Ensayo sobre la avaricia.
Tras la visita de Maribel Verdú y Gracia Querejeta a Guadalajara –en una mesa redonda organizada por la Fundación Siglo Futuro– , acudir al cine a ver Felices 140 (2015), si no se había hecho antes, se convierte en una cita ineludible e indispensable. El punto de partida del guion del propio film tampoco carece de fuerza, ya que pone al espectador frente a un interrogante al que muy pocos responderían sin dudar: si tuvieras que escoger entre tu mejor amigo y un millón de euros, ¿con qué te quedarías?
Bueno, pues nada menos que ciento cuarenta kilos son los que la diosa Fortuna deja caer sobre Elia (Verdú), quien confiesa tan inesperado golpe de suerte a su grupo de amigos de toda la vida durante la celebración de su cumpleaños en un entorno idílico frente al mar. Sin embargo, no es esta confesión la que cataliza las reacciones de los personajes –un grupo de lo más variopinto y heterogéneo, pero aparentemente muy bien congeniado- , sino un inesperado giro de los acontecimientos hacia el final del primer acto; no desvelaremos nada, pero, para deleite del espectador, a partir de aquí Querejeta consigue moverse como pez en el agua por diversidad de géneros, desde la comedia negra hasta el thriller de suspense, pasando por el relato costumbrista y el melodrama familiar.

Este ensayo sobre la avaricia –que perfectamente podría haber salido de la inspiración y la pluma de José Saramago- saca a la luz, a veces con crudeza, a veces con sutileza, todo un rosario de miserias humanas que nos producen rechazo y a la vez empatía, horror y al mismo tiempo comprensión. Es verdad que a veces carga demasiado las tintas sobre ciertos aspectos –para retratar a una cuarentona sin pareja con pavor a estar sola no hacía falta, creo yo, añadirle el pasado psicótico que se sugiere- , y que ni todos los actores ni todos los personajes funcionan con la precisión dramática que la historia requiere –lo siento, no me creo a Álex O’Dogherty en este papel- . Felices 140 no será redonda, pero sorprende gratamente comprobar que Querejeta es capaz de ir un paso más allá de lo que nos tiene acostumbrados con este truculento cuento amoral en el que la inocencia tiene rostro de quinceañero y donde el único cuerdo que nos reconcilia con nosotros mismos –y que nos concede la necesaria válvula de escape- responde al nombre de Eduard Fernández.
Recomendado para quienes se atreven a cuestionar su propia moralidad.