‘Yanindara’.
Dejad que os cuente: el año en que tuve el honor de formar parte del jurado del Festival de Cine Solidario de Guadalajara, mis compañeros y yo, tras un largo debate, acordamos entregar nuestro Primer Premio a Yanindara (Lluis Quilez, 2009), un cortometraje que, si bien eran innegables su excelente factura técnica, su cuidada puesta en escena y su interesante moraleja, para quien esto escribe le faltaba un ingrediente indispensable para tamaño reconocimiento: emoción. Esta obra, como digo formalmente impecable, no consiguió conectar conmigo hasta el punto de removerme por dentro…
La misma sensación me ha producido 12 años de esclavitud. Desde fuera, casi nada puedo reprocharle al último trabajo firmado hasta la fecha por Steve McQueen –no confundir con el recordado protagonista de La huida (Sam Peckinpah, 1972)- , director de las muy alejadas Hunger (2008) y Shame (2011): una épica dramática que refleja uno de los episodios más infames y vergonzosos de la historia norteamericana –el secuestro y compraventa de esclavos negros en los estados sureños durante buena parte del siglo XIX- con un reparto eficaz al servicio de la historia, una realización bastante sobria –salvo por un par de flashbacks totalmente arbitrarios metidos con calzador en el metraje- , una pléyade de reconocidos intérpretes en breves pero importantes roles –Michael Fassbender, Brad Pitt, Paul Giamatti, Benedict Cumberbatch, Paul Dano– y ciertos aspectos sobresalientes, tales como la dirección artística de David Stein y la fotografía a cargo de Sean Bobbit.

Sin embargo, y a pesar de sus muchas virtudes, no he conseguido ni emocionarme ni empatizar con este film, que, salvo en contadísimos momentos –ese terrible plano secuencia en el que el protagonista es obligado a fustigar salvajemente a una semejante- , lo encuentro excesivamente frío, calculado, y no nos ofrece nada nuevo que no hayamos visto ya en otras obras cinematográficas –me vienen a la memoria la reivindicable El color púrpura (1985) o la fallida Amistad (1997), ambas firmadas por Steven Spielberg- o incluso televisivas –la recordada Raíces (1977)- .
12 años… podía haber sido a la esclavitud lo que El pianista (Roman Polanski, 2002) fue al Holocausto: una mirada íntima, personal y sincera a través de los ojos de un personaje que es a la vez testigo y protagonista del horror, en este caso, un Chiwetel Ejiofor al que vemos en todas las secuencias y en el 90% de los planos, y que, con pocas palabras, es capaz de transmitir un profundo dolor, consternación y sufrimiento.
Recomendado para adictos a las tragedias épicas.