Her

Monótona melancolía.

Cualquiera que se haya acercado -siquiera accidentalmente- al cine de Spike Jonze, sabrá que este director estadounidense, aunque surgido del mundo del videoclip, se caracteriza por una excesiva sobriedad visual, unos planteamientos argumentales poco ortodoxos y un estilo narrativo tremendamente pausado: puro lirismo cinematográfico para algunos; agotador y cansino para otros. En mi humilde opinión, sus películas me recuerdan –salvando ciertas distancias- a las de Paul Thomas Anderson: buenas propuestas, excelentes actores pero se recrean demasiado en sí mismos, como si les preocupara más reinventar la rueda que contar una historia. Pero juzgad vosotros mismos: en catorce años sólo ha dirigido cuatro largometrajes –Cómo ser John Malkovich (1999), Adaptation (2002), Donde viven los monstruos (2009) y este Her (2013) que aquí nos ocupa- . Eso es tomarse la vida con calma…

En esta fábula distópica situada en un futuro más bien cercano, Jonze nos habla de la soledad, de la incomunicación y del aislamiento en una sociedad plenamente tecnificada, donde las relaciones sentimentales parecen tener fecha de caducidad y en la que el individuo camina por la calle sin levantar la vista de su dispositivo móvil, prácticamente ajeno a cuanto y quienes le rodean. Nuestro protagonista, Theodore –espléndido Joaquin Phoenix– , apocado e introvertido, que está pasando por un traumático divorcio, se hace con un nuevo y revolucionario sistema operativo, capaz de interactuar con él como si de un semejante humano se tratase, que responde al nombre de Samantha –voz de Scarlett Johansson– y que, con el tiempo, aprenderá y desarrollará emociones que van más allá de la simple programación informática. ¿O no?

Y es que Her, lo que plantea y propone, es una trillada fábula de ciencia-ficción en un contexto casi hiperrealista, a pesar de la sutil y estilizada puesta en escena futurista. Esa doble pregunta del millón de si las máquinas pueden tener sentimientos y si los humanos pueden –mejor dicho, podríamos- tener sentimientos hacia ellas, se las vienen formulando teóricos, científicos, escritores y cineastas desde hace muchísimas décadas. Por ese lado, debo reconocer que el film no me ha encandilado en absoluto: ¿qué viene a plantearnos nuevo que no hayamos visto o leído ya? De 2001, una odisea del espacio (Stanley Kubrick, 1968) a A.I. Inteligencia Artificial (Steven Spielberg, 2001), pasando por Blade Runner (Ridley Scott, 1982) o algún capítulo televisivo de Más allá del límite… sólo por mencionar algunos títulos a volapluma, y eso, sin mencionar las diferentes referencias literarias que sin duda han alimentado un guion que firma el propio realizador. ¿Acaso Jonze se moja y apuesta por alguna de las muchas teorías? Para nada: una vez termina la película, no termina de quedarme claro si Samantha desarrolla sentimientos porque es un ser sensible que ha evolucionado… o si simplemente la han programado para ello.

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Theodore y Samantha: un amor de banda ancha.

Por el contrario, si lo que se pretende es retratar, a modo de cuento fantástico, la sociedad occidental del siglo XXI, reconozco que el esbozo no puede ser más acertado, donde cada uno fracasa en las relaciones personales pero encuentra cobijo y consuelo en un chat anónimo o frente a la pantalla del ordenador. En cierto modo, es la versión 2.0 de la parábola que Joseph Gordon-Levitt nos proponía en su reciente ópera prima como realizador, Don Jon (2013): la tecnología doméstica ya permite al ser humano valerse por sí mismo –vital, espiritual y onanistamente– al margen de sus congéneres.

Un debate ciertamente interesante el que nos dan ambos argumentos, si no fuera porque me quedo con la sensación de estar ante una especie de Brokeback Mountain (Ang Lee, 2005) computerizada, que se queda en lo superficial y que no aporta al género ninguna respuesta o hipótesis a un montón de preguntas ya conocidas pero planteadas con cierto aire gafapasta impostado. Añadámosle a la fórmula un tempo excesivamente pausado y una atmósfera tan melancólica que por momentos se hace casi irrespirable, y el resultado será una obra tan prometedora como agotadora y ciertamente decepcionante.

Recomendado para incondicionales de la ciencia-ficción distópica.

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