De padres e hijos.
Cuenta Gracia Querejeta en el making-of de 15 años y un día (2013) que la idea de esta película surgió cuando un día, yendo por la calle, un chaval se les quedó mirando de manera amenazadora a ella y a su hijo adolescente. La directora confiesa que dos preguntas le asaltaron en su fuero interno: ¿qué se estaría cruzando por la mente de ese chico?, y ¿qué puede sucederle a mi hijo cuando yo no estoy?
Los conflictos en una edad difícil han dado pie a innumerables films durante décadas en todo el planeta cine, abordándolos desde diferentes perspectivas y con temáticas –o macguiffins, si se quiere- , de lo más variadas. Es por ello que, en un alarde de modestia –muy presente, por otra parte, en toda su austera filmografía- , Querejeta no busca realizar una tesis cinematográfica definitiva sobre la adolescencia, sino, simplemente, ofrecernos un punto de vista. Mejor dicho: su punto de vista. Porque en esta cinta se habla enfrentamientos entre chavales, y de estudios y pellas, y de amistades traicionadas, y de chicas, y de fútbol… pero también de las preocupaciones de los progenitores, de sus frustraciones, de los palos que les ha dado la vida y que difícilmente les hacen ser un ejemplo a seguir por las generaciones que les suceden.

No en vano, toda la película es, tanto en la forma como en el fondo, una cuestión de relaciones entre hijos y padres. Ya hemos contado lo que le pasó a Querejeta –hija, por cierto, del llorado Elías- , pero ahí tenemos a su coguionista Antonio Mercero, quien, como la firmante de Siete mesas de billar francés (2007), es vástago de un recordado hombre de cine y también es padre de un quinceañero; a esa madre incapaz de serlo (Maribel Verdú, estupenda, como siempre), anclada en un pasado de joven viuda y bajo la severa presencia de su amargada progenitora (Susi Sánchez); a ese abuelo que un día huyó (Tito Valverde) y que ahora se ve obligado a ejercer de forzoso padre de un muchacho en constante pelea con el mundo (Arón Piper); o a esa inspectora de policía (Belén López), angustiada por el rechazo de un hijo que no quiere saber nada de ella.
La red emocional que se teje entre los personajes, encarnados, por otro lado, por una suerte de estupendísimos actores, es lo que sostiene a una película bastante maja, sin grandes alardes pero sin excesivas pegas, aunque algunos detalles no terminen de cuajar –esos constantes fundidos a blanco (¡o a rojo!), totalmente artificiosos; ese viejo militar retirado, mucho menos fiero de lo que se podría prever; – . Pero en conjunto nos encontramos ante una propuesta solvente y eficaz.
Preciosa, por cierto, la BSO de Pablo Salinas.
Recomendado para públicos intergeneracionales.