Secretos, mentiras y fútbol.
El cine de Daniel Sánchez Arévalo se ha hecho mayor. Es hora de reconocer el talento de este director, que para quien esto escribe se había convertido en la eterna promesa y que, al fin, ha despuntado. Porque no sé a vosotros, pero tanto sus ocho cortos como sus tres largos –hasta llegar a este- siempre me habían dejado una sensación algo contradictoria: buenos planteamientos, irregulares resultados. Azuloscurocasinegro (2006) no es que me entusiasmara, Gordos (2009) me decepcionó bastante y si acaso Primos (2011) sí que la encontré bastante más honesta y agradable, con algunos puntos de brillantes, pero tampoco como para tirar cohetes.
Si digo que Sánchez Arévalo ha encontrado por fin su punto de madurez ya no es sólo porque con La gran familia española (2013) haya sido capaz de construir un guion bien estructurado, sino que empieza a mostrarnos un estilo propio, que combina referencias claramente autobiográficas con interesantes tramas tragicómicas, a medio camino entre el sainete berlanguiano y la sátira contemporánea. En este caso, pone su punto de mira sobre una familia tan pintoresca como a la vez tan normal y tan española, poblada por jóvenes inmaduros y adultos fracasados y donde el cariño y el recelo van constantemente de la mano. El gran acierto es, sin duda, repartir por igual el peso y la importancia de todos los personajes, ofreciendo así un retrato coral y variopinto, carismático y pleno en matices, que los convierte en únicos e irrepetibles; todo un regalo para un magnífico elenco en plena forma, cómplices de la jugada, y donde nadie desentona –quizás me haya creído un poco menos a los debutantes Patrick Criado y Arantxa Martí– ni sobresale por encima de nadie: magníficos, por tanto, los Antonio de la Torre, Roberto Álamo, Quim Gutiérrez –sí, él también empieza a madurar- , Miquel Fernández, Héctor Colomé, Verónica Echegui, Pilar Castro…

Sánchez Arévalo dirige con soltura y confianza esta comedia dramática trufada de secretos, mentiras y fútbol –la acción transcurre, no lo olvidemos, durante la celebración de una boda que coincide, mira tú qué casualidad, con la final de la Copa del Mundo de 2010- , y consigue nuestra complicidad a base de memorables guiños cinéfilos –desde la evidente Siete novias para siete hermanos (Stanley Donen, 1954) hasta sus propios cortometrajes ¡Gol! (2002) y Traumalogía (2007)- y balompédicos –nos guste o no el deporte rey, todos estábamos aquella tarde-noche pegados al televisor- , que adornan un libreto ya de por sí ejemplar y preciso. Buenos mimbres para una muy notable obra cinematográfica que esconde muchas más virtudes que las de una simple comedia al uso.
Recomendado para públicos perspicaces.