Ovejas descarriadas.
Ya antes de empezar la proyección, el espectador mínimamente informado se sienta en la butaca con algunas dudas y reticencias: ¿por qué una película con tan impresionante cartel –Clive Owen, Billy Crudup, James Caan, Zoe Saldana, Marion Cotillard, Mila Kunis…- ha tardado dos años en llegar a nuestro país y con una difusión tan limitada? Es fácil imaginarlo: quizá el producto, en este caso, sea fallido. Y, lamentablemente, las previsiones se cumplen.
Tengamos en cuenta, no obstante, de que se trata tan sólo del cuarto largometraje como director del actor francés Guillaume Canet, y el primero que realiza en América. De ahí que, como otros europeos que son fichados en la Meca del Cine, o no se ha querido arriesgar demasiado o no le han dejado mucho espacio para la creatividad –tal fue el caso, por ejemplo, del español Paco Cabezas con Tokarev (2014)- . Nunca lo sabremos. Al final, el que sale perjudicado es el respetable, que asiste a una propuesta sin gracia que además ya partía de material previo, ya que este es el remake hollywoodiense de la francesa Les lies du sang (Jacques Maillot, 2008) al tiempo que bebe de la novela gala Dos hermanos, un policía, un ladrón, de los hermanos Bruno y Michel Papet. ¿Farragoso, verdad?

Bueno, pues eso es exactamente lo que le pasa a Lazos de sangre (2013): no es que la trama sea complicada, es que está trufada de historias secundarias que ralentizan el tronco de la narración principal que, además, está lleno de lugares comunes: mafias barriobajeras, peleas de bar, prostitución y drogas, desestructuración familiar, sueños quebrados, enfrentamientos fraternales… conflictos que el Séptimo Arte ya nos ha contado mil veces y de modos mucho más oscuros, truculentos, dramáticos o sorprendentes. Canet simplemente tira de manual, no termina de exprimir todo el talento de sus actores –y mira que hacen lo que pueden, sobre todo Crudup- , comete algunos errores de bulto –la atmósfera setentera no se consigue con una constante y machacona selección musical de la época; hace falta algo más- y apenas consigue transmitir la tensión necesaria en este relato de perdedores donde pesa más el culebrón familiar que el thriller policíaco.
Por suerte, Canet tiene al menos un par de momentos inspirados que hace que Lazos de sangre sobreviva al suspenso. Por un lado, la secuencia del atraco al furgón, bastante bien ejecutada –más por lo que el espectador deduce entre líneas que por la puesta en escena- ; por otro, una cierta malicia al mostrar el penúltimo encuentro de los dos hermanos, donde el exconvicto muestra sin pudor su ascenso –traje elegante, coche de alta gama- gracias a sus chanchullos fuera de la ley, mientras que el otro, agente de policía de intachable moralidad, tiene que plantearse dejar el trabajo y marcharse de la ciudad para velar por la tranquilidad de los suyos. Esa deprimente moraleja es, sin duda, lo que a duras penas sostiene un film que podría haber sido ciertamente notable, y que se queda en lo irregularmente anecdótico.
Recomendado para espectadores curiosos.