Hiperbólico existencialismo.
Es probable que a estas alturas habrá a quien el nombre de los hermanos Andy y Larry Wachowski le suene a chino. Si digo que son los creadores de la saga Matrix (1999, 2003), seguro que todo el mundo los identifica: las aventuras pseudometafísicas en un paralelo universo digital de bytes y artes marciales que protagonizaba el actualmente desaparecido Keanu Reeves dieron la vuelta al planeta, amasaron millones de recaudación y dejaron para la posteridad una trilogía tan apabullante como discutible, así como un nuevo concepto de hacer cine fantástico y de acción. No lo neguemos: podían gustar o no, pero reinventaron el género a las puertas del siglo XXI.
Casi una década después, y tras apadrinar -¿o algo más?- la (literalmente) revolucionaria V de Vendetta (James McTeigue, 2005) y estrellarse con la efímera Speed Racer (2008), amén del cacareado cambio de sexo de Larry –ahora es Lana– , regresan por todo lo alto con una de esas producciones que pretenden traspasar y trascender más allá de la pantalla, con una cinta que ya hay quien la ha querido ver como el 2001. Una odisea del espacio (Stanley Kubrick, 1968) de la nueva era; un film enorme, inconmensurable en su concepción y planteamiento, y que, como suele ocurrir en estos casos, se queda muy por debajo de sus expectativas.
Con la ayuda del alemán Tom Tykwer –responsable de las aburridísimas Corre, Lola, corre (1998) o El perfume, historia de un asesino (2006), entre otros títulos- , los Wachowski tejen una fábula a partir de la idea de que todos los seres humanos se relacionan a lo largo de diferentes vidas y épocas en la Historia de la Humanidad. Seis son las historias que se narran en El Atlas de las Nubes: la de un joven explorador colonial del siglo XVIII –Jim Sturgess– ; la de un compositor a comienzos del XX –Ben Whishaw– ; la de una periodista en la década de 1970 –Halle Berry– ; la de un anciano escritor en la época actual –Jim Broadbent– ; la de una replicante con conciencia propia en una megalópolis del siglo XXII –Doona Bae– ; y la de un superviviente en una era futura postapocalíptica sin determinar –Tom Hanks– . En todas ellas, protagonistas y secundarios se entrecruzan en múltiples ocasiones, viviendo diferentes vidas en las que incluso cambian de sexo o raza, según la época, lo que da lugar a un film que se construye a base de constantes saltos temporales que obligan al espectador a una concentración máxima, perpetua y ciertamente agotadora durante sus casi tres horas de metraje.
El principal problema de la que adolece esta película –cuya dirección de producción es, sencillamente, apabullante- es su autoimpuesto hiperbólico existencialismo: las situaciones narradas parecen querer conjugarse en un todo trascendente y sublime, dándonos a entender una filosofía vital post-new age que, si en Matrix se justificaba con la idea de una realidad virtual que nos rodeaba ante nuestra pasividad o ignorancia, aquí se manifiesta como una suerte de credo religioso que va más allá de las fronteras, ya sean físicas, políticas o temporales. Casi nada…
Añadámosle a todo esto que algunos de los relatos, por separado, nos producen cierta sensación de déjà vu –Sonmi 451/Donna Bae es una mesías que, como Neo, deberá liberarnos más allá de lo que imaginamos; Zachry/Tom Hanks comparte genes con el Mel Gibson de Mad Max (George Miller, 1979) o con el Kevin Costner de Waterworld (Kevin Reynolds, 1995), sustituyendo asfalto u océano por frondosos bosques- , y que la caracterización de ciertos personajes resulta tan forzada como risible –esa enfermera encarnada por Hugo Weaving…- . El buen hacer del veterano Jim Broadbent o del cada vez más habitual James D’Arcy –acabamos de verle encarnando a Anthony Perkins en Hitchcock (Sacha Gervasi, 2012)– , así como algunos aciertos narrativos –todo el episodio de la reportera Luisa Rey/Halle Berry es, con diferencia, el más interesante- , no son elementos suficientes para mantener a flote una cinta que a la que le pierde sus aires de impostada grandeza.
Recomendado para fans de los rompecabezas metafísicos.
Pues yo debo de ser fans de rompecabezas metafísicos. De hecho también me molaron bastante «V de Vendetta» y sí, las secuelas de «Matrix». Con la de «Speed racer» no me he atrevido. :-p