¡’Transformers’ contra ‘godzillas’!
Cada vez lo tengo más claro: Guillermo del Toro no tiene término medio. Lo mismo te firma soberbias obras maestras llenas de tenacidad, imaginación, ingenio y talento, que insufribles chuminadas yanquis completamente huecas, banales y, lo que es más preocupante, terriblemente aburridas. ¿Cómo puede ser que el firmante de la magistral El laberinto del fauno (2006) y de otras cintas tan potentes como Cronos (1993) o El espinazo del diablo (2001) sea el responsable de tonterías como Mimic (1997), patinazos como Hellboy II. El ejército dorado (2008) o megalómanos pestiños como este Pacific Rim (2013)?
Nos encontramos ante uno de esos casos en los que los prejuicios son totalmente justificados, y que, según avanza la proyección, se reafirman como una indiscutible certeza: la película no hay por dónde cogerla. Se parte de un planteamiento tan peregrino como confuso –esa especie de submundo del que surgen las monstruosas criaturas… una idea, por cierto, que recuerda demasiado a la de la también fallida y olvidada El imperio del fuego (Rob Bowman, 2002)- , en el que todo huele a demasiado visto, demasiado asiático y demasiado demodé; se coloca en el centro del conflicto a una serie de personajes a cuál más tópico –ese joven algo engreído (Charlie Hunnam) al que le mueve la muerte de un ser querido; esa novata (Rinko Kikuchi) que bebe los vientos por él; ese comandante (Idris Elba) que tiene que poner freno al impetuoso héroe, aun sabiendo que es su mejor soldado; esos científicos sin más rol que ser la pareja cómica de la función- se filma todo sobre gigantescas pantallas verdes y ale, ¡que trabajen los magos del CGI! Con estos ingredientes, ¿alguien podía esperar que esta titánica lucha entre transformers y godzillas –con evidentes parecidos a la muy reciente, y desastrosa, Battleship (Peter Berg, 2012)- despertase el más mínimo interés?

De principio a fin, Pacific Rim adolece de un alarmante desinterés por todo cuanto transcurre en la pantalla: nada transmite empatía, no hay ritmo, ni humor, ni carisma, ni feeling, y los elementos teóricamente importantes en la trama son tan asépticos y disfuncionales que casi te da igual cuál sea el resultado en cada batalla. Las escenas dramáticas no transmiten emoción alguna, y las cómicas se limitan a un par de intervenciones de los dos gafapasta anteriormente citados así como un par de guest starring a cargo de los amiguetes Ron Perlman y Santiago Segura. Y el conjunto visual ni siquiera deslumbra: cualquier videojuego de consola de última generación tiene la misma estética y efectividad en pantalla. O sea, que por aquí, nada nuevo tampoco…
Desde que se descolgara de la trilogía de El Hobbit (Peter Jackson, 2012-2013-2014) –en la cual sigue acreditado como guionista, pero fuera de la producción desde mucho antes de Un viaje inesperado– , la carrera de Del Toro va en franca decadencia, cuyo único gran éxito en el último lustro ha sido producir El orfanato (2007) y aupar a su hoy conocido director, J. A. Bayona. Esperemos que más pronto que tarde se sacuda el corsé hollywoodiense y se ponga a trabajar en un nuevo proyecto sin la presión económica y artística de rendir cuentas ante una major –Blade II (2002) o el primer Hellboy (2004) se levantaron sin expectativa ninguna y funcionaron la mar de bien- . Es en esas circunstancias cuando nos suele regalar sus mejores trabajos.
Recomendado para palomiteros sin exigencias.