Magistral lección de Historia y Cine.
Con este titular, es fácil que a más de uno o una le dé a priori algo de pereza ver el nuevo trabajo de Steven Spielberg. Es comprensible: una master class de Historia americana de ciento cincuenta minutos de duración seguramente no sea la propuesta más atractiva del mundo. Además, con la que está cayendo en el mundo hoy día, políticamente hablando, ¿es de interés para el espectador medio una cinta sobre la vida, obra y milagros del decimosexto presidente norteamericano? -y más cuando hace unos meses nos había llegado una versión no oficial de su juventud en formato de tebeo fantástico en la destroyer Abraham Lincoln: Cazador de vampiros (Timur Bekmambetov, 2012)- .
Aunque considero al señor Spielberg un auténtico maestro, hay que reconocer que no siempre el cineasta de Ohio ha estado muy diestro cuando ha dirigido películas de época; salvo la magistral La lista de Schindler (1993) o la excelente Salvar al soldado Ryan (1998), a veces no ha afinado con precisión en el ritmo –El color púrpura (1985) o El imperio del sol (1987) eran formalmente impecables, pero reconozco que narrativamente lentísimas- , en la empatía hacia los protagonistas –los terroristas de Munich (2005), algunos personajes de la reciente Caballo de batalla (2011)– o en el mismo contexto histórico –la olvidada, y olvidable, Amistad (1997)- . Sin embargo, y para regocijo de quienes disfrutamos con su cine, esta vez sí ha tenido el acierto de ser algo menos ambicioso –tanto en el fondo, centrándose sólo en los últimos meses de la vida del Presidente, como en la forma, con un presupuesto de cincuenta millones de dólares, bastante bajo para los cánones de Hollywood- y poder trabajar en profundidad y con indudable solvencia cada plano, cada secuencia, cada matiz de cada personaje…
El primer gran logro de Lincoln es, sin lugar a dudas, el trabajo de ese gran actor llamado Daniel Day-Lewis, que no interpreta, sino que, directamente, es la reencarnación viva del mandatario estadounidense: su voz, sus andares, sus gestos y su mirada penetran en el espectador más allá del mero y eficaz trabajo de caracterización. A partir de aquí, y de la insólita simpatía que despierta entre la platea –donde los espectadores asistimos a sus discursos, decisiones, chascarrillos y batallitas- , esta magistral lección de Historia se hace no sólo amena, sino hipnótica y apasionante, descubriéndonos las intrigas políticas, los trapicheos y las argucias y contrasentidos legales a los que tuvo que hacer frente mediada la década de 1860 para conseguir poner punto y final a la Guerra Civil con los secesionistas sureños y abolir, de una sola vez y para siempre, la esclavitud en todo el país. También hay cierto tiempo para retratar su lado más íntimo y familiar, y aunque como suele ocurrir en estos casos este aspecto está menos desarrollado, aún deja espacio para que Sally Field, su esposa en la pantalla –y casi única fémina en todo el relato, con permiso de Gloria Reuben– , se luzca con uno de esos secundarios breves pero inolvidables. Y, como ya hiciera Oliver Stone en la magnífica JFK: Caso abierto (1991), Spielberg se rodea además de un innumerable ramillete de sobresalientes actores, quizá con menos caché para el gran público pero todos maravillosos: desde honorables veteranos como Tommy Lee Jones, David Strathairn o Hal Holbrook hasta nuevos valores en alza como Joseph Gordon-Levitt –a quien el pasado año pudimos ver en trabajos tan dispares como El caballero oscuro: la leyenda renace (Christopher Nolan), Looper (Rian Johnson) o Sin frenos (David Koepp)- , pasando por Jackie Earle Haley, Bruce McGill, John Hawkes, Tim Blake Nelson, Jared Harris o un recuperado James Spader, entre otros.
Spielberg pone al servicio de estos grandísimos intérpretes toda su elegancia, sutileza y sobriedad como cineasta, con la inestimable colaboración de sus inseparables John Williams –compositor- , Janusz Kaminski –fotografía- , Rick Carter –director de producción- y Michael Kahn –montador- , dando como resultado una de las obras de corte más clásico, si así puede definirse, de toda su filmografía. Quizá haya un par de momentos en los que el ritmo decaiga un poco, y que el relato se vuelve a veces –muy pocas- algo farragoso entre tantos congresistas y delegados, republicanos y demócratas, radicales y moderados. Pero en conjunto el resultado está muy por encima de la media, una película excelente cuyo peso cinematográfico se irá revalorizando con el paso de los años. Puro cine.
Recomendado para cinéfilos de pro.