Acción-reacción.
A pesar de estar constantemente bombardeado por diferentes medios que, en no pocas ocasiones, pecan de sobreinformar más allá de lo estrictamente necesario a la hora de hablar de una película, aún hoy es posible acudir al cine y ver un film del cual no sabes absolutamente nada –salvo el nombre de sus tres protagonistas- y, sin saber qué te vas a encontrar, descubrir una auténtica y gozosa sorpresa que te hace recuperar la fe en el Séptimo Arte…
Esto es exactamente lo que me ha pasado con Cruce de caminos, un dramático thriller que se apoya en dos soportes tan sencillos y a la vez tan fundamentales desde que el cine es cine: un libreto sólido y compacto y unos actores espléndidos. Así de simple: sin estridencias, sin florituras, sin superfluos efectos especiales ni extraños giros argumentales ni virguerías audiovisuales a la hora de planificar la puesta en escena. El guion y los personajes: eso es todo lo que de verdad importa.

Cruce de caminos –que, puestos a saltarnos el no muy comercial aunque ilustrativo título original The place beyond the pines, lo hubiera bautizado como Cruce de destinos… entre otras cosas para evitar inútiles confusiones con el clásico de culto de los ochenta que protagonizara Ralph Macchio- se divide en tres episodios diferenciados pero enraizados en un mismo tronco, en el que cada uno surge como consecuencia de los actos producidos en el anterior. Luke (Ryan Gosling), un motorista acrobático que se malgana la vida en una feria ambulante, protagoniza el primero; Avery (Bradley Cooper), un honrado agente de policía, será el personaje principal en la segunda; y un par de adolescentes, A.J. (Emory Cohen) y Jason (Dane Dehaan) coparán la mayor parte de las escenas en la tercera. Y no quiero contar nada más: a punto he estado de describiros las relaciones que se suceden y ramifican entre ellos, la vital importancia que tienen los dos únicos roles femeninos –a cargo de unas muy eficaces Eva Mendes y Rose Byrne– , las inesperadas subtramas que, debido a la famosa acción-reacción, poco a poco se irán entretejiendo a lo largo de varios lustros… pero si yo he disfrutado lo indecible precisamente por, como digo, no saber absolutamente nada de lo que me iba a encontrar en pantalla, pues mejor no diremos casi nada más…
Vale que igual el metraje es un pelín largo –casi dos horas y veinte minutos- ; vale que hay por ahí dos o tres personajes que se les ve venir –ese inspector encarnado por Ray Liotta… por cierto, mucho más fino aquí que en aquél sobrevalorado coñazo que fue Mátalos suavemente (Andrew Dominik, 2012)- ; y vale que la película emana un extraño look algo anacrónico, casi como si estuviera fuera del tiempo –a juzgar por la BSO, hubiera jurado que se desarrollaba en los años ochenta… hasta la escena del ordenador portátil- , y que, con la presencia del propio Gosling, puede recordar demasiado a la cercana Drive (Nicolas Winding Refn, 2011)- … pero a mí, particularmente, no me ha disgustado. La construcción de los personajes me ha parecido tan rica –sin blancos ni negros; todos se mueven en un gris neutro- , el guion tan verosímil y la realización de Derek Cianfrance es tan notable –sutil y reposada en los momentos más dramáticos, vibrante y electrizante en las escenas más dinámicas- que no he podido sino rendirme ante la que de momento, junto con Antes del anochecer (Richard Linklater, 2013), es la película del año. Sobresaliente.