Blancanieves

Insólito anacronismo en el cine español.

En un determinado momento de la película, a uno de los enanitos no le salen las cuentas. Podría ser algo meramente anecdótico que el grupo lo compongan seis miembros y no siete, como en el clásico literario de los hermanos Grimm; pero en realidad esta escena es la piedra angular del segundo largometraje de Pablo Berger. “Te voy a contar algo como Blancanieves, pero no igual”, parece decirnos. Y es verdad.

Berger ya apuntaba maneras no sólo de querer experimentar con el lenguaje cinematográfico tal y como se concebía en sus inicios –ahí están esas secuencias bergmanianas que dirigía Javier Cámara en Torremolinos 73 (2003)- , sino también como verdadero outsider del cine español de principios del siglo XXI. Sin ir más lejos, su mencionada ópera prima discurría por insospechados vaivenes emocionales, que llevaban a los protagonistas –y con ellos, al espectador- desde el landismo hasta el amargo melodrama –es por ello por lo que la cinta no funcionó en taquilla como quizás hubiese merecido, al haberse vendido y distribuido erróneamente como una comedia pura y dura- . Al menos, con esta Blancanieves nadie se ha llevado al engaño: es una versión muy libre, castiza, flamenca y torera, en la que no faltan ni la madrastra ni los enanos ni la manzana envenenada, pero en las antípodas del clásico de Disney de 1937 e igualmente alejada de las coetáneas Blancanieves (Mirror, Mirror), de Tarsem Singh; y Blancanieves y la leyenda del cazador, de Rupert Sanders, ambas estrenadas también a lo largo del pasado año.

Aunque la empresa de Berger es tan audaz como arriesgada, tan innovadora como insólita, a esta Blancanieves lo que más daño le ha hecho es la aparición, demasiado próxima en el tiempo, de la sublime The Artist (2011) no sólo por las odiosas comparaciones en cuanto a la narrativa –película muda, sin sonido directo, en blanco y negro y en formato 4:3- , sino porque el público menos informado pueda pensar que ésta ha surgido a raíz del éxito de la cinta de Michel Hazanavicius -cuando el director español lleva siete años trabajando en el proyecto- . Injusto, si se quiere, pero puede que inevitable.

blancanievesY si en The Artist se justificaba, en cierta manera, la forma de contar la historia con el fondo de lo que se contaba –recordemos que esta película ilustraba el ascenso y caída de una estrella del cine mudo a comienzos del siglo XX- , esta Blancanieves se basa en una excusa similar, dado que su guión abarca las primeras décadas del pasado siglo. Por tanto, es loable que no sólo la ambientación –vestuario, peluquería, atrezzo, decorados, etc- respeten el contexto histórico, sino que también se haga desde el punto de vista puramente cinematográfico, empleando los recursos técnicos de entonces. Perfecto. Pero entonces, ¿por qué valerse de herramientas que pueden desconcertar a los más puristas? ¿Por qué esos movimientos de grúa,  esos montajes atropellados –en ciertas secuencias- , esos efectos especiales –el zeppelín sobrevolando la plaza de toros- impropios de la época? Y la pregunta que me asalta –la misma que cuando vimos a ese ratón de juguete digital en La invención de Hugo (Martin Scorsese, 2011)– , ¿hacía falta? Berger propone unas reglas de juego, y sin llegar a saltárselas, las rodea, las da una pequeña vuelta y no renuncia a tácticas y estilos narrativos más modernos, contemporáneos, y ciertamente anacrónicos con respecto al planteamiento inicial. He aquí el gran dilema del film: ¿estamos ante una obra genial por su radicalidad o ante un travieso y, permitidme la expresión, tramposo juego cinematográfico?

Este interesante debate mercería mucho más espacio del que aquí dispongo –y, sobre todo, muchos más interlocutores que dieran su punto de vista… empezando por el propio director- ; quedémonos al menos con el sólido trabajo de sus intérpretes –desde la siempre eficaz Maribel Verdú, que logra sacar partido de un personaje tan apetecible como esquemático, hasta el gran Emilio Gavira, encarnación de la envidia y el arrepentimiento, pasando por un sublime Daniel Giménez Cacho, una recuperadísima Ángela Molina y la frescura de las debutantes Macarena García y Sofía Oria– y con el buen hacer del compositor Alfonso Vilallonga, cuyo trabajo es sobre el que se sostiene, literalmente, toda la película.

Recomendado para degustadores de rarezas indómitas.

2 respuestas a «Blancanieves»

  1. Tenía yo que añadir algo. Fui a ver esta película pensando que sería un bodrio o una mala copia de The Artist, fuí invitada por unos amigos que tenían pases directos de la productora. Como no pagaba decía, bueno, si me aburro tampoco pierdo mucho pero… SORPRESA! Me encantó!

  2. Como ya digo, el gran problema de «Blancanieves» con «The Artist» es, precisamente, que sean tan próximas en el tiempo. De hecho, Pablo Berger contó una vez en una entrevista, hace ya algún tiempo, que cuando supo de la existencia del film de Hazanavicius, lo primero que se le pasó por la cabeza fue: «mierda»…

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