Yo, mi, me, conmigo.
Cuando Truman Capote publicó A sangre fría en 1966 inventó un género: la novela peridística. Aquella obra no era ficción, pues todo lo que se relataba eran acontecimientos reales llevados a cabo por personas de carne y hueso; tampoco era un ensayo o una tesis de los hechos, pero el texto contenía ciertos datos casi forenses sobre los acontecimientos, expuestos con una prosa muy literaria. En cierto modo, Elías León Siminiani juega a algo parecido en su ópera prima: Mapa (2013) no es ficción, pues todo cuanto acontece emana de la realidad vivida en primera persona por el propio realizador durante los dos años que le llevó la producción de esta pieza; pero, a pesar de lo que se ha dicho, tampoco es documental, pues rara vez emplea las herramientas narrativas de este género, aunque sea para tergiversarlas.
No, lo que Siminiani ha hecho antes que nadie, y en eso reside su único y dudoso mérito, ha sido estandarizar en nuestra exigua industria cinematográfica el testimonio audiovisual propio de quien juega a ser realizador pero no de quien es un verdadero cineasta. En otras palabras: ha lanzado a nivel de distribución comercial lo que todos hemos hecho con nuestro humilde equipo doméstico –grabar cuanto acontecía a nuestro alrededor según un tema social, familiar o vacacional- , editar el material válido y crear una pequeña narración con apoyo de elementos como música, voz en off, rótulos, etc. Algo que ya hizo con algunos de sus cortos, principalmente Límites: 1ª persona (2009), que precisamente es punto de partida de este largometraje…
Aunque diera por bueno -que no es el caso- ese, llamémosle, ‘estilo’, particularmente entiendo el cine como un medio por el que transmitir conocimientos, generar inquietudes, promover el debato o, al menos, entretener al personal. No sólo no se da ninguna de estas cuatro características en Mapa, sino que en este caso el cine no es un medio en sí mismo, sino una herramienta con la que Siminiani hace un ejercicio de exocización a veces casi literal –en ciertos momentos se desdobla en dos yos– con el que poder librarse de sus fantasmas laborales, sentimentales y existenciales. Lo irónico de todo esto es que, según él mismo, este proyecto empezó casi de casualidad, tras una ruptura amorosa y un escollo profesional, y el chico que nunca tuvo la oportunidad de hacer cine ha terminado debutando en el largometraje gracias a dichos fracasos.
La ironía no termina ahí. Al espectador se le exige no sólo que se acomode a un lenguaje visual insólito y nada convencional, sino que haga un acto de fe y considere a pies juntillas que es veraz cuanto acontece en la pantalla, lo que en algunos momentos resulta un tanto difícil por no decir imposible -¿en serio lo primero que hizo tras el accidente de coche fue agarrar la cámara y ponerse a grabar?- , para luego mostrarnos, en la escena de la fiesta primero, en los créditos finales después, que este experimento cinematográfico ha sido posible con la colaboración, en mayor o menor grado, de algunos amiguetes ya muy bien establecidos en el panorama cinematográfico patrio actual. Con ayuda de mi vecino, mi padre mató un gorrino…
Seguro que quien más y quien menos, al igual que un servidor, tiene trabajos amateurs de las mismas características de Mapa, pero ni son tan pretenciosos –sin rubor ninguno quiere ir más allá de la nouvelle vague y del cinéma vérité– y obviamente nunca serán vistos -¡ni falta que hace!- en una sala comercial. Una decepción mayúscula. De momento, el pufo del año.
Recomendado para bohemios de poca monta.