B

Luis, sé fuerte.

En los últimos años -todos los sabemos- España ha vivido un auténtico terremoto en todos los estamentos: sociales, económicos, políticos, culturales, periodísticos… el cine de nuestro país, que nunca ha hecho gala de una estabilidad como tal a modo de industria, ha visto sin embargo cómo los modelos de producción han cambiado casi de manera radical, y términos como crowdfunding están ya a la orden del día.

Pero no me refiero solo al aspecto financiero o de producción de las películas, sino incluso a la hora de abordar los temas. Y es que, aunque comedias evasivas como Ocho apellidos vascos (Emilio Martínez-Lázaro, 2014) o Perdiendo el norte (Nacho G. Velilla, 2015) siguen dando excelentes réditos en taquilla –historias que, por otro lado, no obvian la situación general actual- el género documental pero también la ficción empiezan a poner el foco en temas espinosos e incómodos –sobre todo para unos pocos, para esa élite que parece no haberse enterado de la maldita crisis- en un ejercicio didáctico y de sana denuncia para que a nadie se le pase ningún detalle sobre tal o cual tema que la inmediatez de las informaciones televisivas o la avalancha de datos jurídicos, burocráticos y macroeconómicos podrían confundir hasta al espectador más ilustrado.

Uno de los episodios más vergonzantes de los últimos años ha sido el llamado ‘caso Bárcenas’, un asunto que, habida cuenta de todo lo que ha sucedido en el último lustro, podría parecer menor, pero que sin embargo tiene un calado de tal magnitud que uno no puede dejar de preguntarse por qué nadie ha asumido responsabilidades en esta historia. Así lo sintieron los numerosos espectadores que vieron la obra original Ruz-Bárcenas dirigida por el actor Alberto San Juan, cuyo libreto es una transcripción exacta de la declaración que hizo el tristemente célebre extesorero del PP ante el juez y puesta en boca de dos magníficos intérpretes como Pedro Casablanc y Manolo Solo. Y así lo sentimos igualmente los que podemos ver ahora la adaptación cinematográfica de dicho montaje, levantada sin ningún tipo de apoyo institucional y gracias a la contribución de quinientos noventa y siete micromecenas –entre ellos, quiero decirlo, mi mujer y yo- que apoyamos financieramente el proyecto.

B fotograma
«Pues sí, señor juez. Nos lo llevábamos crudo…»

El director, David Ilundain, echa mano de los protagonistas originales de la obra, que hacen un ejercicio de contención y a la vez de mimetismo que, al menos en el caso de Casablanc, casi hasta da miedo. Y, a pesar de la aparente barrera física de la pantalla, el espectador se convierte en un testigo más de un interrogatorio apasionante, lleno de luces y sombras, de pequeños detalles que conforman un complejo rompecabezas de la trama de corrupción de un partido político –a día de hoy, en el gobierno de la nación- y donde los brutales silencios pesan tanto o más que las propias palabras. Todo es hermético, casi claustrofóbico, y sin embargo, no podemos dejar de mirar y escuchar atónitos, a tan hipnótica exposición de hechos y verdades que allí se cuentan.

Es cierto que estos hechos y verdades son los del propio Bárcenas/Casablanc. Habrá quien diga que esto no es más que la palabrería subjetiva de un señor llevado por el rencor, que miente más que habla, y que esto no deja de ser una película. Cierto. Pero no olvidemos que –salvando las distancias- , si A sangre fría de Truman Capote no era ficción por ser novela, B podría ser el atípico (¿y primero en nuestro país?) caso de película de no-ficción dramatizada. Mi recomendación: véanla, estúdienla y saquen sus propias conclusiones. Es, sencillamente imprescindible.

Recomendado para espectadores con espíritu crítico.

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