Indiana Jones y la Última Cruzada (1989) termina con el que, para mí, es el mejor plano de todo el film –por no decir de toda la saga- : una hermosa puesta de sol, cuatro jinetes cabalgando hacia el horizonte y la inconfundible y maravillosa fanfarria de John Williams invitándonos a que despidamos en pie y en una cerrada ovación al que fue nuestro héroe durante toda la década de los ochenta. Esa imagen desprende épica, romanticismo, amistad y camaradería, y junto al título de esta tercera entrega suponía un cierre magnífico a una trilogía inigualable.
No sabría con cuál de las aventuras de Indiana Jones –me cuesta aceptar la cuarta, pues para mí no deja de ser un añadido con un par de chistes acertados- me quedaría… ¿y vosotros?
EN BUSCA DEL ARCA PERDIDA (1981).
La primera de las aventuras cinematográficas de Indy –la segunda según la cronología histórica- arranca en América del Sur. Primer detalle a tener en cuenta: nuestro protagonista no es infalible. Tras un prólogo vibrante e inolvidable, conoceremos a su némesis –un elegante monsieur de mirada turbadora y penetrante (Paul Freeman)- , quien le arrebata el tesoro difícilmente obtenido. Luego sabremos que el aventurero, cual superhéroe de cómic, se oculta bajo la personalidad pública de un aburrido arqueólogo y profesor universitario. Cuando el servicio secreto estadounidense le informa de que cabe la posibilidad de que el ejército nazi haya encontrado el mítico Arca de la Alianza, no se lo piensa dos veces: chupa, sombrero, látigo y pistola a la maleta y rumbo a Egipto tras pasar por Nepal, donde se le unirá la mejor y nunca superada heroína de la saga: Marion Ravenwood (Karen Allen).
En busca del Arca Perdida posee la magia de descubrir a un héroe que a la vez era nuevo y añejo, con el sabor y el carisma de aquéllos Douglas Fairbanks o Erroll Flynn algo chulescos, pero con cierto aire de tipo duro a lo John Wayne y un físico que recuerda al Humphrey Bogart de El tesoro de Sierra Madre (John Huston, 1948) o al Charlton Heston en El secreto de los incas (Jerry Hooper, 1954). Una combinación sublime gracias al talento creativo de dos genios, Steven Spielberg y George Lucas, y a la aportación que al personaje hizo Harrison Ford –a punto estuvo de no protagonizar el film porque por entonces ya daba vida a otro héroe muy carismático, Han Solo- , quien le dio presencia, rostro, voz y alma a quien sobre el papel sólo era un nombre con gancho.
INDIANA JONES Y EL TEMPLO MALDITO (1985).
Shanghai, 1935. Indy logra huir de unos peligrosos sicarios, acompañado de un avispado chaval japonés (Ke-Hui Quan) y de una cabaretera algo histérica (Kate Capshaw). De manera accidentada terminarán en la India, donde descubrirán la leyenda negra de un templo que practica un rito oscurantista y diabólico…
Vale, resumido así puede parecer un poco incongruente. Pero es precisamente esa mezcla de comedia loca y demoníaca pesadilla la que le da su encanto: ahí tenemos esa escalofriante cena en la que se sirve ‘serpiente con sorpresa’ o sorbete de sesos de mono, entre otras delicatesen. Oscura, terrorífica –véanse los momentos de sacrificios humanos- , aliviada por grandes dosis de comedia y acción a veces imposible –la persecución en las vagonetas- pero que atrapan al espectador como en una montaña rusa. Colosal.
INDIANA JONES Y LA ÚLTIMA CRUZADA (1989).
¿Y cómo empezó todo esto? En la que se suponía iba a ser su última aventura fílmica, Lucas y Spielberg nos regalaban un impagable prólogo con el origen del héroe en su juventud –encarnado por el malogrado River Phoenix– : su pasión por las antigüedades, su fobia a las serpientes, su descubrimiento de un arma tan peculiar como es el látigo y, sobre todo, su difícil relación con su estricto progenitor. Varias décadas después, los dos Jones, padre e hijo, deberán limar asperezas y colaborar en una peligrosa carrera contra el tiempo y contra el malvado ejército alemán en pos del cáliz sagrado.
