Diario de una ninfómana.
Poco a poco, y sin hacer mucho ruido, François Ozon se ha ido haciendo hueco en nuestra pequeña agenda cinéfila, asentándose como un realizador solvente, a veces incluso brillante, y cuya carrera se ha asentado con firmeza en los últimos tres lustros. Probablemente su nombre no sonará para el gran público internacional, pero seguro que si cito títulos como Bajo la arena (2000), 8 mujeres (2002), El tiempo que queda (2005), Potiche, mujeres al poder (2010) o, más recientemente, En la casa (2012), seguro que reconocéis más de alguno…
Joven y bonita (2013) es, hasta la fecha, su última propuesta. Y, como en algunas de las cintas anteriormente citadas, Ozon nos ofrece una atractiva propuesta argumental para luego quedarse un poco a medias, en este caso, con un retrato tan sensual como frío y distante de una joven de diecisiete años de clase media-alta que, tras un estreno sexual frustrante con un rollete de verano, comienza a llevar una doble vida como prostituta de alto standing. ¿Búsqueda del placer, rebeldía adolescente, adicción enfermiza? Todas o ninguna de estas razones son las que mueven a la protagonista, la casi debutante Marine Vacth, que carga con todo el peso de la película –apenas hay un par de secuencias en las que no aparezca- y cuya mirada ausente, casi siempre inexpresiva, le ha granjeado no pocas críticas, quizá injustas, dado el carácter en general distante de su personaje.

Digo ‘en general’ porque, aun entendiendo que Ozon hubiera decidido que fuese el propio espectador el que interpretara el porqué de las motivaciones de la joven Isabelle, el realizador juguetea demasiado con la ambivalencia, tanto desde el aspecto psicológico como el sexual: si bien al principio parece querer poner en solfa a una burguesía que no duda en pagar a una menor por ciertos servicios privados, el tratamiento que hace nunca es en absoluto sórdido, sino más bien light, casi estereotipado, para luego dar un rocambolesco giro con apariencia de thriller policial –uno de los clientes será encontrado muerto en una habitación de hotel- que desemboca en un melodrama familiar con enfrentamiento entre madre e hija, respondiendo ésta como una aspirante a lolita –ese juego de miradas con su padrastro- cuando no, simple y llanamente, como una niña sentimental y caprichosa.
Quizá lo que se eche de menos es un mensaje más claro: Ozon no se moja, no se posiciona ni a favor ni en contra sobre ninguno de los conflictos que plantea, y simplemente deja que sus actores se paseen por delante de la cámara y reciten los diálogos con más o menos soltura. Y esa falta de compromiso, esa falta de riesgo, convierten a Joven y bonita en una propuesta demasiado olvidable.
Recomendado para estudiosos de la psique juvenil.