El único superviviente

Peli de guerra con moraleja.

Confieso que El único superviviente (Peter Berg, 2013) no era la propuesta que más me llamase de la cartelera: ¿otra peli bélica a mayor gloria de la armada estadounidense, basada en hechos reales sobre el conflicto de Afganistán –para que luego digan que nosotros somos unos plastas con la Guerra Civil- , con cierto aire a Black Hawk derribado (Ridley Scott, 2001) y con un título que parece puro spoiler? Pero como dice mi querida Mariam, para ser buen crítico hay que ver de todo. Y mira tú por dónde, debo reconocer que la cinta me ha gustado bastante.

De entrada, el film abre con unas imágenes –realizadas con textura de soporte doméstico- que resumen, bajo una lograda apariencia de verosimilitud, el durísimo entrenamiento al que se somete a los reclutas para que aprendan a sobrevivir en las peores condiciones imaginables –tanto en batalla como si caen en manos del enemigo- . Muchos de estos muchachos no lo soportan y abandonan antes de finalizar la instrucción; los que lo consiguen se convierten en verdaderos soldados de élite. El detalle puede parecer nimio, pero en realidad no lo es: saber por lo que han pasado estos chicos hace que te creas su capacidad de soportar cualquier tipo de dolor físico, por estremecedor y (aparentemente) exagerado que sea.

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Taylor Kitsch, Mark Whalberg, Ben Foster y Emile Hirsch: hermanos de sangre.

Luego, nos introducimos en un helicóptero ‘apache’ en el que intentan reanimar a un soldado malherido. Berg no esconde las cartas: se trata del soldado Marcus Lutrell (Mark Whalberg). A partir de aquí, un flashback que nos traslada tres días atrás. Por tanto, de spoiler nada: sabemos quién va a sobrevivir a la misión que está a punto de comenzar. Entonces, ¿cuál es el interés que puede despertar un film cuyo final conocemos de antemano? Pues precisamente ese es el quid de la cuestión: en el que probablemente sea su trabajo más maduro hasta la fecha, el firmante de La sombra del reino (2007), Hancock (2008) o de esa estupidez suprema que fue Battleship (2012) logra mantener la atención del espectador en un relato pleno de tensión excelentemente orquestado, en el que cada golpe, cada disparo, duele en el espectador. Y lo logra ya no sólo por una notable puesta en escena a la hora de planificar las batallas, sin florituras audiovisuales –se agradece que renuncie a esos bruscos movimientos de cámara tan de moda hoy en día- ni heroicidades impuestas, sino también gracias al trabajo de un grupo de actores que están pero que muy bien, empezando por un Whalberg al que poco a poco habrá que ir teniéndole en consideración –y es que, a pesar de su ya dilatada trayectoria, su constante hieratismo de antaño me ponía de lo más nervioso- y terminando por el siempre eficaz Eric Bana, amén de la agradable sorpresa que me ha supuesto el buen trabajo de los hasta ahora bastante imberbes Emile Hirsch y Taylor Kitsch y del hasta ahora no muy conocido Ben Foster.

Loable es también que en una cinta hecha, aparentemente, para ensalzar las virtudes del ejército USA, transmita de manera tan clara el mensaje de que no todos los afganos son por definición miembros de Al-Qaeda. No os confundáis: El único superviviente no es una moraleja antibelicista. Pero al menos se toma la molestia de poner las cosas en su sitio y de llamarlas por su nombre.

Recomendado para degustadores de parábolas bélicas.

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