En fin…
Que el género apocalíptico ha llegado al cine español dispuesto a quedarse parece un hecho: títulos como [REC] (Jaume Balagueró & Paco Plaza, 2007), Tres días (F. Javier Gutiérrez, 2008) o el cortometraje Cinco minutos para medianoche (Fernando Guillén-Cuervo, 2010) fueron, en cierto modo, el punto de partida de esta especie de pequeña nueva ola de catástrofes, muerte y desapariciones con acento patrio.
Mientras esperamos los estrenos de Los últimos días (David & Álex Pastor, 2013) y de [REC]4: Apocalipsis (Jaume Balagueró, 2013), llega a nuestras salas Fin, la esperada ópera prima de Jorge Torregrossa basada en la novela homónima de David Monteagudo, en la que una típica reunión de viejos amigos de la juventud –ya maduritos- se ve bruscamente alterada por una serie de sucesos y acontecimientos inexplicables, mientras, uno a uno, van desapareciendo misteriosamente… sí, vale, esta sería la lectura superficial de la película. En realidad, la cinta de lo que habla –o pretende hablar- es de la pérdida de la inocencia, de un sentimiento de amistad caduco y sólo aparente, de la deshumanización no como un concepto abstracto y psicológico, sino como algo físico –la desaparición literal de aquéllos que te rodean- . Una propuesta loable y una idea audaz, sin duda… pero que se queda en una mera declaración de intenciones.
Y es que el mayor lastre de Fin es, precisamente, un guión sorprendentemente endeble, prefabricado y lleno de clichés y personajes previsibles –escrito a cuatro manos por Sergio G. Sánchez y Jorge Guerricaechevarría, habituales colaboradores de J. A. Bayona y Álex de la Iglesia, respectivamente- , que hacen que durante toda la proyección, quien tenga un poquito de memoria cinéfila, sufra un constante déjà vu: del Lawrence Kasdan de Reencuentro (1983) al de la nefasta El cazador de sueños (2003), con algunas claras referencias al Shyamalan de El incidente (2008), unas gotitas de la atmósfera de La niebla (Frank Darabont, 2007) o de la televisiva The Walking Dead y cierto aroma algo lejano pero evocador de Abre los ojos (Alejandro Amenábar, 1997) e, incluso, ¿Quién puede matar a un niño? (Narciso Ibáñez Serrador, 1976) –ese ambiente portuario- y Los pájaros (Alfred Hitchcock, 1963) –ese final inconcluyente- .

No ayudan tampoco, como digo, unos personajes demasiado arquetípicos, diferentes y antagónicos entre sí –supongo que para crear conflicto entre ellos- pero que guardan en común haber sido dibujados de un solo brochazo –el empresario arruinado, el inmaduro con aire hippy, el guapito buenorro que va de sobrado, la sufrida madre de familia…- ; difícil empatizar con ellos si no fuera por la encomiable labor de gran parte del reparto, donde destaca una fabulosa Carmen Ruiz –sobresaliente, debería ser firme candidata al próximo Goya a la Actriz Revelación- , Maribel Verdú cumple con creces –como siempre- y Daniel Grao y Clara Lago pasan el corte… pero ni el modelo Andrés Velencoso ofrece gran cosa –parece hacer de sí mismo, momento cuerpodanone incluido, salvo en la escena de la estampida de cabras, que ahí no está mal- ni una sosísima Blanca Romero están a la altura de sus compañeros.
Esta especie de viaje de supervivencia engancha porque suscita interés -¿qué explicación tienen estas extrañas desapariciones? ¿cómo acabará esta odisea?- , pero no inquietud ni suspense en el espectador que, como un servidor, pueden incluso sentirse más que decepcionados con tanta referencia cinéfila sospechosa y, sobre todo, un final tan imprevisible como carente de contenido. Entretenida, pero hueca.
Recomendado para conformistas del género.