Regreso (tardío) a la ciudad del pecado.
Seamos sinceros: Robert Rodríguez nunca ha sido –y creo que nunca llegará a ser- un gran cineasta. Incluso ese título le viene grande al mexicano. Vale que tuvo un sonado debut con una ópera prima de irrisorio presupuesto –El mariachi (1992)- y que a veces ha sido capaz de proponernos estupendos divertimentos como Abierto hasta el amanecer (1996). Pero ni su marciana fantasía adolescente –The Faculty (1998)- ni su saga de aventuras juveniles –Spy Kids (2001-2002-2003)- ni sus supuestos homenajes a la Serie Z ochentera –Planet Terror (2007) o las dos entregas de Machete (2010-2013)- son cintas que pasarán a los anales del Séptimo Arte; más bien al contrario, suelen aparecer en destacados lugares entre los discutibles tops de lo peor de cada cosecha…
Sin embargo, admito que cuando lazó Sin City en 2005, fui uno de los más gratamente sorprendidos ante tal experimento. Reconozco hoy día que a la peli le cuesta aguantar un segundo o un tercer visionado, pero el expresionismo de sus imágenes monocromáticas, su agresivo planteamiento neo-noir y la literalidad –tanto visual como conceptual- con el que había logrado literalmente dar vida a los personajes y viñetas de la obra gráfica de Frank Miller -acreditado además como codirector de la cinta- me llamaron poderosamente la atención. Y no debí ser el único, puesto que el film tuvo un éxito considerable, y durante más de un lustro se especuló con la posibilidad de poner en marcha una eventual secuela. Ha tenido que pasar casi una década entera para que esa varias veces anunciada –y otras tantas cancelada- secuela haya visto la luz. Mal síntoma su lanzamiento tardío y sobre todo limitado, ya que en muchos países –entre ellos, España- Sin City: Una dama por la que matar (2014) aún no ha logrado distribución comercial ni en salas ni en formatos domésticos.

Visto el resultado, tampoco debería extrañarnos, a pesar de su bagaje como secuela de éxito y de su –otra vez- larga nómina de amiguetes que se han puesto delante de la cámara, desde los que repiten –Mickey Rourke, Bruce Willis, Jessica Alba, Powers Boothe, Rosario Dawson– hasta las nuevas incorporaciones –Eva Green, Joseph Gordon-Levitt, Josh Brolin, Ray Liotta, Christopher Lloyd… y Dennis Haysbert, aunque su caso es excepcional ya que sustituye al tristemente fallecido Michael Clarke Duncan- . Si hay ocasiones en las que tengo la oportunidad de alabar secuelas que expanden y amplían los planteamientos realizados en sus respectivas primeras partes, este regreso a la ciudad del pecado es una endeleble repetición de la fórmula de su antecesora. Vale que cuenta algunas historias con personajes nuevos –ahí está la trama del joven jugador de póquer y el Senador, o la historia de pasiones/traiciones/lujuria/venganza entre el detective privado y la seductora viuda negra- , pero en general todo emana un cierto aire de déjà vu, como de producto prediseñado sin demasiado atisbo de originalidad, incluso con situaciones que se repiten –ahí está, y de nuevo en como nudo del relato central, el viaje al barrio de las prostitutas- y en el que se ha perdido cualquier factor sorpresa.
Encuentro el último relato como el más interesante de todos, no sólo porque da un giro más a la historia de Nancy Callahan/Jessica Alba –la niña que fue secuestrada y posteriormente liberada por Willis, el último poli honrado de la ciudad- sino porque introduce ciertos elementos fantasmagóricos en la narración que funcionan con bastante soltura. Por lo demás, ver por enésima vez a Eva Green como arpía comehombres –cuando hace nada la hemos visto interpretar exactamente el mismo rol en 300: el origen de un imperio (Zoam Murro, 2014)- , a Mickey Rourke repetir como matón deforme, o a Josh Brolin encarnando a un sosias del Clive Owen de la primera entrega, no son justificación suficiente para lanzar un nuevo episodio que ya nadie esperaba ni echaba de menos.
Recomendado para fanáticos del pulp cinematográfico.