¿Y si Adonis acosara a Afrodita?
No me han pillado en frío las múltiples críticas negativas que han cosechado tanto la película como las novelas de E.L. James en las que se basa Cincuenta sombras de Grey (2015). Sin embargo, que el film haya sido un relativo fenómeno de taquilla –la expectación creada y las cifras de recaudación han ido menguando a medida que pasaban las semanas desde su estreno- cimentado sobre unos libros que, nos gusten o no, son auténticos best-sellers –yo no he tenido el ¿placer? de leerlos- , despertaban cierta curiosidad en este humilde crítico, que se armó de valor para ‘enfrentarse’ a una propuesta cinematográfica con la mente lo más abierta posible.
Empecemos por lo sencillo: ¿hay algo bueno reseñable en Cincuenta sombras, la película? Pues sí, mira por donde: sorprende –y, debo decirlo, muy gratamente- el trabajo de Dakota Johnson, quien se esfuerza en darle naturalidad y verosimilitud a un personaje que, a pesar de partir como un mero cliché –algo de lo que adolecen, dicho sea de paso, todos los que pueblan el relato- , tiene una presencia, un recorrido y una evolución como poco creíbles –bueno, salvo una incomprensible naturaleza virginal para una universitaria de veinticuatro años- . Seguramente, y no me entendáis mal, le ayude el hecho de que tanto la escritora, como la directora –Sam Taylor-Johnson– , como la guionista –Kelly Marcel– sean mujeres, y por ello se hayan preocupado de darle mayor empaque a la protagonista femenina. Lástima que este, y sólo este, sea el único punto a favor de la cinta.

Porque lo malo no es que su partenaire Jamie Dornan sea más inexpresivo que un palo de fregona –¿de verdad este Adonis de papel cuché representa el ideal erótico femenino?- , que la puesta en escena no pueda ser más simple, que la iluminación sea del todo menos sugerente –y para este tipo de relato, mira que podía haber dado juego- o que haya personajes que no se sabe muy bien qué pintan en la trama –aunque, quizá, tengan cierta relevancia en las inevitables secuelas- . No, lo peor y lo que desde luego uno no se espera es que el libreto de Cincuenta sombras sea todo un elogio hacia el maltrato y la violencia de género. Si de lo que se trataba era de echar un vistazo (voyeur) sobre los límites del placer y el dolor como experiencia sexual con la que muchos fantasean pero muy pocos se atreven, resulta que lo que les ha salido es todo un manual sobre el acoso a las mujeres, donde el tal Christian Grey se encapricha de la jovencita Anna, la seduce, la lleva y la trae, le dice con quién puede o no salir, qué debe comer y beber, la avasalla con mails y whatsapps demandando que ella acceda a sus ‘juegos’ –mediante la firma de un contrato de consentimiento (sic)- … ¡si hasta se presenta en casa de la madre porque no le responde a un par de llamadas! Y ella, que está completamente pillada, se deja, se deja, se deja…
No se trata de sumisión sexual como juego consentido con cierto morbo entre dos adultos: se trata de sometimiento, docilidad y dependencia por parte de una niña con un problema de madurez tardía con un macho alfa dominante tanto en el aspecto físico como en el psicológico. ¿De verdad alguien encuentra estimulante el mensaje que transmite esta película? Llamadme recatado o antiguo, si queréis, pero creo con más de medio centenar de mujeres muertas en nuestro país a manos de sus parejas en 2014, la moraleja de Cincuenta sombras de Grey me resulta como poco misógino y peligroso.
Recomendado para consumidores de morbo fácil.