas nominaciones a los Oscar incluidas- . Yo, particularmente, nunca he vuelto a sentir esa misma sensación de asombro, repulsa, admiración y desmedido flipe clandestino –repito: yo era un adolescente viendo, por ejemplo, cómo una cabeza reventada se convertía en un hilarante gag- ; sí, ha habido otras películas que he admirado y disfrutado, pero sin duda Pulp Fiction, con su inigualable jungla humana, sus afilados diálogos, su estructura radical, su anacrónica/estimulante/hipnótica selección musical, sus guiños cinéfilos y múltiples referencias pop y su bizarro sentido del humor, se convirtió desde el primer día, por méritos propios, en todo un clásico del siglo XX de obligada visión y riguroso estudio.
Lo peor: que el director nunca ha vuelto a estar a la altura.
Recomendado para cinéfilos etiqueta negra.