El caballero oscuro: La leyenda renace

Monumento al exceso.

Cuenta la leyenda –bueno, más bien los making-of– que cuando Richard Donner llegó el primer día al set de rodaje de Superman (1978), hizo colocar una enorme pancarta en la que se leía la palabra ‘verosimilitud’. Era el único modo de que aquél tebeo cinematográfico funcionase: que más allá de los efectos especiales, el guión y los personajes tenían que dar pie a una historia que, aunque fantástica, pudiera llegar a ser verosímil para el espectador.

Algo parecido debió de pensar Christopher Nolan cuando se propuso restituir la imagen y el espíritu del hombre-murciélago, muy seriamente dañada tras las tonterías perpetradas por Joel Schumacher en 1995 –Batman Forever– y 1997 –Batman & Robin– ; así, a mi modo de ver, el mayor acierto de la soberbia Batman Begins (2005) no era ni la eficaz puesta en escena, ni el acertadísimo casting ni el look pretendidamente oscuro y siniestro inspirado en las historietas firmadas por el dibujante Frank Miller sobre el personaje creado por Bob Kane, sino el hecho de estar ante una historia ciertamente verosímil.

Esa verosimilitud, al igual que toda atmósfera nocturna y misteriosa, se han ido diluyendo poco a poco según ha ido avanzando esta trilogía fílmica para ir dejando paso a espectaculares explosiones en scope -y con cierto aire post-11S- y tremebundas secuencias de acción excelentemente coreografiadas, sí, pero que a un servidor le resultan agotadoras. Primero fue en El caballero oscuro (2008), donde escenas como la persecución en los túneles de Gotham o la evacuación y explosión del hospital son tan brutales como excesivas; pero sobre todo ahora, en El caballero oscuro: La leyenda renace, en donde ya directamente cualquier parecido conceptual con la primera entrega –si exceptuamos, obviamente, algunos personajes y referencias directas a Ra’s Al Ghul y la Liga de las Sombras– es pura coincidencia.

Tom Hardy y Christian Bale en ‘El caballero oscuro: La leyenda renace’

Para mi decepción, el misterio, la oscuridad y la sofisticación que rodean al personaje de Bruce Wayne y a su clandestino álter ego desaparecen en una película que no es que abuse de un exceso de medios para llegar a un fin, sino que da la impresión que cada batalla, cada explosión, cada combate, es un fin en sí mismo; momentos todo ellos demasiado aislados entre sí, enlazados por secuencias necesarias para hacer avanzar la trama pero que están trufadas de larguísimos y eternos diálogos –el baile de máscaras, los infructuosos intentos de Wayne para escapar del pozo-prisión- que ralentizan el ritmo –y el metraje: ¡164 minutos!- y pueden hacer perder la atención del espectador. Todo esto sin tenebrismo ni nocturnidad alguna, sino a plena luz del día, donde ya no cuentan ni el efecto sorpresa ni el ‘infundir temor a los enemigos’ –que era lo que promulgaba la primera entrega, lo que Wayne aprendía para convertirse en justiciero enmascarado- , sino la fuerza bruta y el combate cuerpo a cuerpo en un film que parece más una peli de guerra que una cinta de acción.

No es por seguir haciendo leña del árbol caído, pero no puedo dejar de comentar ciertos fallos en un guión -¿cómo es posible que un poli novato deduzca la personalidad secreta de Batman? ¿de dónde sacan los criminales las motos para huir del edificio de la Bolsa? ¿para qué quiere el policía del puente un megáfono si luego habla a gritos?- repleto de excesos, inconsistencias y cierta megalomanía y poblado de personajes poco creíbles –esa ladronzuela de guante blanco que parece llevar toda la vida manejando bat-aparatos– , previsibles –se huele quién no es quien dice ser… pero no lo destriparemos- o incluso anecdóticos –pase volver a ver a Jonathan Crane/Cillian Murphy, pero ¿qué aporta Matthew Modine a la historia? ¿y no se había retirado Lucius Fox/Morgan Freeman al final de la segunda entrega?- .

Quizá esté siendo demasiado severo para una película que igual no tenía mayor pretensión que hacernos pasar un agradable rato de cine palomitero, y quizá dentro de un tiempo la vuelva a ver y la disfrute más; El caballero oscuro: La leyenda renace es un entretenimiento de primer orden, sin duda –y tiene aciertos, ojo: ahí está ese muy eficaz y cada vez más consolidado Joseph Gordon-Levitt– , pero a día de hoy creo que su falta de sutileza y su exceso de ambición –más grande, más brutal, más enorme, más todo- le hacen perder la perspectiva de cuáles eran sus orígenes y, sobre todo, cuál es el espíritu de Batman: justiciero nocturno, silencioso y clandestino al servicio de Gotham City, aunque sólo unos pocos lo vean. Una película que amasará millones, sin duda, pero un decepcionante remate a una serie que comenzó mejor que bien. Creo que el hombre-murciélago se merecía algo mejor. Creo que Christopher Nolan lo sabe hacer mejor.

Recomendado para fanáticos de la acción descontrolada.

Una respuesta a «El caballero oscuro: La leyenda renace»

  1. Estando de acuerdo con casi todo (yo también eché de menos la falta de misterio alrededor de Batman, no ya en esta, sino también en la anterior entrega; por eso para mí la primera es la más redonda), tengo que decir que sí, creo que por un lado, Warner ha debido de presionar para que se hiciera esta película YA y no más tarde, y por otro lado, con esa presión encima, los hermanos Nolan sólo han sabido hacer una peli de acción palomitera muy solvente, pero sin más pretensiones.

    Aparte de eso, un apunte sobre Fox al final de la segunda entrega: (SPOILERS): no se retiró, él dijo que se retiraría si la máquina de sónar para Android que había inventado Batman no era destruida, por principios éticos, pero al finalizar la película efectivamente la destruyen (es cuando mete la contrasxeña), y de esa manera Fox permanece en la empresa.

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