Vivir es fácil con los ojos cerrados

Carreteras secundarias.

La posguerra y los ecos de la Guerra Civil no son ajenos en los guiones de David Trueba: desde La niña de tus ojos (Fernando Trueba, 1998) hasta Los muertos no se tocan, nene (José Luis García Sánchez, 2011), pasando por su muy notable adaptación de Soldados de Salamina que dirigió él mismo en 2003, el escritor y realizador madrileño se ha acercado con cierta frecuencia a esta época relativamente reciente de nuestra historia, y siempre lo ha hecho con una mirada distanciada, objetiva, pero a la vez cálida y nada maniquea, ya fuese en clave de tragicomedia o de investigación cuasi-periodística.

Es habitual que se tache el franquismo como de un momento gris y monocromo, pero Trueba tiene la extraña capacidad de hacernos sentir cómodos en esta época, casi siempre gracias a la maravillosa empatía de sus personajes, y dibujándola de manera muy luminosa y con amplios y extremos contrastes -situándola, formal y contextualmente, en un plano muy cercano al de la oscarizada Belle Epoque (1992) de su hermano Fernando- : así, en Vivir es fácil con los ojos cerrados (2013), conviven sin dificultad severos padres e implacables maestros católicos –regla en mano, que no falte, para meter en cintura al alumno descarriado- con admirables profesores e inquietos jóvenes en busca de su lugar en el mundo. La historia –real, por cierto- de ese english teacher que se echa a la carretera en busca de su idolatrado John Lennon con parada y fonda en Almería, y al que se le unen una muchacha embarazada y un adolescente inconformista es el medio con el que el director nos habla de una España enquistada, pero poblada de inquietudes que más pronto o más tarde eclosionarían en un inevitable marco de libertad.

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Natalia de Molina, Francesc Colomer y Javier Cámara: en busca de John Lennon.

No es baladí que el profesor –al que da vida, de manera candorosa y magistral, un Javier Cámara apoteósico- enseñe la lengua de Shakespeare a sus pequeños alumnos a través de las canciones de los Beatles; el grupo inglés, no lo olvidemos, simbolizaba una cierta rebeldía que aquí, más que en otras latitudes, se miraba con mucho recelo. La iglesia católica, con tanta o más autoridad que el propio Estado, también está detrás de esas residencias para madres solteras de donde escapa BelénNatalia de Molina, ciertamente toda una revelación- , que se niega a que alguien pueda decidir sobre ella y su propio cuerpo. Y otra sacrosanta institución, la familia, donde el padre es el rey del castillo, es la otra pata que retratar –y contra la que arremeter- a través de la historia de JuanjoFrancesc Colomer– , ese adolescente que se niega a cortarse el pelo y que, en su planteamiento, quizá resulte ser el más desdibujado de los tres.

El relato es todo un viaje de iniciación, aprendizaje, amistad e ilusión. Son precisamente todas las situaciones en la carretera, así como el esperado desenlace final, las que mejor funcionan en una cinta que sufre un bajón considerable hacia la mitad del metraje, pero que no le cuesta remontar gracias al innegable cariño de estos tres pintorescos mosqueteros que, al menos durante unos días, e iluminados por la cálida luz del Mediterráneo, gozaron y respiraron de una libertad que difícilmente podrían haber imaginado. Trueba nos conmueve y divierte a la vez, moviéndose con soltura entre la comedia costumbrista y el melodrama social. Se nota que fue un notable pupilo del recordado –y añorado- Rafael Azcona.

Recomendado para aficionados al cine nostálgico.

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