Segundas oportunidades.
No deja de ser cuanto menos curioso que en una década en la que el cine fantástico parece estar sobreexplotado de hordas zombies, vampiros adolescentes y superhéroes de papel, propuestas menos mediáticas pero al menos más originales –por salirse por la tangente ante tanto sci-fi previsible- no hayan tenido la oportunidad que se merecen por estas latitudes, ni siquiera en festivales temáticos o en el mercado doméstico.
Die Tür –traducción literal: La puerta– es una modesta producción alemana del año 2009 cuya mayor baza comercial es contar con el hoy conocido Mads Mikkelsen al frente del reparto, que encarna a un reprochable padre de familia –pasa de su hija y le pone los cuernos a su mujer acostándose con su vecina- a quien el destino le concede, de manera inexplicable, una segunda oportunidad: una noche, tras intentar suicidarse, da con sus huesos en un extraño pasadizo que le transporta cinco años atrás en el tiempo, dándole la oportunidad de evitar el terrible suceso que destruyó a su familia…
Durante el primer tercio del film, asistimos atónitos a una serie de acontecimientos difícilmente explicables desde la lógica de la línea temporal, pero las posibles paradojas quedan solventadas -de manera bastante eficaz, dicho sea de paso- cuando nos damos cuenta de que en realidad no estamos hablando de pasado y futuro, sino de universos paralelos; un concepto éste en el que el cine y la televisión ya habían puesto sus ojos en otras ocasiones –se me viene a la cabeza la imaginativa serie Fringe (2008-2013)- , aunque aquí el aspecto metacientífico queda rápidamente relegado a un segundo plano gracias, sobre todo, a una serie de cuestiones y planteamientos perversos, subversivos, que el relato va dejando ver entre líneas a lo largo del desarrollo: ¿corregir los errores del pasado asesinando al propio yo como forma de expiación y redención? Curioso, cuando menos.

Es verdad que hay elementos que no terminan de encajar muy bien –no se explica, por ejemplo, por qué el protagonista aterriza justo en el preciso instante del pasado en que lo hace- , y que hay personajes que no terminan de funcionar del todo –esa vecina/amante cuya importancia es casi anecdótica- ; pero también que la cinta emana cierta atmósfera pesadillesca, malsana, con una paranoia in crescendo que nos recuerda a esa sensación turbia y desasosegante que nos acongojó en La invasión de los ultracuerpos (Philip Kaufman, 1978).
Una propuesta ciertamente curiosa.
Recomendado para adictos al suspense metafantástico.