A pesar de tener multitud de fallos técnicos durante toda la primera mitad –sobre todo en las secuencias que acontecen en Venecia- , el film remonta y con creces desde el primer momento en que Harrison Ford y Sean Connery –su papá en la ficción- comparten plano: su química es inigualable, y a partir de ahí la aventura, la comedia, la acción y el conflicto enganchan con el espectador hasta culminar en un imprevisible y magnífico clímax. Sobre el papel, y a nivel de producción, seguramente sea la más sofisticada de las tres, aunque no la más redonda. Debería haber sido el insuperable punto final de la saga.
LAS AVENTURAS DEL JOVEN INDIANA JONES (TV, 1992-1995).
Aunque todos dábamos por finalizadas las aventuras de Indy, Lucas, experto en explotar sus criaturas hasta límites inconcebibles –no hay más que echar un vistazo a todo cuanto ha ocurrido en torno al universo Star Wars en los últimos treinta y cinco años- , pergeñó y produjo esta prometedora serie para la pequeña pantalla que ahondaría en la infancia y juventud de quien estaba llamado a ser el héroe por antonomasia del siglo XX y quien, ya desde sus años mozos, se codearía con algunas figuras históricas como T.E. Lawrence, Pancho Villa, Mata Hari, Ernest Hemingway, Pablo Picasso o Franz Kafka, entre otros. Sean Patrick Flanery encarnó al futuro arqueólogo –muchos fans hubieran esperado a River Phoenix retomando al personaje, tal y como hiciera en La Última Cruzada– , pero su escaso carisma y la endeblez de la mayoría de los episodios –bastante aburridos, dicho sea de paso- hizo que esta propuesta apenas aguantara un par de temporadas en antena. Posteriormente, en el año 1995, se recuperarían para el formato doméstico un par de dobles episodios con apariencia de TV-movies.
INDIANA JONES Y EL REINO DE LA CALAVERA DE CRISTAL (2008).
Diecinueve años después, Spielberg, Lucas y Ford se reunían para una nueva entrega, ambientada durante los primeros años de la Guerra Fría, los experimentos nucleares y el fenómeno OVNI. ¿Indy con marcianos?
Mix chungo al que no ayudaron ni ese jovencito espadachín (Shia LaBeouf), ni esa villana dominatrix (Cate Blanchett) ni los efectos CGI, en las antípodas de los FX tradicionales de antaño. Como entretenimiento intrascendente tiene un pase, pero no se puede comparar con las anteriores. Dicho de otro modo: visto con perspectiva, en realidad no es tan rematadamente mala… lo que pasa es que las clásicas son excepcionales. Lo mejor: los innumerables guiños y homenajes a la serie tradicional, la vibrante persecución por la Universidad y el reencuentro con Marion. Pero el resto, más bien sosito e intrascendente.
Indiana Jones es más que un personaje de celuloide, más que un carismático héroe de ficción: se ha convertido en un icono legendario que ha inspirado a escritores, ilustradores, cineastas y fans de todo el mundo y de varias generaciones, y a partir de su figura se han escrito libros y cómics, se han desarrollado inolvidables videojuegos -desde aquellas impagables aventuras gráficas hasta las más recientes versiones Lego- e incluso han surgido primos castizos -¡ese Tadeo!- . Como colofón, y para conocer más detalles, anécdotas y curiosidades sobre las aventuras fílmicas de Indy, recupero aquí el reportaje que, con motivo del estreno precisamente de esta cuarta entrega allá por el 2008, realizamos al alimón mi querida amiga, compañera y media naranja cinéfila Mónica Gallo y yo para el programa y el blog de ‘¡Esto es espectáculo!’, que por aquel entonces realizábamos en la cadena Cope de Guadalajara.