Blancanieves y la leyenda del cazador

Las chicas son guerreras.

Resulta cuando menos curioso que con apenas unas pocas semanas de diferencia hayan llegado a nuestras salas dos adaptaciones cinematográficas, muy diferentes entre sí, de un mismo clásico cuento de hadas: la alegre y colorista Blancanieves (Mirror, Mirror) (Tarsem Singh, 2012), con Lily Collins en el papel principal y Julia Roberts encarnando a la malvada Reina; y ahora esta versión aparentemente más oscura, siniestra, ¿adulta?, bajo el equívoco o erróneo título español de Blancanieves y la leyenda del cazador –y es que ¿no habría sido más correcto llamarla La leyenda de Blancanieves y el cazador, o, simplemente, Blancanieves y el cazador, respetando el original?- , firmada por el debutante Rupert Sanders -proveniente del mundo de la publicidad- y con Charlize Theron, Kristen Stewart y Chris Hemsworth al frente del reparto.

Muchos son los elementos y matices que se han mantenido con respecto al texto literario original: no sólo el famoso ‘espejito, espejito mágico’ o la aparición de los famosos enanos –que, al principio, aquí son ocho y no siete- , sino esa metáfora sobre el carpe diem que obsesiona a su malvada protagonista –que, podríamos decir, sufre una extraña forma de anorexia frente al enfermizo espejo, y que en vez de verse gorda se ve vieja- , y cuyos ecos recuerdan poderosamente a otra obra literaria universal posterior, El retrato de Dorian Gray, también llevada al cine en multitud de ocasiones… Pero también esta Blancanieves se permite coger esos elementos originales que hemos citado, y algunos otros, para adaptarlos a los nuevos tiempos, e incluso, en ciertos aspectos, subvertirlos: aquí, la niña cautiva que se convierte en mujer no sólo huye de las oscuras mazmorras, sino que resucita –casi literalmente- tras morder la manzana maldita para liderar toda una rebelión frente al poder oscuro y opresor de la malvada reina; los enanos, antaño alegres mineros, ahora en tiempos convulsos y oscuros se han convertido en una banda de salteadores de caminos (¡); y descubrimos asombrados que nuestra heroína practica el catolicismo, aunque esto no le reconforte excesivamente durante toda su odisea –sus oraciones en presidio son casi un lamento, y en el epílogo final, con presencia más que destacada de los poderes eclesiásticos, es notablemente triste y melancólico a pesar de la victoria del Bien sobre el Mal…- .

Kirsten Stewart, Charlize Theron y Chris Hemsworth en ‘Blancanieves y la leyenda del cazador’

Todo ello retratado, gracias a una notable labor de fotografía a cargo de Greig Fraser, bajo una acertadísima atmósfera sucia, gris e incluso algo opresiva en la que apenas atisbaremos la luz del sol durante todo el metraje, así como una dirección artística y de producción destacadísimas -sobresaliente la labor de maquillaje- , dignas del Tim Burton de Sleepy Hollow (1999), así como una más que correcta puesta en escena y empleo de la pantalla panorámica. Tampoco podemos olvidar el trabajo de la siempre competente Charlize Theron, aquí disfrutando como nadie en su rol de villana de la función, ni el divertimento cinéfilo que supone ver encogidos a veteranos como Bob Hoskins, Ian McShane, Toby Jones, Ray Winstone o Eddie Marsan… y la cinta nos deja, además, algunos detalles ciertamente originales –el ejército fantasma del prólogo, la bandada de cuervos que se unen para formar la figura de la Reina- .

Lástima que el guión, cuyo ritmo va de más a menos, sea un poco irregular, excesivamente trufado de escenas, situaciones y referencias cinematográficas demasiado evidentes para el espectador –y es que, sólo en los primeros treinta minutos, encontré detalles de cualquier Robin Hood, Harry Potter, Indiana Jones y el Templo Maldito (Steven Spielberg, 1984), Juana de Arco (Luc Besson, 1999) y, sobre todo, Willow (Ron Howard, 1988)- ; pero lo que le pesa como una losa la nula química que hay entre los héroes: Kirsten Stewart, con esa sempiterna mirada anodina y afectada –parece que sufra constantemente de una china en el zapato- no conecta con su partenaire Hemsworth –se echa en falta más ironía, más mordiente, algo más de mala leche, vamos… ¿recordáis a Han y a Leia en El Imperio contraataca (Irvin Kershner, 1980)?- y el guaperas Sam Clafin, a quien vimos en Piratas del Caribe. En mareas misteriosas (Rob Marshall, 2011), es el tercero en discordia en un endeble e irregular triángulo sentimental cuya no resolución final nos hace esperar/temer una posible secuela…

En resumen: Blancanieves y la leyenda del cazador es una curiosa y entretenidilla pieza de aventuras dirigida principalmente al público adolescente, pero que no por ello renuncia a cierto estilo visual y a un loable intento de innovar más allá de los estándares Disney. Y esto se agradece.

Recomendado para públicos sin prejuicios ni (demasiadas) pretensiones.

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