Áspera odisea hacia Utopía.
Aunque oficialmente se trata de una coproducción entre México, España y Guatemala, no es muy frecuente que el cine que se desarrolla en este último llegue hasta nuestras carteleras. Una pena, porque vista la solidez, la contundencia y el espíritu crítico que alberga las entrañas de La jaula de oro (Diego Quemada-Díez, 2013), es fácil presuponer que la cinematografía de este país centroamericano es un verdadero diamante en bruto aún por descubrir.
Tres jóvenes de barrios bajos –dos chicos y una chica, quien oculta su sexualidad a ojos ajenos- , a los que se les une un muchacho nativo, deciden emprender camino -quizá de manera algo inconsciente, quizá demasiado desesperados- hacia los Estados Unidos. Para ello deberán salir de su región natal, atravesar todo el territorio azteca, evitar infinidad de obstáculos y contratiempos –guerrillas, policías corruptos, deportaciones, extorsiones, etc- hasta lograr alcanzar, y sortear, la línea fronteriza que les separa del sueño americano. Todo un desafío físico y psicológico tanto para los protagonistas como para el espectador, que acompañará en todo momento a estos chavales tanto en sus penurias como en sus –breves- momentos de felicidad.
Con acierto, Quemada-Díez nos regala algunos momentos más relajados, e incluso divertidos –p.ej., aquellos en los que la muchacha intenta comunicarse con el indígena enseñándole palabras en castellano- , escasos –dado el alto nivel dramático del film- pero bien dosificados a lo largo del metraje para dar pequeños respiros a los espectadores. Espectacular, por cierto, la dirección de actores, sobresaliendo la jovencísima Karen Martínez, cuya presencia, incluso fuera de plano, se quedan grabadas en el respetable.

Pero que nadie se lleve a engaño: La jaula de oro es, ni más ni menos, que el contundente, oscuro e hiperrealista lado opuesto de las aventuras teen de Hollywood. Detalle sutil –pero no imperceptible- que estos chicos realicen su larga travesía siguiendo las líneas del ferrocarril -¿alguien más pilla el perverso guiño a Cuenta conmigo (Rob Reiner, 1986)?- , y durante su odisea, a modo de etapas a cada cual más cruenta que la anterior, el director pone de relieve y sin paños calientes lacras como la explotación infantil, el abuso policial, el secuestro y comercio de seres humanos y la impunidad de las mafias organizadas. Como ellos, muchos son los que intentan salir de la pobreza y la inmundicia en este éxodo hacia la Tierra Prometida, que, por cierto, no dudará en recibirles a tiro limpio para preservar el statu quo del american way of life –una práctica a todas luces ilegal pero de lo más habitual en la frontera méjico-estadounidense, como denunciaba el cortometraje On the line (Jon Garaño, 2008)- . Y, como moraleja, la evidencia clara de que América es sólo para unos pocos elegidos, y que incluso, una vez dentro, la suerte para los inmigrantes no es sino un sueño utópico envuelto en un mantra aparentemente lujoso pero sin alma.
Amistad y sentido de la supervivencia van de la mano en un relato duro y sin apenas concesiones. Una de las propuestas más brillantes de los últimos meses. Una joya por descubrir.
Recomendado para quienes aún se creen la ilusión del sueño americano.