Tocando fondo.
Viene avalada por una burrada de galardones, triunfando, entre otros certámenes, en el último Festival de San Sebastián y en los premios José María Forqué. Y apunta a favorita para los próximos Goya. Sin embargo, una vez vista, debo decir que La herida (2013) me ha producido una dolorosísima decepción, de las más grandes que me he encontrado en el cine español de los últimos años, sólo comparable quizás a Mapa (Elías León Siminiani, 2013) o El artista y la modelo (Fernando Trueba, 2012).
Y no, no quiero ni pienso darle la razón a cierto ministro viperino a la hora de cualificar el Séptimo Arte patrio. Por muy poco que me guste una película, no voy a descalificar por sistema las producciones que se realizan en este país. De hecho, del film del que hoy hablo no se le puede achacar una sola pega en cuanto a la calidad se refiere –si entendemos este término como sinónimo de factura técnica- . Cierto es que la hasta hoy desconocida Marian Álvarez es todo un descubrimiento: gran trabajo el suyo, nada fácil, para darle alma y corporeidad a esa conductora de ambulancias depresiva y autodestructiva, sin metas y sin nada por lo que vivir o luchar, que, sin embargo, regala toneladas de cariño a sus pacientes; un personaje atractivo y ambivalente, pero sin desarrollo ninguno y que termina el drama tal y como lo empieza, tocando fondo. Álvarez se merece todos los premios de interpretación habidos y por haber sólo por el mérito de sacar algo imponente de donde no había absolutamente nada.
Desde el primer minuto, el director Fernando Franco apuesta en su ópera prima por una constante cámara en mano para que el espectador acompañe, casi literal y físicamente, a la protagonista; la sobriedad de la puesta en escena –casi todo se construye a base de planos-secuencia- le da un carisma casi documental a la propuesta, cercano al cinema verite; y otros aspectos como la fotografía y el sonido, sin hacer grandes alardes, están bastante bien cuidados.

Pero, ¿y el guion? Seré muy claro: no cuenta nada. Absolutamente nada. Plano, plomizo, sin puntos de interés y carente de información elemental para el espectador. Hay elementos que se intuyen –la relación entre la protagonista y su abnegada madre es fría y distante, quizá por miedo a que se repitan tragedias del pasado- , pero hay otros que se dejan directamente ahí, sin orden ni concierto. ¿Por qué esas tendencias autodestructivas? ¿Por qué la cleptomanía? ¿De dónde viene esa aversión hacia el padre? Y si hay rencor, ¿por qué asistir a su boda? Estupefactos, asistimos a un rosario de penurias en el que todo empieza mal y termina casi peor, un dramón en toda regla, que, para rematarnos, adolece de un ritmo anodino cargado de agotadores silencios que, si no desespera, al menos exaspera…
La herida no deja lugar a optimismo ninguno, no se apiada de sus personajes y ofrece una visión melancólica y deprimente de la vida. Una sensación similar me produjo en su día Solas (Benito Zambrano, 1999), otra cinta igualmente de aclamada en su momento; pero si aquella apenas desprendía un leve hálito de esperanza, ésta, directamente, no nos proporciona ninguno. Vamos, toda una fiesta.
Recomendado para sesudos críticos fácilmente impresionables.