Eterno Sherlock adolescente.
No tuvo el impacto mediático ni sociológico del que gozaron Luke Skywalker, Han Solo, Indiana Jones o Marty McFly, pero su impávido y a la vez entrañable Sherlock Holmes adolescente se ganó un riconcito especial en los corazones de los que crecimos con las aventuras marca Amblin de los años ochenta. Dado que su carrera no llegó a despuntar y nunca le hemos visto en papeles de estrella, podríamos pensar que, como tantos otros actores infantiles, hubiera abandonado tempranamente los platós. Pero nada de eso: a sus cuarenta y siete años, sigue de lo más activo tanto en la pequeña como en la gran pantalla…
Hijo de político –su padre fue miembro del parlamento británico- y de una cantante, Nicholas James Sebastian Rowe, también conocido como Nicholas Rowe o simplemente Nick Rowe, nació el 22 de noviembre de 1966 en Edimburgo, Escocia. Al contrario que con otros intérpretes, su vida privada es casi un enigma, y no se le conocen destacadas inquietudes artísticas durante su etapa escolar. Contrariamente a lo que se cree, El secreto de la pirámide (Barry Levinson, 1985) no fue su primer trabajo profesional; un año antes, había formado parte del elenco de Otro país (Marek Kanievska, 1984), película muy aplaudida por la crítica y reconocida en los BAFTA y en el Festival de Cannes de aquel año y en el que compartió camerinos junto a otras jóvenes y emergentes promesas como Rupert Everett, Colin Firth o Cary Elwes, entre otros.

Luego llegaría su gran oportunidad de la mano de Steven Spielberg protagonizando la citada aventura juvenil en la que, con su perfil aguileño y su físico algo desgarbado, debía dar vida al famoso sabueso creado por Sir Arthur Conan Doyle en sus años mozos. Sin embargo, y a pesar del relativo éxito de esta producción, Hollywood no parecía estar en su camino, y durante más de una década su carrera estuvo muy ligada al mundo de la televisión: series de poco éxito –The Lawrenceville Stories (1986); American Playhouse (1987); Pie in the Sky (1995); Dalziel and Pascoe (1996)- y telefilms de escaso recorrido comercial, como El enemigo de Sharpe (Tom Clegg, 1994) –en el que coincidiría con nuestra Assumpta Serna- o Poldark (Richard Laxton, 1996) componen el escaso bagaje de su currículum.
Volvería a la gran pantalla con True Blue (Ferdinand Fairfax, 1996), a la que le siguieron pequeñas apariciones en Lock & Stock (Guy Ritchie, 1998), Enigma (Michael Apted, 2001), All forgotten (Reverge Anselmo, 2001), La leyenda de Nicholas Nickelby (Douglas McGrath, 2002) o La semilla de Chucky (Don Mancini, 2004); pero siempre como secundario, casi accidental, y en escasísimas ocasiones con personajes de relevancia. En el plano personal, en el año 2006 tuvo que afrontar la muerte de su pareja, la también actriz Lou Gish, víctima de un cáncer; llevaban juntos desde el año 2000.
Aunque alguna vez más se ha dejado ver por un plató cinematográfico –Shanghai (Mikael Hafström, 2011); Delicious (Tammy Riley-Smith, 2013)- , desde entonces, su hábitat natural han vuelto a ser las pequeñas producciones para el formato doméstico, donde podríamos destacarle en series como The fugitives (2005), Doctor Who: Dreamland (2009), Los Borgia (2011) o la reciente Da Vinci’s Demons (2013-2014), casi todas ellas inéditas en nuestro país. También hay que decir, siendo justos, que ha prestado su voz como narrador en al menos media docena de documentales, y en los últimos años ha decidido probar suerte en los escenarios londinenses, donde ya ha encadenado los montajes de Rosencrantz y Guildenstern han muerto (2005), Victory (2009), Nation (2009) y La locura del rey Jorge (2012).

Como curiosidad, se sabe que domina cuatro idiomas: además de su inglés natal, habla con fluidez el español, el portugués y el francés. En definitiva, una carrera bastante irregular para quien tuvo la oportunidad de interpretar a un personaje mítico de la literatura universal y, sobre todo, de encarnar los sueños de aventuras juveniles de millones de chavales de todo el planeta.