Un gran equipo

Ídolos de barro.

Fútbol y cine. Ambos crean afición pero difícilmente congenian. Y no son pocos los intentos que se han hecho por trasladar la pasión del llamado deporte rey a la gran pantalla, pero aún no ha habido cineasta capaz de dar con la fórmula mágica para filmar la película balompédica definitiva. Esto podría no extrañarnos en una cinematografía como la norteamericana, donde baloncesto, béisbol y otros deportes tienen una tradición muchísimo más arraigada, pero es curioso que también ocurra en otras latitudes como Europa o América del Sur, donde el once-contra-once se sigue con un fanatismo devoto por parte de sus incondicionales…

Casi siempre, el Séptimo Arte ha empleado el fútbol como una mera excusa, un macguiffin argumental; tal es el caso de la recordada Evasión o victoria (John Huston, 1981) –en la que un grupo de prisioneros de la IIGM, encabezados por Sylvester Stallone y Michael Caine, junto con estrellas futboleras del momento como Pelé o Ardiles, eran liberados literal y metafóricamente de su cautiverio gracias a las bondades del soccer– o de la excelente La gran final (Gerardo Olivares, 2006) –mordaz y sublime farsa sobre cómo se las ingenian las tribus más recónditas del planeta para poder ver la Copa del Mundo- . Y tal es el caso de la cinta que nos ocupa hoy.

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Un gran equipo, dirigida por el poco conocido en nuestro país Oliver Dahan –quizá su título más conocido hasta la fecha sea el biopic de Edith Piaf, La vida en rosa (2007)- , nos cuenta las vicisitudes de Patrick Orberá (José García), un exfutbolista caído en el olvido, alcohólico y con graves problemas con la justicia, que se ve obligado a aceptar un trabajo de mala muerte como entrenador de un equipo de tercera en la bretaña francesa para poder seguir luchando por la custodia compartida de su hija. Rápidamente empatiza con los aldeanos y, para hacer más llevadero su cometido, recluta a un ramillete de variopintas viejas glorias a cual más estrafalaria, donde destacan el emergente Omar Sy –que en apenas años y medio le hemos visto triunfar en la taquilla internacional con Intocable (Oliver Nakache & Eric Toledano, 2011) e Incompatibles (David Charhon, 2012) y que aquí clava el físico y los gestos de Liliam Thuram- y un desatado Gad Elmaleh, en las antípodas de sus contenidos trabajos en Midnight in Paris (Woody Allen, 2011) o la más reciente El capital (Costa-Gavras, 2012).

Con estos mimbres y con unas pocas gotas de denuncia social a lo Ken Loach –el futuro del pueblo depende de los éxitos deportivos de su equipo para evitar el cierre de una conservera, sustento laboral de casi toda la población autóctona- , Dahan construye una comedia a ratos entretenida pero francamente irregular, con demasiados altibajos, y cuyos personajes resultan ser excesivamente caricaturescos para sostener el lado más potencialmente dramático de una historia bienintencionada pero demasiado tópica. Lo mejor: que ese goleador venido a menos –tan aficionado a lanzar penaltis a lo panenka– finiquitara su carrera en el Atlético de Madrid…

Recomendado para degustadores de sencillas comedias con trasfondo social.

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