Capitán Phillips

Oh, capitán, mi capitán.

A todos nos ha pasado que las altas expectativas creadas ante una película –por sus alabanzas por parte de crítica y público, por los premios que ha cosechado, o sencillamente porque te la ha recomendado sinceramente un amigo o familiar- nos produzcan, en algunas ocasiones, una sensación injustamente menor cuando al fin tenemos ocasión de ver por nosotros mismos dicha obra cinematográfica. Si a eso le añadimos que la propuesta viene avalada por la firma de un realizador tan solvente y en ocasiones brillante como Paul GreengrassBloody Sunday (2002); El mito de Bourne (2004); United 93 (2006); El ultimátum de Bourne (2007); Green Zone (2010)- y con un protagonista tan sumamente eficaz como el doblemente oscarizado Tom Hanks, el anhelo es doblemente superior. Y luego, pues pasa lo que pasa; la peli ya puede estar muy bien, que uno casi siempre se quedará con la sensación de que esperaba algo más.

Capitán Phillips es uno de esos innumerables casos. Probablemente mi percepción acerca de esta película se revalorice dentro de unos años, pero lo cierto y verdad es que, a día de hoy, he salido con la impresión de que la cinta va claramente de más a menos, con una clarísima distinción entre las dos partes en las que podríamos dividir sin dificultad ninguna esta propuesta.

El film arranca con lo que todos más o menos esperamos: la presentación de los personajes –por un lado, el comandante del gigantesco carguero marítimo, inquieto ante la aparente pasividad de su tripulación a la hora de efectuar simulacros contra secuestros; por otro, el jefe de los secuestradores, un sicario al servicio de un señor de la guerra somalí- , y, a continuación el asalto al navío por parte de los terroristas. Es, en todo este episodio, donde mejor funciona la película, trufada de excelentes set-pieces donde el ritmo, la tensión, el nervio, no decaen en ningún momento. Cada decisión de cada personaje es crucial; cada movimiento, cada diálogo, es una prueba de fuego en un entorno claustrofóbico, irrespirable, en el que en cualquier momento puede desatarse la tragedia. Es, en definitiva, un ejercicio cinematográfico de primer nivel, deudor, por otra parte, de la planificación y puesta en escena del sublime y a la vez dramático retrato que el realizador hizo de los atentados del 11 de septiembre.

Tom Hanks
Alta tensión en el puente de mando.

Sin embargo, hacia mitad del metraje, hay un punto y aparte: los terroristas deciden huir en la (llamativa) lancha salvavidas con un puñado de dólares de la caja fuerte y con el capitán como rehén. Nos olvidamos casi completamente del ‘Maersk Alabama’ para centrarnos en lo que pasa en el bote motorizado así como en los buques de la marina norteamericana que van tras ellos. Se pierde, por tanto, esa sensación de claustrofobia, y se suceden algunos episodios algo confusos: ¿por qué esa lucha de competencias jurisdiccionales entre los perseguidores –un recurso de lo más manido en las producciones policíacas hollywoodienses- ? ¿Por qué darles tanta importancia a detalles tan nimios y volátiles como el asunto de la camiseta –en una barcaza con tres negros armados y un blanco desarmado, ¿no distinguen quién es el rehén?- o el empeño de que el secuestrado permanezca siempre en el mismo número de asiento? ¿Por qué tantos gritos exigiendo a la víctima que guarde silencio, cuando lo más obvio sería que le diesen un culatazo con el rifle para dejarle inconsciente? Son cuestiones demasiado elementales, y no se me ocurre otra explicación que el suponer que los acontecimientos fueron así en la vida real –no olvidemos que el film está basado en unos hechos acontecidos en el año 2009- ; pero, como suele ocurrir con las adaptaciones novelísticas, lo que funciona en lenguaje literario no tiene porqué funcionar en lenguaje cinematográfico. Y, en este caso, la realidad estropea una buena película.

Me quedo, eso sí, con tres detalles importantes: por un lado, el retrato algo pusilánime que se hace de los marines, lejos de esa imagen heroica y eficaz que Hollywood nos ha vendido en anteriores ocasiones –primero, apenas dan importancia a la llamada de auxilio del capitán; luego, se presentan cuando ya está todo el lío montado- ; por otro, la humanidad que desprende el personaje de Barkhad Abdi, del que sabemos muy poco pero cuya penetrante mirada y sus aterradores silencios dicen mucho más que sus palabras –en este punto, no pude evitar acordarme del cortometraje Aquel no era yo (Esteban Crespo, 2012); quién sabe si este pescador metido a bandido no fue un niño soldado al que le robaron la infancia- ; y por último, pero no menos importante, el soberbio trabajo de Tom Hanks, más camaleónico que nunca encarnando en cuerpo y alma al auténtico capitán Richard Phillips, que inexplicablemente no podrá optar a su tercer Oscar a pesar de realizar aquí uno de sus más profundos, sinceros y completos trabajos interpretativos.

Recomendado para los que se emocionan con las historias ‘basadas en hechos reales’.

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