Don Jon

Hipocresía y masturbación.

Tras un lustro de lo más fulgurante –con casi una veintena de títulos como actor, más cinco cortometrajes como realizador- , Joseph Gordon-Levitt debuta en la dirección de largometrajes con Don Jon (2013), una especie de puesta al día ultracontemporánea del mito donjuanesco tan popular en nuestra cultura pero quizá algo menos conocido, más allá de los superficiales tópicos, en otras latitudes. Además, el propio Gordon-Levitt se guarda para sí al personaje protagonista, una especie de Adonis de discoteca que sufre de un onanismo digital casi enfermizo –consigue más (auto)satisfacción sexual mediante el visionado de material pornográfico que con sus diferentes ligues de cada noche- hasta que se encuentra con su doña Inés particular, una voluptuosa Scarlett Johansson con aires de Afrodita poligonera pero que sabrá ponerle a raya.

Vale, sé lo que estáis pensando. Vosotras: “esto es pura masturbación cinematográfica”. Vosotros: “este tío escribe, dirige y se cepilla a media docena de macizorras… ¡es el puto amo!”. ¿A que sí? Bueno, pues he de deciros que ni lo uno, ni lo otro. De hecho, y paradójicamente, Don Jon tiene una virtud pero que en cierta medida es una pega. Me explico: Gordon-Levitt, que podía haber tomado la alternativa detrás de la cámara con un material mucho más ligero y volátil, se arriesga a tocar muchos palos, y la jugada a veces no sale del todo bien. Loable su crítica al culto al cuerpo –a veces demasiado evidente, como esa rutina diaria del protagonista en el gimnasio o esos spots televisivos tan irrisorios y sexistas; a veces algo más sutiles, como esas revistas femeninas que anuncian consejos sobre “cómo sentirte más sexy”– así como esa visión decadente y turbia de un medio de comunicación hoy ya imprescindible, pero convertido en un mero pasaporte sin control hacia un infinito mundo escabroso y obsceno. Tampoco debemos desdeñar la hipocresía que emanan todos los personajes, que si bien no los hace odiosos, al menos terminemos teniendo mejor opinión de nuestro protagonista al final de la película de lo que se podía prever al comienzo.

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«¿No es verdad, ángel de amor…?»

Sin embargo, como decía, hay otros elementos que no terminan de encajar del todo. La familia de Jon, por ejemplo, se mueve entre el arquetipo y la caricatura, y no termina de definirse por uno u otro; el personaje de Julianne Moore, aunque necesario, se mueve en un terreno demasiado trágico que desentona con el carácter satírico del conjunto; y apunta algunos detalles que podrían ser ingeniosos –preguntas que siempre nos hemos hecho en torno al misterio de la iglesia y la religión; esa hermana silenciosa abducida por su teléfono móvil- , pero se quedan a medio camino, en mera anécdota.

Como digo, muchos temas en torno a un solo protagonista, cuando quizá la cosa hubiera funcionado mejor con menos y más trabajados planteamientos. O con un tono más sarcástico y menos trascendente. Pero tampoco le podemos negar cierta audacia a su responsable, quien no se arruga ante el reto y al menos deja la sensación de que puede llegar a ser un cineasta más que interesante a tener en cuenta en un futuro próximo.

Recomendado para cinéfilos curiosos.

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