Epopeya ‘imposible’ del cine español.
El 26 de diciembre de 2004, el mundo entero contuvo la respiración al ver cómo un devastador tsunami arrasaba las costas de casi todo el sureste asiático, llevándose por delante poblaciones enteras y la vida de más de doscientas mil personas. Entre los supervivientes de esta tragedia se encontraba María Bellón, una española que se encontraba de vacaciones en un paradisíaco resort de lujo en Tailandia y que vivió una auténtica odisea para encontrar a su familia.
Esta es la base sobre la que se sustenta Lo imposible, la segunda película como realizador de J. A. Bayona quien, tras un más que prometedor debut con la muy notable –aunque, a mi juicio, algo sobrevalorada- El orfanato, ha tomado el relevo de Alejandro Amenábar como director revelación de nuestra maltrecha industria cinematográfica –con permiso de Kike Maíllo, otra perla que habrá que ver cómo evoluciona- . Y lo ha hecho a lo grande: casi un lustro le ha llevado levantar la producción de este monumental proyecto, con un más que generoso presupuesto –bien invertido, visto lo visto en la pantalla- y un reparto internacional que han dado como resultado, afortunadamente, una masiva y favorable respuesta del público, convirtiendo a esta cinta en el mejor estreno hasta la fecha de una película española.
Hay que decirlo: Bayona es un todo un fenómeno, un verdadero crack, un alumno aventajado del señor Spielberg que, como el maestro de Ohio, sabe contar como nadie –al menos, como nadie hoy día en nuestro país- una historia con imágenes. Coloca la cámara donde hay que colocarla, la narración y el ritmo narrativos son sobresalientes, domina a la perfección –con la inestimable aportación de sus colaboradores, por supuesto- todas las facetas técnicas de la obra cinematográfica con precisión milimétrica –la fotografía es estupenda, la música realmente evocadora… pero si algo sobresale por encima de la media es el soberbio trabajo que se ha hecho con el sonido- y, en definitiva, sabe llevar al público por los recovecos emocionales del buen guión de Sergio G. Sánchez –firmante también del libreto de su ópera prima– con naturalidad y sin estridencias, de la angustia al drama pasando por el dolor físico que sus personajes transmiten a la platea.

Por cierto, y hablando de los personajes y de los actores. Quién más y quien menos ya sabe que Naomi Watts y Ewan McGregor son dos excelentes intérpretes, y entiendo que sus nombres, por cuestiones comerciales, deban encabezar el cartel –un cartel, dicho sea de paso, que es un spoilerazo en toda regla- . Pero quien merece todos los elogios para quien esto suscribe es el debutante Tom Holland, quien encarna al hijo mayor de la familia y que, a sus escasos dieciséis años, carga con casi todo el peso de la historia, y lo hace con convicción, frescura y un talento innato, regalándonos una interpretación sublime, perfecta, con una evolución no solo psicológica, sino también física, del niño que se hace adulto en apenas los dos días en que se desarrolla la tragedia.
No me quiero detener a hablar de los efectos especiales –no porque sean fallidos, todo lo contrario, sino porque, afortunadamente, están subordinados a la historia y los personajes- , y, aunque como digo el film es sobresaliente en todos sus aspectos, me veo obligado a ponerle dos “peros”. Uno: durante la secuencia del tsunami, no pude evitar cierta sensación de déjà vu –recordemos que otro gran maestro, Clint Eastwood, ya lo había recreado al comienzo de Más allá de la vida (2010)- Y dos (¡atención, spoiler!): a un servidor le sobra la escena final, en la que fletan un avión para evacuar sólo y únicamente a la familia protagonista; después de que en una secuencia anterior se hayan cargado tintas contra un insolidario incapaz de prestar su teléfono móvil siquiera un minuto, da la impresión de que en el susodicho avión podían haber desalojado a algunos supervivientes más. ¿No? Vale, quizá esté siendo algo frívolo, pero confieso que en esos dos minutos finales he perdido gran parte de la empatía con los personajes…
En fin, como digo, son dos pequeños lunares que no desmerecen al conjunto de la obra, y que, seguramente con el paso del tiempo, les dé menos relevancia que ahora. Sin duda, Lo imposible es, si no la que más, una de las más estimulantes propuestas que tenemos hoy día en nuestra cartelera. Mi recomendación: no os la perdáis.
Recomendado para degustadores de grandes epopeyas humanas.